jueves, marzo 28 2024

Por Alejandra Gómez Macchia 

El personaje principal de esta pandemia no ha sido un hombre o una mujer, sino un objeto desechable y barato desdeñado en México: el cubrebocas.

Cuando todo esto comenzó, lo primero en agotarse en las farmacias fueron el paracetamol y los geles antibacteriales; éstos últimos hoy se venden hasta en la vía pública, ofertándose en varias presentaciones desde las cajuelas de automóviles privados. Yo he visto una buena cantidad de gente vendiendo gel en las esquinas. Creo que no es complicado hacerlo pues es básicamente es alcohol cuajado… pero eso es otro asunto.

Una de las acciones más importantes que publicó la OMS desde que el virus salió de Wuhan fue el lavado de manos (por al menos veinte segundos).

El lavado de manos, y no el uso de cubrebocas, se impuso como la operación reina para protegernos del COVID. Memes fueron y vinieron en las redes. Los artistas e influencers de ayer y hoy grabaron videos para animar a la gente a lavarse las manos. Y es que un hecho es innegable: por lo menos en México estamos muy mal acostumbrados respecto al buen hábito de lavarnos las manos; como la fritanga nos agarra en la calle, y la que sirve esa fritanga está ungida por un santo desconocido y ha generado inmunidad a la tifoidea y otros males estomacales, uno solía entrarle con mexicana alegría al taco y a la memela sin pasar por  el tocador, ni siquiera reparábamos en quitarnos el cochambre con esas toallitas que antes sólo servían para limpiarle las nalgas a los bebés, pero que ahora se usan hasta para quitarnos el bilé y las plastas de rimmel. ¿Y qué sucedía si salíamos del metro y nos dirigíamos al changarro de las cemitas? Lo máximo que podía pasarnos era hacernos acreedores a una diarrea de dos días. Punto.

Pero las cosas ya no son como eran, ni volverán a serlo.

Nunca pensé que mis manos llegarían a consumir más alcohol que mi boca o mi hígado, sin embargo, a partir de marzo pasado el alcohol en gel le arrebató su sitio de honor al tequila y al vodka.

¿Qué pasa con el cubrebocas?

Desgraciadamente somos un pueblo que obedece poco, pero cuando llega a obedecer hace caso a los insensatos que aparecen en la tele.

Así pues, si la banda ve al presidente tan campante en sus mañaneras, sin usar cubrebocas y encomendándose a un escapulario, la borreguiza lo sigue.

Hasta hace poco, muy poco, seguía escuchando en los mercados y en los oxxos y en las farmacias a gente diciendo que el coronavirus no existía. Hoy son menos los que lo afirman, pues supongo que con las cifras de miedo que nos rodean ya empezaron a caer algunos de los familiares de esos renegados. Sin embargo, y pese a la emergencia, cada vez que salgo a la calle sigo viendo a una gran cantidad de personas sin cubrebocas y a muchas otras utilizándolo como si fuera un calzón sin resorte.

Mientras esto sucede en la calle, cada mañana, a las siete en punto, aparece el presidente expulsando saliva sobre el micrófono; sonriendo, haciendo chistoretes, dueño de un optimismo enfermizo.

¿Optimismo o soberbia?

Al presidente sólo se le ha visto dos o tres ocasiones con el cubrebocas puesto: cuando fue a ver a Trump y cuando toma un vuelo comercial.

Reanudó sus giras, la cifra de contagios y muertos se ha desbordado y… el cubrebocas brilla por su ausencia.

Los países con más contagiados son aquellos cuyos presidentes se han pasado por el arco del triunfo el uso del discreto trapito.

Trump, Bolsonaro y AMLO encabezan la terna de los más irresponsables.

“Pero es que al principio la OMS dijo que el cubrebocas no era suficientemente eficaz”.

Bien, pues la OMS tardó en extirparse esos males burocráticos y acabó reculando, aunque lo hizo cuando el mundo comenzó a ser una fosa común.

Hace tres días vino a Puebla el doctor Hugo López Gatell, vocero de la muerte en México.

Y vino en mood rockstar. Llegó a uno de los estados más afectados por el coronavirus y no sabemos bien el motivo de su visita. Paseó por los pasillos de la secretaría de salud, en donde las empleadas lo miraban arrobadas de pasión desde sus respectivos escritorios.

Vino, sí, con cubrebocas. Raro en él.

Raro ver al segundo bate de AMLO portando un accesorio que para él fue inútil… hasta que dejó de serlo.

De Puebla capital se movió para algunos municipios, y en la sierra fue captado en plan campaña (guayabera, sombrero de paja y collares florales) tocando a la gente, metiéndose las manos a la boca (ritual necesario a la hora del tlacoyo) y usando el cubrebocas sin taparse la nariz.

¿Cuál es el mensaje que AMLO y su escudero quieren mandar?

Uno muy contradictorio.

Su nado a contracorriente deja de ser sincronizado cuando Gatell sale del guacal, es decir, cuando no tiene enfrente al gran Tlatoani.

AMLO dice que quiere resolver la pandemia y la corrupción al mismo tiempo.

Mientras tanto, los hospitales están abarrotados, no hay medicinas, le niegan atención a los propios médicos que han enfrentado al monstruo en clínicas públicas y el cubrebocas sigue siendo el héroe ninguneado. El Van Gogh de la historia.

Pero eso sí, habrá grito de independencia en el zócalo. Con antorchas, confeti, elotes y foquitos de colores.

Porque el pueblo necesita la parafernalia del nacionalismo ramplón para no morir de hastío en sus casas.

En eso reside la fuerza moral de los convidados a la fiesta de la 4T.

 

 

 

 

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