jueves, abril 18 2024

Por Dorsia Staff

Los pasillos de los hospitales son lugares fríos. No existe alguien a quien le guste ir y venir por los corredores en los que diariamente pasan personas en busca de alivio a un dolor. 

Muchas de esas personas pasan semanas, hasta meses, yendo y viniendo por los largos pasillos para visitar a sus enfermos. La salud es el bien más codiciado por el ser humano. Por los que tienen todo y los que no tienen nada.  

La oficina de la dirección está en un piso cuya vista da hacia dos cuadrantes de la ciudad. Desde la terraza se observa cómo va cambiando el mosaico social. Cerca, colonias y casas que han visto pasar el tiempo. Más allá, moles nuevas que se yerguen en la zona exclusiva de Puebla.  

Karen Berlanga tiene unos ojos que pueden succionar a cualquiera. Parece una mujer dura, una dama de hierro. Ella despacha en esta oficina desde septiembre del año pasado, en la dirección del ISSTEP.  

Pero antes de llegar a instalarse en su escritorio, Karen pasa por esos pasillos que uno nunca quisiera caminar pues, por más que uno pueda ser hipocondríaco, a nadie le gusta sentir el frío de un hospital, sin embargo, nadie está exento de caer en cama alguna vez.   

Es el lugar en donde los trabajadores del estado encuentran un bálsamo, la cura, en muchos casos hasta la prolongación de una vida puesta en peligro, y Berlanga no parece, se ve feliz entrando desde urgencias: en donde los paramédicos y demás doctores de guardia la saludan, con respeto, sí, pero mejor dicho con esa calidez que sólo se le brinda a la gente que nos agrada.  

Con paso firme y siempre atenta, asomándose aleatoriamente en los cuartos de cualquier piso, la directora piensa que estar ahí es otra victoria. Le gusta pensar en esa palabra: “victoria”. Tanto le gusta que así bautizó a una de sus hijas: Victoria.  

Victoria en honor a los héroes de la revolución cubana.  

¿Qué tiene que ver Cuba, Fidel y El Che, con el ISSTEP, los enfermos, los médicos y política? En Karen tiene todo que ver porque se reconoce a ella misma, no como una experta en seguridad nacional o una abogada o una estupenda funcionaria, sino como una mujer revolucionaria.  

Es complicado asumirse así. Más en un estado como en el que vivimos; tan conservador, tan históricamente pandeado a la derecha. Tan cuidadoso de las formas. Tan arraigado a los usos y costumbres, a sus dogmas.  

Años atrás, esta misma mujer ocupaba un lugar dentro de un salón en Georgetown. Estudiaba algo que pocas mujeres estudian; menos las mujeres poblanas. Una cosa “de hombres” aquí y allá. En el aula no había más de cuatro o cinco mujeres. Muchos hombres, casi todos relacionados con la milicia, hablaban sobre estrategias de seguridad de altos vuelos: armamento, aviones, códigos secretos, inteligencia. El mundo cambió un once de septiembre del 2001. También las estrategias de seguridad.  

Karen estaba ahí con el afán de ir un paso adelante de todos aquellos que se quedaron en Puebla. Ella creía que a su vuelta serviría a su ciudad, a su estado, a su país. La cosa era que esa ciudad, que los gobernantes de esa ciudad entendieran que la seguridad nacional no es lo mismo que seguridad vial o ponerse al frente de la policía.  

Estamos hablando de inteligencia, de aviones, de bombas, de minas, de manejo de crisis. Puebla entonces era otra y era la misma. Quien no conoce París no extraña París y quien no ha leído a Leído a Carpentier no entiende ni le interesa saber quién carajo es Carpentier.  

Pero la vida es una constante suerte de adaptación. Así hemos llegado a sobrevivir como especie, y siendo mujeres, a destacar como tales.  

Karen Berlanga habla, en efecto, como si fuera comandante. Se adueña de la conversación si el interlocutor se distrae. Eso sería chocante si no tuviera algo inteligente que decir, pero Karen sabe demasiado porque desde que perteneció al “Grupo Finanzas”, encabezado por el extinto Moreno Valle, ha visto y oído y padecido demasiado.  

Ese grupo, al que ella abonó con sus conocimientos y  pasión, fue sufriendo una metamorfosis. Se convirtió en lo que después se conocería como el “morenovallismo”, del cual Berlanga fue, literalmente, expulsada. 

La lealtad, al parecer (y luego se confirmó) nunca fue el fuerte de los “Camaradas Ferragamo” que tomaron el Estado por más de ocho años. El golpe fue brutal para la comandante Berlanga. Tanto así que se tuvo que exiliar en busca de consuelo y nuevos bríos en otro tema que la subyuga: la lucha contra la corrupción, ahora desde el escenario del gobierno federal.  

El huracán #Rafagobernador se volvió tormenta tropical con la llegada de Tony Gali. Berlanga se mantuvo sitiada en su posición porque el 2018 fue una temporada de incendios. Los arcanos echaron la suerte y Martha Erika Alonso llegaría al poder para prolongar la agonía de muchos que fueron defenestrados y perseguidos por su marido. Karen supo que en ese barco tampoco había sitio para ella. Sólo como polizonte, actuando con sigilo, recordando lo aprendido en las aulas de Georgetown… 

Estaba consciente que la vida en Puebla sería intransitable para ella, pero el 24 de diciembre todo cambió. 

El maestro Pacheco abrazó la causa de Karen y la puso en una posición, sino privilegiada, justa. Justa para ella, pues tendría la oportunidad de sumergirse en los lodos que amenazaron con hundirla. Desde la contraloría sentó al morenovallismo sobre sus rodillas y le generó arcadas porque en sus propias palabras “nunca se había visto tal cochinero en las cuentas de un gobierno que desde el exterior parecía impoluto”.  

Karen tuvo entonces en sus manos la posibilidad de propinarle el tiro de gracia a sus victimarios, sin embargo, la victoria no se consuma en la aniquilación, más bien en la justicia.  

Su trabajo como contralora quedó en suspenso cuando Luis Miguel Barbosa la movió al ISSTEP. ¿Qué tiene que ver la frialdad de los números con la calidez del bienestar social? 

¿Qué las cuentas con la salud? 

A los ojos de los neófitos no tiene nada que ver, y para quienes conocen la trayectoria de Berlanga, tampoco. Pero así como la línea recta es la unión de varios puntos, así la seguridad y las cuentas se emparentan y conversan con instituciones como la que hoy encabeza.  

Los pasillos de los hospitales son lugares fríos. No menos que las oficinas de la contraloría o las aulas en donde alguien se especializa en temas de seguridad nacional.  

En cualquiera de los tres casos lo que hace falta llevar a esos espacios “a la victoria”, es sangre caliente y una mirada que pueda tanto succionar como abrazar a los demás.  

Todo cobra sentido cuando converge en un solo plano: la pasión con la que te trepes al barco que te toque capitanear.  

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