por Cecy Rendón
Hace muchos años conocí a una mujer que la buena sociedad conservadora calificaría de “hippie loca”; una mujer que jamás combinaba su ropa, vestida con los típicos colores de las telas orgánicas tejidas a mano, con la delgadez que acompaña al veganismo y el cabello jamás peinado. Sin maquillaje, y por supuesto, divorciada de los tacones.
Dicho personaje se dedicaba a ayudar perritos de la calle: los llevaba a su casa, les brindaba atención veterinaria, los bañaba y ponía guapos, para después, buscarles un hogar amoroso donde vivieran felices el resto de su vida.
En los escasos eventos sociales en los que llegamos a coincidir, la discusión siempre era la misma. La mujer mostraba fotos de los perritos con el afán de enamorar a un prospecto de dueño y las críticas de inmediato le llovían… “Gastas mucho dinero en perros de la calle”. “Hay tantos niños pobres que necesitan ayuda”. “Por qué no dedicas ese tiempo y ese dinero en ayudar a personas”. “¿No te sientes mal de ayudar a los animales cuando hay niños pidiendo dinero en la calle?”… Y así comenzaba el debate, normalmente sugiriéndole causas mas “nobles” que la suya.
La respuesta de aquella paciente mujer siempre fue la misma “¿Por qué no ayudas tú a los niños de la calle (mujeres desprotegidas, ancianos enfermos o cualquier otra causa sugerida)? “A mí me gusta ayudar a los perritos, pero si todos ayudáramos a una sola causa, el mundo sería un lugar mejor para todos. No puedo ayudar a todos, pero sí puedo ayudar a los perritos.”
Nunca pude evitar conmoverme hasta lo más profundo con esa visión tan altruista y práctica. Ella tenía absolutamente toda la razón. En el mundo existen una infinidad de necesidades, en todos los aspectos… animales desprotegidos, selvas y bosques que son despiadadamente talados, matanzas en los océanos, cambio climático, viejitos enfermos y abandonados, niños enfermos, niños abandonados, mujeres abusadas, madres solteras, personas con enfermedades mentales, personas con capacidades diferentes, grupos que sufren de injusticia social, grupos que sufren discriminación racial, desastres naturales, guerras, hambrunas… y ponemos seguir la lista casi hasta el infinito.
No hace falta decir que es imposible para una sola persona, empresa u organización, resolver todos los problemas del mundo. Lo que sí es posible para cualquier persona es escoger UNA causa, solamente una, y dedicarle algo de tiempo y/o dinero, solamente a esa causa.
Personalmente creo que no existen causas pequeñas, todas son importantes y generan un impacto. Sin importar la necesidad que elijas, y los recursos que puedas dedicarle a ayudar en una pequeña parte esa necesidad, estarás abonando a mejorar la vida de alguna persona, ser vivo o zona ecológica; serás parte de la solución, estarás colocando tu ladrillo (sin importar lo pequeño o grande que sea) para construir un mundo mejor… pero además podrás tener paz mental.
Cuando te dedicas a ayudar en aras de una causa, puedes liberarte del espacio mental que ocupa la culpa de no hacer nada por toda la infinidad de necesidades que no puedes resolver. Porque se necesita tener el alma demasiado fría, demasiado vacía o superficial, para ver el infinito sufrimiento del mundo, no hacer nada, y no sentirse, al menos, un poco responsable.
No puedes ayudar a todos, pero sí ayudar en algo, lo que sea, y ese algo generará un cambio positivo en el mundo.
Mi causa como escritora es obviamente la lectura. Yo no tengo las habilidades que se requieren para poder ser útil en una enorme cantidad de causas, pero sí puedo ayudar a que más niños y jóvenes de México se acerquen a la lectura, a los libros y a la educación.
Esa es mi causa, y mi proyecto se llama Sembrando Lectura.
Te puedes sumar conmigo, puedes iniciar tu propio proyecto o te puedes contribuir a la enorme cantidad de organizaciones altruistas que existen y que siempre necesitan manos y recursos… pero lo importante es que te sumes para ayudar a resolver UNA necesidad.
¿Cuál es tu causa? Y más importante aún: ¿Cómo vas a ayudar en la causa que elijas?
