miércoles, abril 24 2024

Por: Mario Alberto Mejía

Rodrigo Abdala, el fracasado súper delegado de Puebla, padece el síndrome de los zombies de Sahuayo.

A su palidez natural ha sumado la palidez del burócrata pasmado.

Hace unos días pasó caminando por Plaza Solesta al mediodía.

Iba con un gesto aparentemente imperturbable aunque en realidad su expresión sombría revelaba cosas ominosas.

Por ejemplo:

Que pasan los días —las semanas y los meses— y no termina de armar el padrón de beneficiarios de los programas sociales. 

Que pasan los meses —los días y las semanas— y su equipo de porros se dedica sólo a hacer negocios.

Negocios, faltaba más, a la sombra del poder.

Todos sus colaboradores ya estrenaron camionetas y presumen la Cuarta Transformación en bares y piqueras.

Pero de entre las muchas irregularidades hay una que mata todas:

Su hermano Jorge —Jorge Abdala— es una especie de encargado de la antigua delegación poblana de Desarrollo Social —hoy llamada Secretaría del Bienestar.

Dicho personaje entra, sale y toma decisiones sin tener cargo público alguno.

Le basta —faltaba menos— con ser hermano del Súper Delegado y sobrino político del director general de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett Díaz.

Así lo presume a la menor provocación.

En el México anterior a la Cuarta transformación la conducta de Jorge Abdala era parte de la normalidad en la que se movían las cosas.

A partir del 1 de diciembre de 2018 cambió todo, y gestos como éste no son tolerados por el nuevo gobierno.

Cómo olvidar la misiva que hace unos días hizo circular el presidente López Obrador en el sentido de que ningún familiar suyo está autorizado para pedir favores a los funcionarios de todos los niveles.

Rodrigo Abdala haría bien en releer la carta y entender el mensaje cifrado.

Y es que si el presidente no se da esos lujos, él, como súper delegado, tampoco debería permitírselo.

Jorge Abdala, es claro, no trabaja en el gobierno federal.

Y si lo hace, no tendría que tener como jefe directo a su hermano, pues habría un conflicto de interés clarísimo.

El nepotismo duerme en el baúl de los sueños desde la época de López Portillo.

O así nos dijeron.

La duda mata:

¿En carácter de qué despacha como encargado de la antigua delegación de Desarrollo Social?

¿En carácter de qué cobra su salario?

¿En carácter de qué gira órdenes a los funcionarios que ahí trabajan?

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