jueves, abril 25 2024

Texto, fotos y traducciones por Monserrat Loyde* 

(Para Karla S. y Sasha S., agradecida de que entraran a ciegas en el camino).

El primer tazón humedece los labios y la garganta. 
El segundo tazón destierra la insolación. 
El tercer tazón avispa y alista para leer cinco mil manuscritos. 
El cuarto tazón trae un ligero sudor que saca las quejas por los poros. 
El quinto tazón limpia los huesos. 
El sexto tazón establece la comunión con los espíritus inmortales. 
El séptimo tazón sería demasiado. 
Brisas refrescantes abrazan mi cuerpo. 

Fragmento de “Oda al Té” de Lu Tong, poeta taoísta del siglo IX. 
Traducción de Monserrat Loyde 

 

Fuera de Japón, escuchar que alguien dedica parte de sus días a la práctica o al estudio de la ceremonia del té, no solo genera una expresión de escepticismo y desinterés, suele crearse una única imagen: una persona sentada en una mesa sirviendo té en una taza. 

En Japón, por el contrario, la ceremonia de té es un arte y al mismo tiempo un ritual y como tal, quienes la practican lo hacen como disciplina estética en tres niveles: entrenamiento de la mente, aprendizaje y práctica diaria. Hay varias maneras de referirse a la ceremonia del té en japonés: chanoyu. literalmente significa “agua caliente para té”;  chado o sado, “el camino o vía del té”. Ambos términos se refieren a preparar, en un tazón de cerámica, té en agua caliente pero solo como origen y fin último de la ceremonia. 

Esto es el “chanoyu”: 
se trata simplemente de hervir agua, 
hacer el té 
y beberlo. 
Rikyû, gran Maestro y fundador de Chanoyu. 

Para llegar a ese fin el maestro y el aprendiz recorren un camino de todo un universo de lenguajes que envuelven la preparación de un tazón de té para ofrecerlo a cada uno de sus invitados. Son cerca de tres mil los términos que deben dominarse a lo largo de su estudio. La ceremonia es un ritual de “lenguajes”, porque entran en comunión un lenguaje estético, uno artístico, uno filosófico, uno moral y social, uno histórico, uno religioso, uno arquitectónico, uno de utensilios, uno cósmico y de la naturaleza, uno culinario y sobre todo uno poético y literario. 

El ritual se inicia con el cultivo y la preparación de la hoja de té. En todas las ceremonias solo se utiliza un tipo de té verde en polvo y es el más preciado entre todos. Su proceso, en Japón, data del siglo XIII, emulando uno de los métodos de té en la China de la dinastía Sung. Dentro de éste hay dos clases de polvo, uno condensado y otro ligero (el condensado es para ocasiones muy formales). Ambos son amargos en su primer sorbo y de un olor penetrante que se asemeja más a la hierba fresca.  

A diferencia del té negro, blanco o semiverde, el té verde en polvo (al igual que otras variedades de té verde) no está fermentado y suele ser de la más alta calidad pues proviene de las plantas de té que han crecido a la sombra de una estera de bambú para evitar que les dé la luz directa.  

De cada tallo, solo las hojas jóvenes y brotes se recolectan, se echan al vapor, se secan y almacenan en jarrones de barro. En el transcurso de aproximadamente seis meses, las hojas se pulverizan con una piedra (mortero para té) hasta que queda una consistencia como de talco. A diferencia de las otras hojas de té que se sumergen en agua caliente y se cuelan, el té en polvo se bate en agua caliente y se bebe, es decir, literalmente se comen las hojas pulverizadas. 

El consumo de té y la ceremonia japonesa tienen parte de su origen en China. Pero a diferencia de China, donde el té perdió todo símbolo ceremonial y es una bebida más en las casas de té para asiduos consumidores, en Japón se fue perfeccionando a tal grado que devino en un ritual tan refinado que su preparación se volvió una tradición que traspasó la frontera de los templos y las élites para volverse un estilo de vida y actividad social. Se le han añadido ciertos pasos, escenarios y utensilios según los cambios y gustos imperantes de cada época. Por ejemplo, durante la apertura a Occidente a finales del siglo XIX, los maestros de té idearon una ceremonia ad hoc al espíritu europeo de la Reforma Meiji para dar a conocer a los extranjeros el ritual del té. Su característica principal fue que se realizaba en una mesa con los participantes sentados en sillas, no en el suelo en la forma tradicional. 

Volvamos a los orígenes para entender un poco más de qué se trata el camino del té. El primer tratado de té es de la época Tang, el Cha-ching o “Clásico del Té”, escrito por el poeta y esteta confuciano y taoísta, Lu Yu. Son tres volúmenes sobre el origen y cualidades medicinales de la planta, las variedades, los métodos de cultivo y preparación, así como una serie de disposiciones y utensilios para su mejor aprovechamiento. 

Los monjes budistas introdujeron el té en Japón después de estar en las cortes y monasterios chinos entre los siglos VIII-IX. Aunque la influencia china disminuyó en los círculos aristocráticos japoneses de la época Heian, en los templos se mantuvo la práctica de beberlo por sus cualidades medicinales, para prevenir el sueño durante la meditación y en ciertos actos religiosos. De hecho Chado, cuyo sonido chino es Sado, es abreviación de la frase budista ten cha ten, que significa “ofrenda de té para Buda o los espíritus ancestrales”. 

Desde el siglo XIII, los monjes devotos del zen en Japón preparaban y bebían el té como parte de sus prácticas ascéticas, creando el universo que se conoce ahora como ceremonia de té. Casi todos los Maestros de té tienen una relación con el zen. Incluso existe la expresión chazen-ichimi, “el camino del té y el zen es uno”, que indica el carácter de autodisciplina y experiencia espiritual que comparten. 

El monje zen Eisai en 1211 escribe el primer libro sobre el té en Japón, el Kissayôki,“La preservación de la salud a través del té” (basado en el “Clásico del Té” chino). También fue Eisai quien siguiendo las prácticas budistas chinas inició el ritual de ofrendar té en el altar de Buda y creó una ceremonia similar para las deidades del shinto, la religión autóctona japonesa. 

El té es un elixir que nutre nuestra existencia 
y ofrece un sublime camino que asegura una larga vida.  
Eisai. Monje zen. 

Cuenta la leyenda que este libro y un tazón con té llegaron a manos del entonces Shogún Minamoto Sanemoto cuando padecía graves malestares tras una gran ingesta de alcohol, y que al sentirse aliviado con la bebida se interesó en su estudio y su práctica. Entonces se inicia la estrecha relación entre la clase militar de la época feudal y los maestros zen a través de las enseñanzas y las prácticas de la ceremonia del té. 

Antes de convertirse en una ceremonia ritual como se conoce hoy en día, dentro de la corte y entre los señores feudales, era un entretenimiento de competencias para distinguir distintos tipos de hojas de té. Se intentaba emular a las famosas Ceremonias de Incienso de la época Heian, que persisten en la actualidad y que son competencias para diferenciar los distintos inciensos de origen japonés y los traídos de remotos y exóticos lugares como la India, el reino de Siam (hoy Tailandia, Camboya y Laos), entre otros. 

Los grandes maestros de té y artífices de la ceremonia que se práctica desde hace 500 años fueron tres monjes zen: Shukô, Jôô y Rikyû; los tres fundaron un linaje de Maestros de té que sobrevive hoy en día; los tres generaron en el acto del té un estilo de vida que busca el recogimiento espiritual, la expresión artística y el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. 

Los tres vivieron épocas turbulentas de intriga y de excesos dentro de los castillos de los militares shogunes que buscaban sobre todo unificar un Japón que iba consolidando su propia identidad con espada, sangre y disciplina. Los tres encontraron en la filosofía confuciana, en el misticismo taoísta, en la herencia del budismo chino y de la India, en la religión madre shinto, en el budismo zen japonés, en la poesía de los clásicos chinos y japoneses, los elementos que formarían la práctica del té. 

Hay más de una veintena de ceremonias de té distintas. Según la época del año, el motivo y los invitados, suelen realizarse dentro de un cuarto de madera, bambú u otros materiales (hay más de 15 estilos distintos) cuya característica común es el suelo hecho con esteras de paja, conocidas como tatami, que varía en tamaño según el diseño arquitectónico. También hay ceremonias para realizarse al aire libre y existen cuartos modernos donde la ceremonia se realiza sobre una mesa. 

La ceremonia más sencilla consta de una secuencia de alrededor de 120 pasos y dura alrededor de 20 minutos. También hay más complejas que transcurren durante cuatro horas y sus características dependen de la hora del día o la estación del año. En éstas últimas hay una delicada comida (kaiseki); dos rituales, uno para encender y otro para apagar el fuego que calienta el agua; dos tipos de dulces que se dan antes de cada té; dos tipos de té, uno condensado y uno ligero; y hay una conversación de apreciación estética entre el anfitrión y sus invitados sobre la caligrafía, las flores colocadas para la ocasión y los principales utensilios utilizados (cerca de 10 que están a la vista del invitado, incluyendo el tazón del invitado principal y/o  el resto de los tazones). 

La celebración de una ceremonia es el pretexto para que el anfitrión con uno o varios invitados compartan un tazón de té en un momento y un espacio que serán irrepetibles. Cada celebración envuelve una variedad de estilos y utensilios según la práctica individual de las distintas escuelas, que comparten similitudes en el origen del ritual y donde cuatro principios del espíritu del camino del té no deben faltar: armonía, respeto, pureza y tranquilidad.  

La ceremonia de té también es la representación de una danza y un ritual, imperceptible para un no conocedor, donde el anfitrión y los invitados participan. Por ejemplo, una ceremonia de té comienza así: el invitado, al llegar a la cita, deja todas sus pertenencias y cambia sus zapatos por unas ligeras sandalias normalmente tejidas con paja de trigo o arroz. Registra su nombre con un pincel en un cuaderno e irá a un cuarto de espera. 

En ese cuarto se reúnen todos los invitados, uno por uno se arrodillarán ante la caligrafía de un poema clásico o una pintura que el anfitrión ha colocado para la ocasión. Después, en círculo, beberán en una pequeña taza de porcelana de estilo chino un té de aromas floral (a veces es solo agua) frío o caliente (según la estación del año) que limpiará su paladar. 

Luego irán hacia el jardín y esperarán a que el anfitrión riegue agua en la senda de piedras alineadas irregularmente que conduce a la habitación principal donde será la ceremonia. Es el momento de levantarse y cruzar una pequeña puerta de bambú en medio del camino que es la división entre el mundo profano y sagrado. En el camino lavarán sus manos y su boca en un cántaro de piedra, igual que cuando se entra a un santuario shinto antes de inclinarse, ya purificados, ante los dioses.  

El jardín que cruzan se llama roji, “camino del rocío”. Su diseño varia pero siempre contiene un camino de piedras por el que se camina y admira el jardín de arena por un lado y la vegetación por otro: lo seco y lo húmedo, la muerte y la vida, el yin y el yang, la dualidad en el camino. 

Desde el Camino del Rocío 
hay una forma de estar fuera 
de este mundo tan impuro 
Por qué no entrar en él 
con nuestros corazones limpios de lodo terrenal. 
Sôgi, monje y poeta zen. 

Entrarán al cuarto de té arrodillados por un diminuta puerta. Es el gesto de humildad ante el espacio sagrado donde se llevará a cabo la ceremonia. Ahí no hay jerarquías, incluso en la época feudal, shogunes, señores feudales y samuráis dejaban sus espadas fuera. Una vez dentro, inmediatamente se va hacia la alcoba donde está colgado un rollo de caligrafía que es la sentencia zen que dará sentido a la ceremonia. En las casas antiguas y modernas, esa alcoba es el lugar donde se coloca el altar budista. 

Una delicada y sencilla comida se ofrece para preparar el estómago a la primera bebida de té condensado. La forma y los ingredientes tienen elementos tanto budistas como shintoístas y normalmente consiste en una sopa y tres platillos que se comen sobre una charola negra laqueada como la que suelen usar los monjes en los templos. Mientras se come, el anfitrión pasa por el lugar de cada invitado y ofrece vino de arroz, un trozo de pescado y uno de verdura en un ir y venir de movimientos. Esos alimentos simbolizan el mar y la montaña, la identidad de la forma de Japón. Es una ofrenda a los invitados, la misma que se da a los dioses del shinto desde la antigüedad. 

Los invitados salen un momento para luego volver a entrar. El cuarto tiene pequeños cambios de escenografía para presenciar la ceremonia del fuego que calentará el agua para el té. Es un rito breve donde se usa incienso que purificará el aire. Después, cada invitado en su lugar asignado recibe el primer dulce (panecillos de arroz rellenos de frijol dulce) que según la forma, el color y el nombre simbolizan la estación del año, una festividad de la semana según el calendario lunar, algún elemento de la naturaleza, incluso evocan la palabra de un pasaje poético de algún libro o poeta clásico. 

De nuevo salen y esperan en una banca hasta escuchar el sonido de una campanada que varía según la hora del día y la temperatura estacional, es el aviso de su regreso al cuarto. Un profundo sonido semejante al que se escucha cada madrugada en los templos budistas, evoca la fuerza yin durante el día o los días calurosos; un sonido agudo es yang para la tarde, la noche o las épocas frías.  

La caligrafía zen fue sustituida por un jarrón y flores de la estación. En el lugar donde se preparó la ceremonia para encender el fuego ahora están sobre una tabla laqueada en negro o de cerámica, la olla de metal con agua caliente sobre el bracero de cerámica y al lado una vasija de cerámica con agua fría. El anfitrión entra con un tazón de cerámica (que guarda en su interior un paño húmedo, una especie de cucharita alargada y un batidor de bambú), y un pequeño contenedor también de cerámica o de laca donde está el té en polvo. Los coloca frente al bracero y al contenedor de agua fría. Están presentes los 5 elementos: metal, tierra, fuego, agua y madera. Inicia la primera ceremonia de té condensado. 

Todos y cada uno de los utensilios son purificados con una serie de pasos, casi invisibles, de las manos con un pañuelo de seda cuadrado. El tazón de cerámica que se usa es el más formal y el de más alto rango en la gama de tazones de té que el anfitrión tenga. Normalmente se utiliza el estilo raku negro o rojo y hecho a mano en la forma tradicional japonesa desde hace 500 años por la misma familia y horno. Se agregan el polvo de té, el agua caliente y se baten. Polvo y agua, dos elementos opuestos se unen con el movimiento de la mano derecha en un tazón vacío tomado por la izquierda y hecho por las manos de un artesano.  

El tazón de té se gira dos veces (el sentido varia según la escuela de té) antes de que cruce el centro de la habitación para ser ofrecido a los invitados. La razón: el tazón tienen una cara que se dirige al invitado. Se vuelve a girar dos veces el tazón, se beben dos o tres sorbos de la bebida espesa, se gira de nuevo y se pasa de mano en mano entre los invitados. Todos repiten los mismo movimientos y beben del mismo tazón como un acto de comunión. 

Después de admirar los utensilios, el anfitrión y los invitados entran en una conversación de arte y estética sobre los mismos, sus características, quién los hizo, de qué tradición familiar provienen, el nombre poético que el artista o maestro ha otorgado a cada uno, etc. Después de esto se apaga el fuego y se ofrecen de nuevo un dulce y otro tazón de té, esta vez ligero. Cada uno de los invitados sale del cuarto y cruza de nuevo el jardín “del camino de rocío” pero en dirección contraria. La ceremonia ha terminado. 

Es difícil que quienes asisten como invitados a una ceremonia formal o no, sin estar familiarizados, perciban cada uno de los detalles del ritual que envuelve la preparación de un tazón de té  y que de manera muy breve he descrito. Es normal que se queden con una impresión equivocada puesto que no conocen los códigos ni la simbología que envuelve cada paso y escenografía hecha por el anfitrión. 

Por supuesto que alguien con sensibilidad artística y estética quedará impresionado pero solo notará una ceremonia por demás solemne y no dejará de sentirse intimidado por cada gesto que pueda llegar a hacerse, ya que seguirá sin saber el sentido que tiene, ni podrá darse cuenta de los ciento y tantos movimientos que ocurren ahí. Mucho menos lo que tiene que hacer. Incluso el sabor amargo del té le puede parecer totalmente extraño y desagradable. 

Pero el maestro o anfitrión no esperan lo contrario. Pues el origen y fin último, como se menciona al principio, es ofrecer té en agua caliente en un tazón de cerámica. Eso sí, el anfitrión y sus invitados con el corazón purificado. 

Muchos sabrán 
del camino del té 
palabras, gestos. 
Con el corazón pocos 
lo sirven —o ninguno. 
Rikyû, gran Maestro y fundador de Chanoyu 

*Monserrat Loyde. Vive en Kioto, Japón. Ceramista, restauradora de antigüedades e internacionalista. Escribe en distintos medios sobre política, arte, cultura y sociedad japonesa. Es aprendiz de ceremonia de té y caligrafía desde 2011. 

Twitter: @lamonse
Instagram: @porta.ceramica@lamonse 

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