jueves, marzo 28 2024

Por: Marisol Álvarez-Tostado Fernández

¡Ay, las mujeres!, dicen los borrachos en el bar.

Pinches viejas buenotas, dicen los albañiles en la obra.

¡Mamacita!, exclaman extasiados los panaderos recién a las 6:30 de la mañana.

Te presento a mi vieja, dice orgulloso el ranchero.

Enamórala y después hazle lo que quieras, dice el tratante de blancas.

Ésta está buena para una cogida, dice el niño fresa.

Sigo yo y después yo, dicen los violadores con el pene bien dispuesto.

Somételas para que entiendan, dice el Estado.

La iglesia dice: es pecado tener relaciones antes del matrimonio y aun más pecado es tomarte una pastilla anticonceptiva.

La Secretaría de Salud dice: si tienes relaciones, ¡cuídate! y solo regala condones en los centros de salud.

La familia muda dice: no hablen de sexualidad en los libros de texto que eso nos toca a nosotros.

¡Puta!, grita la sociedad. ¡Zorra!, señalan las mujeres.

Tiene la moral distraída, dicen los novelistas.

Cojan todos con todos y todo el tiempo, exponen los cineastas.

Habla la biología: ¡Reprodúcete!

Lo amo, dice el corazón.

Ese bebé no es mío, dice el amante.

¡Trabaja, huevona!, dice el marido alcohólico.

Mantenlos tú, dice el padre ausente.

Y al final habla el Estado: criminales son las que abortan.

El frío de la plancha de acero le cala hasta los huesos. La desnudez envuelta apenas con una bata de algodón no alcanza para contener su vulnerabilidad. Las piernas bien abiertas mostrando ese agujero por donde se coló la vida. Las pinzas que buscan, que jalan, que exterminan… siente un dolor agudo. La anestesia no hizo bien su trabajo. El dolor se intensifica hasta llegar a su corazón.

Las lágrimas no paran de salir de los ojos que observan el cuartucho gris de luces escasas. Ahoga un grito, no tiene a nadie que la sostenga de la mano. Una voz masculina le ordena: «no te muevas que ya casi termino». Respira el aire denso de aquel lugar nada ventilado. Las pinzas se internan aún más dentro de ella, siente un desgarro, la voz masculina masculla «chingados, te dije que no te movieras». La sangre encuentra un camino de salida por aquel agujero, lo rojo que extingue dos vidas.

El aborto es un tema doloroso y complejo que se aborda bajo una perspectiva evidentemente reduccionista. El debate se instala en un “sí” o en un “no”; en un estar de acuerdo o en estar en desacuerdo, y las principales lupas bajo las cuales se analiza el tema son la moral y la defensa de la vida, y a partir de éstas se legaliza de una forma miope y coja,
 y mientras tanto, en el debate, las voces masculinas hablan, discuten, deciden sin escuchar y sin observar.

Ellos dirigen la mesa de la discusión. Ellos que no entienden ni siquiera de dolores menstruales dictan leyes por un lado y por el otro acallando las historias que desgarran  el cuerpo y la vida de tantas niñas, de tantas adolescentes, de tantas mujeres. Es el grito de culpabilidad que penetra la vagina, mientras el pene se esconde de una manera vil y cobarde.

Todo se engloba en un rotundo “no” bajo ese discurso simplista, mediocre y lleno de lagunas en donde, si se está a favor de la vida, se está a favor de la muerte de tantas mujeres que abortan en situaciones infrahumanas, y aclaro: estar a favor de la legalización del aborto no es comprarles un FastPass a nuestras niñas, a nuestras adolescentes, a nuestras mujeres.

Legalizar el aborto es darles la oportunidad de vivir esa experiencia de dolor con dignidad. Abortar no tiene nada que ver con el verbo castigar ni con el sustantivo putez, y menos con la palabra maldad. Según el Código Penal Federal una mujer que aborta es una criminal que merece la cárcel, y las razones que da me recuerdan más a un misal de mi abuela que a las le- yes de un país que transita en el siglo XXI.

Las mujeres que abortan recibirán una pena de 6 meses a 1 año de prisión si la madre no tiene mala fama, si la madre ha logrado ocultar su embarazo o si es fruto de una unión ilegítima pero, la pena se incrementa de 1 a 5 años en otros casos, por ejemplo, si la mujer tiene mala fama, si no ha ocultado el embarazo o si es fruto de una unión legítima.

Imaginen medir y castigar una “mala fama”, criminalizar el que no se haya ocultado el embarazo o repeler una noche de pasión. Estas razones parecen ser del tiempo de la cacería de brujas, pero muy lejanas a las leyes generadas por personas pensantes.

¿A quién le importa qué haga y cómo se comporte una mujer?

¿Si gritó al viento el hecho de estar embarazada o lo lloró en la privacidad del baño?

¿Y si el fruto es producto de un encuentro clandestino?

No señores, estas razones le pertenecen por derecho propio a la mujer y no son para un señalamiento público y menos legal.

Lo que está en discusión es ofrecer un proceso quirúrgico en un ámbito de salud y de higiene en el momento en que lo decida la mujer; no estamos pidiendo permiso y menos perdón. Estamos exigiendo los derechos que nos corresponden como seres humanos y como ciudadanas.

¿Es un tema complejo? Sí. Es un tema que debe tratarse bajo diversas perspectivas que incluyan la salud, el tema social, económico, psicológico, cultural, pero sobre todo, bajo el tema de dignidad y de libertad.

Yo estoy a favor de la vida, por eso digo “sí” a la despenalización y a la legalización del aborto y digo “sí” a la educación sexual.

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