martes, abril 23 2024

Tala / Alejandra Gómez Macchia

Señal de tener gastada la fama propia es cuidar de la infamia ajena

Baltasar Gracián

Violeta Lagunes, quien increíblemente fue diputada federal en otros tiempos (sus mejores, dicen) protagonizó uno de los espectáculos más lamentables al planear, junto con Edgar Moranchel y Freddy Erazo, abogado de Alejandro Armenta (en medio de un ruido de moscas de carnicería y copas de ron Añejo Potosí) un atentado artero en contra del candidato Luis Miguel Barbosa.

La trama es digna de un sesudo estudio psiquiátrico, y es que Lagunes (acostumbrada a lanzar latas de Coca-cola a los que en su consabida paranoia considera “enemigos”) y desde su terco afán de abandonar su condición de paria política, pergeñó de manera alevosa, junto a sus secuaces, la forma más sórdida de acabar con la vida del hombre que seguramente llegará a Casa Puebla pese a las embestidas de ese otro deschavetado llamado Alejandro Armenta.

“Una vacuna de miel”, dice Lagunes.

“Una inyección. Lo llevamos a Atlixco, y que alguien le ponga “algo” en la comida. Una dosis de dulce”.

Lo que parece una conversación chacotera, deja de serlo en el momento cuando se analiza el contexto: la sola idea de externar un plan, es decir, que la intención se desvele y se ponga sobre la mesa, convierte a estos tres personajes en conspiradores reales cuyo fin ulterior es hacerle daño a un tercero.

Ni a Lagunes ni a Freddy ni a Moranchel les alcanzó el cacumen para detenerse un momento antes de lanzar esputos, ya que después de lo sucedido con Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle, el ambiente quedó “tocado”.

Una vez exhibida la conspiración, la señora Lagunes no vio otra salida más que montar una escena lacrimógena en la fiscalía… desesperada, e intentando victimizarse y amarrarse el dedo a como dé lugar, llegó a las oficinas entre los jóvenes reporteros que musitaban entre sí: “ahí viene esta carretonera a tratar de limpiar el estercolero”.

Y tenían razón: la ex diputada federal –mejor conocida en las cloacas políticas como “Violenta Lagunes”– arribó al lugar –ora en su papel de “La pelangocha poblana”–  buscando los reflectores que la abandonaron desde el momento que el resentimiento y los lípidos se sitiaron en su epidermis.

Los reporteros se solazaron en el morbo admirando el patético show de la “conspiradora del almíbar”, quien gritó anegada en mocos (se la pasó tuiteando que tenía gripe) que exigía una prueba pericial para demostrar que los infamantes audios habían sido alterados (el viejo truco marinista “es mi voz, pero no es mi voz”).

Las horas pasaron. Los mariachis callaron y los reporteros acabaron por retirarse asqueados de esa mezcla rara de piloncillo y mierda.

Son las siete de la mañana del día siguiente y a Violeta Lagunes le salen raíces de ahuehuete en los pasillos de la fiscalía.

¿Qué soñó, si es que pudo conciliar el sueño en una silla de vinil?

Soñó con latas de coca-cola volando en un cielo aparente.

Se vio atrapada en una colmena de miel.

Se vio nadando en la pantagruélica poza de chocolate blanco de Willy Wonka.

Se vio atendiendo un changarro de Espejitos de Santa Clara en la calle que desemboca en La Victoria.

Vio su mano abriendo una puerta hacia el bosque de Hanzel y Grettel. Una mano llena de hormigas, como la mano de Buñuel en “Un perro andaluz”.

Pero esto no es una historia surrealista.

Es la realidad de la canalla política poblana.

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