miércoles, abril 24 2024

E

n un departamento adaptado como estudio, dos mujeres trabajan con materiales sumamente inflamables. Algunos llegan a ser tan tóxicos que, de usarse incorrectamente, generan daños irreversibles a la salud (como es el caso del antimoniato de plomo,  mejor conocido como “Amarillo Nápoles” en el vocabulario del artista)

Las malas lenguas cuentan que Francisco de Goya lamía sus pinceles mientras trabajaba, y de tanto lamer cerdas su piedra de la locura creció desmesuradamente y se tiñó de ese tono pálido que sirve para dar luz y volumen a una piel sobre el lienzo. 

Las dos mujeres llegan temprano a su estudio ubicado en Cholula y lo primero que ven es una serie de imágenes conocidas: por ahí, recargado en la pared, está un Che Guevara encabronadamente rojo. Más allá, sobre la mesa, descansa la Venus de Boticelli que se ha mandado a hacer un tatuaje en el hombro. Al fondo, junto a la cocina, se asoma una pareja inquietante compuesta por una señora muy severa de cabello recogido y un señor calvo de lentes que sostiene en su mano derecha un tridente. Es el espíritu de Grant Wood que toma café o matcha en la barra donde cada día se sientan las dos mujeres a conversar entre ellas y planean la mejor forma de rendir un homenaje digno a los grandes maestros que tanto admiran.

Ellas, las dos mujeres, comparten algo más que su afición por la pintura. Ellas, las dos mujeres, comparten hasta el nombre. Carolina y Carolina.

¿Qué tiene que suceder para que una coincidencia deje de serlo y sea algo premeditado? No hay. No existen las coincidencias buscadas. Lo que sí existen, y ya lo dijo claro y fuerte Goethe, son las afinidades electivas.

Carolina Berra no buscó a Carolina Gálvez, ni viceversa. El azar dio un golpe de dados y las llevó a converger en un mismo punto sobre el plano. Y el plano, en este caso, es un proyecto híper ambicioso: recrear y transportar al presente las más imponentes obras del pasado.

¿Copistas?

Hace poco la revista Vanity Fair dio a conocer la historia de unos usurpadores de arte que tenían una red de tráfico constituida por un español de lengua larga, una mexicana de estatura corta y un chino listo y talentoso que pintaba Pollock’s y Basquiat’s sin ser él Jackson Pollock o Basquiat, sin embargo, su fina técnica logró confundir a los mejores corredores de arte en Nueva York, quienes pusieron a la venta las piezas en sus galerías y lograron acomodarlas a precios de locura: los precios obscenos de un Pollock o un Basquiat.

Al poco tiempo llegó la bonanza, la riqueza, la gloria, y estos tres personajes se hicieron famosos por las “joyas” que movían en el mercado del arte. ¿Qué pasó después? El chino cometió un error: en uno de sus Pollocks lo firmó sin incluir la “c”, y se desveló el engaño. Al final, el español pudo huir del castigo y regresó a Madrid, el chino volvió a las calles de su país natal a pintar cuadros mediocres de su autoría, y la única que fue a parar a la cárcel es la mexicana.

Esta anécdota viene al caso por una razón: el chino logró engañar a los expertos con sus copias de cuadros originales. El error radicó en la falta de respeto intrínseca del chino al no ponderar el trabajo de otros, y peor si esos “otros” son nada más ni nada menos que iconos de su generación.

Contrario a lo que las voces maledicentes dicen, lo que hacen Carolina Berra y Carolina Gálvez no es un plagio sino un homenaje. Es reconocerse en ciertas obras pensadas y ejecutadas por otros, con un toque personal y único. El colectivo Berra-Gálvez recurrió a un tono específico como sello que caracteriza esta colección; utilizan el rojo (en todo su espectro) para, literalmente, incendiar y encender obras que se consideran clásicos de la pintura, y algo más: añaden un elemento ajeno (y moderno) para refrescarlas y situarlas en otro contexto: la era digital.

Así que no debe sorprendernos si al ver a la Monalisa roja, encontramos en su muñeca un iWatch. O que la indígena de los alcatraces de Diego Rivera traiga puestos unos audífonos. O que del ojo-sol-lámpara del monumental Guernica cuelgue un foco en espiral de LEDS.

Platicamos con las dos Carolinas sobre su trabajo en colectivo y de esta desafiante (y rojísima) colección.

Alejandra GómezMacchia: No es fácil trabajar en un proyecto artístico en conjunto, ¿cómo doman el ego?

Carolina y Carolina: El ego lo tenemos bajo control con recursos propios. No estrictamente en la posición de artista, sino de compañeras, socias y mejores amigas. Ambas lo domamos muy bien sin mucho problema y tenemos una máxima que ayuda: Ver todo, disimular mucho, corregir poco. Nos es mucho más valiosa la cercanía y la tranquilidad, que el renombre y la remuneración de éste.

AGM: Se llaman igual, tienen la misma pasión por el arte ¿qué más tienen en común las dos Carolina?

CyC: Se llama empatía. Es una cuestión energética. Estar con “Carolina” es como estar en la comodidad de la soledad; sin artificios, sin pláticas obligadas ni silencios incómodos. Podemos sensibilizar cuando es necesario un retiro entre las dos sin siquiera hablarlo y nos alejamos mansamente. Sabemos cuándo requerimos de espacio, pues es en esa clausura donde encontramos la posibilidad de creer, de crear y de crecer. En lo personal, valoro mucho la conmovedora deferencia, la estremecedora indulgencia que tiene conmigo y mis altibajos de humor.

AGM: ¿Cómo surge la idea de esta colección?

CyC: Hace mucho tiempo soñé que estaba en una prístina iglesia atiborrada de ángeles cachetones y un ataúd en el medio en el que no me veía, pero sabía que ahí estaba yo. Todavía puedo recrear la atmósfera, el silencio era sepulcral y todo era rojo. Lo recreé cuando desperté y luego lo olvidé, como se olvidan casi todos los sueños. Otro día, en esa quietud del estudio, pintando y con -el rapto del Serrallo- como acompañamiento de fondo, lo recordé y cruzó la idea de plasmar mi sueño en el lienzo. Me agradaba la idea porque siento un placer exacerbado cuando deslizo el rojo cadmio por el fondo pulcramente blanco. El libro Rojo y Negro de Stendhal en mi mesa de noche que leo y releo con fruición, también me envió un mensaje. Luego de eso, hicimos la primera colección de 20 piezas, ¡que se vendió sin que la mostráramos al público! Ahí ya no quedaron cabos sueltos. Supimos el camino a seguir. Basamos la realidad en el sueño y el sueño en la realidad.

AGM: ¿Qué se siente interpretar a los grandes de la pintura. ¿Han soñado con los pintores que recrean?

CyC: Es un reto. Es aprendizaje, experiencia y oportunidad. Un atrevimiento que nos enseña y nos da oportunidad de charlar con el autor original sobre los más íntimos resquicios de sus creaciones. Y no, no nos han visitado en ese plano todavía. Aunque ambas preferimos la imaginación a la fantasía, aceptamos con libertad y sin reservas todo lo que ofrecen los sueños aún en las cosas más inmodestas.

AGM: ¿Qué les diría Picasso o Dalí si vieran su obra intervenida en rojo?

CyC: Trabajamos con la paciencia y la conciencia en la misión de hacerlo digno. Pero sobre todo con sentimiento, y eso se transmite. En su inconmensurable sensibilidad, seguro que lo sentirían y lo aceptarían con beneplácito. Satisfechos de comprobar que a través de los siglos, llegaron a la contemporaneidad viendo su legado desarrollarse sin transformarse.

AGM: ¿Cuál de las obras que han recreado les costó más trabajo?

CyC: Todas tienen un grado de dificultad en sí por ser de grandes personajes del arte. La respuesta correcta sería: ninguna ha sido fácil, pero todas han sido amables. Sobre todo, aquellas que obligan a conjugar la pasión con la inteligencia y la habilidad, uniéndolas como en un monograma.

AGM: ¿Las ha vencido un cuadro? Es decir, que ya lo tengan manchado y no hayan podido terminar?

CyC: No. Tenemos la disciplina como rigor. No se comienza nada si no se ha culminado el anterior por muy complicado que éste sea. Y haciendo honor a la verdad, ni siquiera nos ha cruzado por la mente dejar inconclusa alguna obra.

AGM: ¿Cómo es un cliente ideal?

CyC: El que conjuga pasión y conocimiento sobre la materia. El que aprecie al arte como algo sublime y comparte con el mismo azoro y la misma mirada alucinada que un niño (que es sabio). El amante ultra ortodoxo de lo bello y perfecto. Y si tiene solvencia económica, entonces, es un cliente ideal.

AGM: ¿Han rechazado alguna oferta de hacer obras que no les vibren?

CyC: Sí. Como cuando nos piden hacer la obra en azul y nuestra propuesta es en rojo. (Sic)

AGM: ¿Alguna vez se han quedado con las ganas de recrear una obra que la otra haya escogido?

CyC: No, porque cada quien hace sus selección de obra a realizar. Y si nos gusta mucho, buscamos algo similar.

AGM: ¿Qué criterios siguen para seleccionar qué obra hará cada una?

CyC: La maniobrabilidad de cada una es distinta. Una es híper activa y por consiguiente toma las obras que requieren la pincelada más suelta. La otra tiene más tiempo y más paciencia para estar en el caballete por horas y horas trabajando en un sólo detalle.

AGM: ¿Es difícil vender la obra cuando se presentan ante el cliente y ven, por delante, que son mujeres guapas?

CyC: Todo suma y siempre puede ser una herramienta que capitalizamos a nuestro favor. Aunque finalmente es la calidad del trabajo es lo que se expresa, esperamos no caer en la trampa de vender apariencia en lugar de calidad.

AGM: ¿Las han acosado algún cliente o galerista, o les han condicionado la compra o la exhibición a cambio de una cita?

CyC: Sí.

AGM: ¿Cómo ven el estado de la escena pictórica en Puebla?

CyC: Vasta, pero limitadísima en oportunidades. Puebla es gran generador de artistas valiosos que muchas veces tienen que emigrar porque la gente no ayuda a su gente. Además de un conocimiento muy enclenque sobre el arte.

AGM: Si pudieran reencarnar en un pintor, ¿en cuál sería?

CyC: En ninguno. A los grandes maestros se les honra siendo uno mismo y amando la posibilidad de vivir la experiencia a través de sus pinceladas. Seguro les contentaría que seamos fieles a nuestra esencia. Pero hoy por hoy, el abismal Odd Nerdrum, es uno de nuestro grandes dilectos. Sin dejar de lado al barroco, ardiente y fantasioso Tiépolo junto con Bosco, el omnímodo. Que dios tenga en el empíreo entre botellas de absintio.

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