viernes, abril 19 2024

por Alejandra Gómez Macchia

Una muchacha joven, guapa y talentosa para el dibujo, visita  al vulcanólogo, al pintor, al genio, al loco, al gran Doctor ATL.

Está en plena adolescencia, con la belleza en flor, acompañada de sus hermanas.

Ella es la encargada de atender al personaje que se creó para sí mismo Gerardo Murillo. Corren los tiempos en donde Nahui Ollin era el arquetipo del desenfreno; cuando a las mujeres se les tildaba de histéricas por querer ser libres.

Eran épocas cuando ellas comenzaba usar pantalones; las faldas dejaron de ser largas y aburridas hasta llegar a parecer cinturones anchos.

Fueron los primeros atisbos del feminismo en México.

Rosy Luna pronto entro a trabajar a una firma cosmética como modelo. La liberación era un escenario complicado, y aún así, ella decidió ser parte de un movimiento sin saber que lo era del todo.

Las hermanas Luna nunca se conformaron con entrar o pertenecer a un cartabón de mujer sumisa y frágil. Pasarelas, fotografías… un ambiente de artistas de verdad: pintores, escritores, compositores, músicos y poetas formaban parte de su círculo.

Alicia Luna, su hermana mayor, fue parte del ballet de Chelo La Rue y de el grupo de bailarinas de Agustín Lara mientras Rosa María paseaba por esos escenarios con naturalidad y gracia, sin embargo, la vida la llevó a embarcarse a la Empresa más complicada: ser madre, esposa y bastión de una familia.

Una vez casada con Alberto Ochoa, aprendió otro tipo de lenguaje: el de la diplomacia, los bancos y la política.

Uno suele imaginar es que el medio artístico es un polo opuesto al bancario y al político, sin embargo, son líneas que de pronto se tocan.

La sensibilidad que le obsequió natura y sus roce con importantes artistas, abonaron a que su mundo se ampliará, y así, hizo de la maternidad una inversión que rindió frutos dulces. Su matrimonio es lo que se conoce como una gran alianza. Digamos, que el rostro público de su marido se veía suavizado y engalanado con elegancia, el buen tacto y la educación de Rosa María.

Hay cosas que nunca se olvidan.

2023, la tarde que hicimos la sesión de fotos para este número, Rosy llega y se coloca en el ciclorama con la confianza de quien fue profesional.

Es el día de su cumpleaños número 83; viene de su festejo con la ilusión propia de una debutante. Las luces no la intimidan, al contrario: el cuerpo tiene memoria y la madurez se se convierte en un recurso que explotar. Los movimientos de Rosy por momentos hacen recordar a la chica de las uñas pintadas de blanco que aparecía en películas, revistas y comerciales.

Posar no es para cualquiera. Generalmente quién está de ese lado se pone nervioso, incómodo, sobre todo las mujeres que buscan la perfección y lo que encuentran es algo artificial. No es el caso de Rosy.

Sentada frente a las luces, invadida por el  ojo mecánico de la cámara, se mueve como pez en el agua.

El tiempo es sólo un concepto. No es lineal sino circular, y por un momento todo regresa al punto de partida.

La mujer de 83 años retratada en estas fotos tiene la misma vitalidad, la misma pasión y una gran actitud como el método más eficaz para combatir eso que abate al ser humano: el miedo a envejecer.

Nadie sabe los secretos y tristezas que oculta el corazón de una mujer.

Ésa es y siempre ha sido una gran ventaja y fortaleza para nuestro sexo.

Rosy no ha perdido la sensualidad, pero lo que sí es seguro, es que ha ganado una confortante y envidiable sabiduría.

 

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