viernes, marzo 29 2024

Memorial
Por Juan Manuel Mecinas / @jmmecinas

Hace una semana, 30 personajes -escritores, académicos, analistas, críticos- señalaron la necesidad de una gran alianza para detener los embates autoritarios de López Obrador.

No es conveniente entrar en la discusión sobre los signatarios del desplegado -a muchos de ellas las admiro por su trabajo académico o literario-, sino en sus argumentos.

Para los firmantes, las acciones del gobierno de López Obrador son autoritarias. Sin embargo, no queda claro si lo que sucede es que no les gusta las decisiones AMLO por ser una mezcla de nacionalismo y neoliberalismo.

Da la sensación de que los firmantes tienen el miedo de que nuestro país se convierta en una segunda Venezuela, lo que es una preocupación constante, sostenida por una buena parte de la crítica desde 2006.

Desde mi perspectiva, el gobierno de AMLO está lejos de ser un régimen que esté logrando transformar las instituciones, reducir el número de pobres, cerrar la brecha de desigualdad en su población; de ahí a que esto pueda derivar en una segunda Venezuela parece basarse en demasiado alarmismo y pocas bases.

De hecho, el régimen de López Obrador está en camino de convertirse en un régimen más neoliberal de lo que él mismo acepta. Si uno analiza las políticas económica y fiscal del gobierno de la 4T, se dará cuenta que no difieren en mucho de los intentos de gobiernos anteriores y, por si fuera poco, su mayor logro en materia económica resulta ser un tratado de libre comercio con tintes eminentemente neoliberales.

No se trata tampoco de un régimen con una visión socialdemócrata, porque no hay una subida de impuestos y, por ende, los programas que está impulsando el gobierno son insuficientes en cuanto a su alcance y trascendencia (de ahí la reiterada austeridad). Las ayudas a jóvenes estudiantes y a personas mayores de 68 años son programas importantes, aunque, si se atiende a su alcance, no son un detonador de desarrollo, sin negar su carácter paliativo para la economía de muchas familias. Además, este gobierno ha rehusado establecer una mayor fiscalización a los ingresos de los más ricos y ha confiado la mayor parte de sus ingresos a aquellos que produce la clase media. En ese sentido, ¿qué diferencia al lopezobradorismo del peñismo o del calderonismo? En temas macroeconómicos no hay grandes contrastes.

La mayor decepción es el desaprovechamiento de las mayorías y el consecuente mantenimiento del statu quo. Con la presidencia en sus manos y el Congreso de la Unión controlado por Morena, no está clara la agenda de la 4T. Es su mayor pecado: teniendo todo para imponer una agenda progresista, ha optado una vez más por los triunfos pírricos traducidos en demeritar a la oposición y a sus críticos. Tal vez el lopezobradorismo haya logrado derrotar moralmente a sus opositores, pero es muy alto el costo de estar desaprovechando la posibilidad de establecer una agenda social, de combate a la pobreza, a la desigualdad, de creación de empleos y ayudas a los emprendedores, de transformación de la producción y consumo energético, de cambio radical a favor de la lucha por los derechos humanos, de reconocimiento y protección de los grupos más vulnerables de la población (mujeres, grupo LGBTI, presos, campesinos, trabajadores).

¿Es eso una deriva autoritaria?

No, y tampoco significa una transformación.

Comparto la preocupación de los 30 firmantes en cuanto a la defensa de la democracia, sin embargo es necesario recordar que esa democracia se está construyendo (nunca la hemos tenido), porque el sistema en el que 40 millones de personas son pobres, las elecciones son en muchos casos dudosas (y rebasadas por el dinero de grupos empresariales y del crimen organizado), las instituciones encubren a verdaderas organizaciones criminales y los medios son cooptados por el Estado -como claramente se hizo en el calderonismo y el peñanietismo, a pesar de las honrosísimas excepciones- no puede pensarse como una democracia. Hay instituciones importantes que funcionan más allá de los deseos de López Obrador. La Suprema Corte, el Banco de México, el INAI, el INE y el IFETEL, están alejados del control absoluto del Ejecutivo. Habría que repensar las instituciones y ver cuáles se deben eliminar, transformar y dejar intocadas. Envolvernos en la defensa abstracta de una democracia no es suficiente. Sostener que cualquier intento de reforma o de transformación de instituciones implica autoritarismo, echa por la borda la urgente necesidad de revisar algunas instituciones -por ejemplo, la CNDH- que están lejos de cumplir con sus cometidos.

El punto más delicado -discursivamente- es la relación del presidente con los medios. No es nuevo: desde que fue candidato, culpó a algunos de atacarlo y alabar a quienes les pagaban. En parte tenía razón. Siendo presidente, los medios han entrado en una dinámica distinta con AMLO. Se sienten atacados y es claramente lo son, pero la respuesta no es en todos los casos periodística. Algunos insisten en los señalamientos y las descalificaciones: están lejos del periodismo. Otros, la mayoría, han entendido que al gobierno se le combate con cifras, con datos, con hechos comprobados. Ese entendimiento es sustancial para dejar de lado lo dicho por el presidente y centrarse en lo hecho por el gobierno: mirar los hechos para contrastar los dichos para dejas atrás el diálogo de sordos donde nadie trata de convencer, sino de imponer.

La propuesta del grupo de 30 intelectuales para formar una gran alianza que “reestablezca el verdadero rostro de la pluralidad ciudadana en las elecciones parlamentarias de 2021” deja de lado una realidad: la mitad de la cámara está compuesta por partidos distintos al del presidente. Además, la Cámara de Diputados solo tiene tres funciones trascendentales: el nombramiento de consejeros del INE, la aprobación del presupuesto y la de control del gasto. Los mecanismos están dados para que sean los partidos quienes trabajen con esos instrumentos. Debería considerarse más indispensable la democratización de los partidos y, con ello, de sus decisiones y votos. Que haya cien diputados más de un partido o de otro no es un cambio radical si quienes se sientan en San Lázaro son incapaces de utilizar democráticamente los instrumentos previstos en las normas.

Sería indispensable dejar de ver a AMLO como el problema principal del país y empezar a considerar lo esencial: la transformación de ese sistema poco funcional con AMLO y que tampoco funcionaba bien antes de él. Dejar de lado a López Obrador y concentrarse en los problemas. Dejar de pensarlo como un peligro para México. El peligro mayor sigue siendo pensarnos como incapaces de construir a partir del disenso. Y ese pensamiento lo tienen muchos, además de López Obrador. Falta el reconocimiento del otro como elemento valioso de la transformación. Y, en ese sentido, habría que preguntar si los firmantes alguna vez han reconocido a López Obrador como un agente importante para el cambio democrático.  

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