viernes, marzo 29 2024

por Luis Conde

-¡Diles que no me juzguen, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles!

Quizá Juan Rulfo hubiera escrito algo parecido en estos días ante la incesante vigilancia de los policías de lo correcto en el contexto en el que nos metimos sin darnos cuenta.

¿Cómo reírnos de nosotros mismos en esta época de lo políticamente correcto?

No me refiero a la comedia ni al humor negro –ya habrá espacio para tocar ese tema–, hablo de este mundo donde no podemos caminar, hablar o reír sin que alguien resulte ofendido por nuestra naturaleza burlona. Porque seamos honestos; nos encanta burlarnos de nosotros mismos, pero también de los demás. Y así se siente más sabroso.

Por desgracia, en estos tiempos donde los jueces se escudan detrás de las redes sociales, el humor, el buen sentido del humor, se encuentra siempre bajo escrutinio, y en el peor de los casos, en peligro de extinción.

Para el colmo de males, la intelectualidad del sentido del humor está quedando rezagada entre el vaivén de opiniones, correcciones y grupos de ofendidos que se han apoderado de la opinión pública.

Pese a quien le pese, el buen sentido del humor es incómodo y es característica de una mente más o menos brillante.

¿Quién no ha estado en una reunión de intelectuales sin una recomendable dosis de humor? Generalmente el encanto de una persona radica en qué tan bien maneja la ironía de forma natural.

No podemos negar que el saber reírnos de las situaciones, por trágicas que sean, agrega una dosis de atractivo, pero es aún más innegable el hecho de que para saber reírse hace falta saber mucho.

Y no es cuestión de encerrarse ñoñamente en una biblioteca, pero sí es necesario saber sobre lo que sucede en el mundo, o al menos en el contexto donde a diario nos desenvolvemos.

Pero, ¿cómo es que nos movemos en un camino que parece no tener retorno?

Muy fácil. La modernidad nos alcanzó mucho antes de lo que pensábamos y no se parece en nada a lo que teníamos en mente.

Esta nueva era le dio un megáfono a quienes antes, ni en sueños, tendrían acceso a emitir opiniones y mucho menos imponer su verdad sobre otros.

Se trata, en términos simples, de meras opiniones y puntos de vista que se habían perdido en un mar sin límites y que ahora cobran relevancia por el hecho de ser expresadas.

Es, sí, una calamidad. Ya lo escribió el brillante Umberto Eco poco antes de encontrar la muerte, cuando condenó el papel de las redes sociales y cómo éstas dan voz a lo que llamó “una legión de idiotas”.

Hoy, en la extraña modernidad, esta legión (la de los idiotas) parece haberse apropiado de lo que debería (y lo que no) causarnos gracia. De lo que debería hacernos reír. De lo que debería provocarnos apuntar con el dedo a la víctima que el azar eligió para saciar nuestra sed de burla.

Porque si hay algo que no queda muy claro todavía es que el hecho de hacer burla de la suerte de alguien, especialmente si esta es mala, no es un crimen, aunque los partidarios de la modernidad insistan y se desgasten en decirnos lo contrario.

La burla es una expresión natural. Reafirma nuestra satisfacción y posición privilegiada de saber que, por ahora, no somos los que sufren el infortunio de saberse poseedores de una suerte que pone el pie.

La burla también es gozo, pues es capaz de arrancarnos carcajadas al ver que alguien más fue víctima del mal agüero del que nos advertían las abuelas. Y hoy, en este momento, le toca a alguien.

Si no es usted, siéntase afortunado, pero no ande tan confiado… quizás la siguiente víctima del destino sea usted. Y entonces desatará las burlas.

Pero puede también que le toque hacer burla de alguien negro. O de alguien en silla de ruedas.O de alguien con una discapacidad. O de alguien que esté en una situación “vulnerable”. Y no se reirá de ello, sino de su infortunio (sí, ese del que nadie se libra) y entonces usted será una presa. No de la risas, pero sí de los policías de lo políticamente correcto. Y ahí sí hay que andarse con cuidado.

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About Author

Luis Conde

Incipiente lector. Defensor del lenguaje. Coordinador de Sala de Prensa de la Facultad de Comunicación de la BUAP. Peganotas que aspira a editor en 24 Horas Puebla.

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