martes, abril 23 2024

La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía

Ante el suicidio de Mauricio García León, ex titular de Archivos y Notarías de Puebla, surgieron toda clase de comentarios.

Pero un mensaje enviado a su amigo más cercano es brutal.

El mismo lo envió segundos antes de quitarse la vida: “Julián , gracias por tu apoyo,  pero ya no aguanto más,  si algo me pasa, culpo a María Luisa Díaz Lozada y al periodista  Rodolfo Ruiz”.

Quedan muchas dudas en este caso.

Muchas arañas que caminan sobre una visión borrosa.

Por cierto, Díaz Lozada es la actual directora de Archivos y Notarías.

Ufff.

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Una Comilona Delirante

Edgardo Buscaglia es el hombre que más sabe en el mundo sobre inteligencia financiera, delincuencia organizada, lavado de dinero y paraísos fiscales.

Una buena parte de sus excelentes libros publicados giran sobre esos temas que ahora están de moda en México.

A sus 58 años de edad, Buscaglia es un rockstar, una celebridad, con gran sentido del humor y de la conversación.

Como los grandes hombres, es cordial, modesto y sencillo.

(Sólo los ignorantes son pedantes).

De los doce meses del año, vive cinco en New York, cinco en Torino (Italia) y dos en México.

Y en el contexto de esta última etapa fue que vino a la hermosa casa que tiene en Atlixco la generosa Marcela Jiménez.

Muchas fueron las horas de conversación con Buscaglia.

Y muchas fueron las revelaciones brutales que surgieron.

Eso sí: siempre detrás de éstas, el inevitable “off the record”.

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En Memoria de un Gentil Hombre

Comí con don Alejandro Manjarrez hace poco más de un año.

Ambos nos obsequiamos nuestras novelas políticas sobre Puebla.

Venía de un cáncer terrible y lo enfrentaba con valor.

A su lado, siempre a su lado, su fiel Manola Álvarez: mujer inteligente, brillante y educada.

Hablamos de políticos, pero sobre todo de nuestras novelas.

Y más aún: de nuestros personajes principales.

El suyo era una especie de Rafael Moreno Valle curtido en todas las cocinas políticas.

El mío —Manuel Fraudlett—, era sólo un ego robusto vestido de traje.

Ah, y buen fumador de puros.

(Un ego enorme sacando humo de los habanos más dilectos).

Bebimos poco vino, pero brindamos por una amistad que data de los noventa, cuando junto con Beatriz Gutiérrez Müller coincidimos en las páginas de una revista que dirigía don Alejandro: Réplica.

Muchas cosas vivimos desde entonces, incluida una inevitable separación de los caminos.

(En la mayor parte de las amistades surge, ominoso, el jardín de senderos que se bifurcan).

Antes de escribir estas líneas me enteré de su muerte.

No dejé esperar un solo minuto para dibujar este retrato de quien siempre cultivó la buena prosa, la buena lectura y la buena amistad.

Cómo recuerdo que siempre comparaba mi escritura periodística —en particular la de las columnas— con la Salvador Novo.

—Favor que me hace, don Alejandro —le decía.

—Es cierto. Las dos prosas beben de la ironía, el sarcasmo brutal, la punta fina y hasta los excesos del retrato atroz. Cuando tú escribes de alguien puedes matarlo. Lo mismo hacía Novo —respondía.

Siempre recordaré esa mirada generosa e incisiva —doblada de una memorial febril— que aún tenía en aquella comida con la que abrí al principio.

Con ese don Alejandro yo me quedo.

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