martes, abril 23 2024

Por Miguel Lezama

El 30 de enero de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS), por recomendación de su Comité de Emergencias del Reglamento Sanitario Internacional, declaró una emergencia de salud pública de importancia internacional ante el brote mundial por el nuevo coronavirus, conocido todavía entonces como 2019-nCoV. Posteriormente, el 11 de marzo de 2020, la misma OMS caracterizó el brote de COVID 19, la enfermedad producida por el virus SARS-CoV-2, en el mundo como una pandemia. 

Desde el punto de vista epidemiológico, son tres los elemento que se requieren para definir una enfermedad como pandémica, la primera es que se trate de una infección producida por un microorganismo patógeno nuevo para el ser humano, aunque provenga de otras especies animales, lo cual no es inusual si consideramos que, de acuerdo con la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE por sus siglas en francés), 60 por ciento de las enfermedades infeccionas endémicas que afecta a los humanos y hasta 75 por ciento de la infecciones emergentes, provienen de los animales. 

El segundo elemento necesario es que el nuevo microorganismo patógeno para el ser humano desarrolle la capacidad de transmitirse de persona a persona, y el tercer componente es que se documente la transmisión comunitaria continua de dicho microorganismo en al menos tres de las seis regiones en las que la OMS ha dividido el plantea (África, América, Asia sudoriental, Europa, Mediterráneo oriental y Pacífico oriental) Es decir, el número de casos por sí mismo no es un elemento suficiente para que la autoridad sanitaria mundial declare la existencia de una pandemia. 

Una vez que se confirma que un microorganismo patógeno nuevo para el ser humano reúne las características anteriores una tarea indispensable de la investigación epidemiológica es determinar lo que técnicamente se conoce como el número básico de reproducción (R0); esto es, el número esperado (promedio) de nuevos contagios que una persona infectada produce durante su periodo de transmisibilidad en una población completamente susceptible. Este número se obtiene como el producto de la probabilidad de que una persona sana entre en contacto con una persona enferma, multiplicado por la probabilidad de que, como resultado de ese contacto, la persona sana resulte infectada, por la duración promedio en días que la persona infectada sea contagiosa. 

Para controlar la pandemia, se debe lograr que el R0 sea menor a uno. En ausencia de una vacuna que reduzca el tamaño de población susceptible y de un tratamiento que acorte el tiempo de contagiosidad de las personas infectadas, las únicas medidas efectivas son: reducir las probabilidad de que una persona sana entre en contacto con una persona enferma (distanciamiento físico) y reducir la probabilidad de que se produzca el contagio cuando no se pudo evitar el contacto (medidas de protección personal como lavado frecuente de manos, desinfección de superficies y etiqueta respiratoria al toser o estornudar) 

Conforme la pandemia avanza según su historia natural, es decir sin intervenciones efectivas para lograr su mitigación, los enfermos recuperados van conformando una subpoblación de personas inmunes, lo que técnicamente se conoce como “inmunidad de rebaño”; su importancia radica en que al conocer la proporción de la población que ya adquirió inmunidad natural, además del R0 original, los epidemiólogos pueden calcular lo que se conoce como el número efectivo de reproducción (R1), de tal manera que de forma muy sencilla se puede conocer la magnitud que debe alcanzar la inmunidad de rebaño para que el R1 sea menor de uno y controlar la pandemia; por ejemplo, si el R0 original es de dos, la inmunidad de rebaño debe alcanzar a 50 por ciento de la población, si el R0 original es de tres, entonces la inmunidad de rebaño debe ser 66 por ciento de la población para que el R1 sea menor de uno, todo esto sin imponer medidas de mitigación efectivas; es decir, permitiendo que la pandemia de desarrolle según su historia natural. 

A manera de conclusión, si bien las medidas de mitigación (distanciamiento físico, higiene y protección personal) retrasan la posibilidad de alcanzar una inmunidad de rebaño suficiente para reducir el número efectivo de reproducción y tienen un alto costo económico y social, permiten evitar la acumulación de casos graves que provoque el colapso de los servicios de salud y ganar tiempo en espera de la aparición de una vacuna y/o tratamiento efectivo. 

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