viernes, marzo 29 2024

por Carlos Meza Viveros

Una de las prácticas más deleznables que marcó el régimen morenovallista fue el espionaje.

Para nadie es desconocido el hecho que, durante ese pasaje oscuro de la vida poblana, el entonces gobernador invirtió millones en aparatos de alta gama para tener ubicados y cableados tanto a sus adversarios como a su propia gente.

Recordemos que hace un par de años la trama se volvió escándalo nacional cuando salieron a la luz las listas de los espiados y del tiempo que habían sido monitoreados por los equipos que manejaba Eukid Castañón y cuya mano encargada del trabajo sucio era el difunto Joaquín Arenal, ex trabajador del CISEN.  

Todos en Puebla sabíamos que una especie de Big Brother seguía los movimientos de cada actor político. Era un secreto a voces, pero la bomba no explotó mediáticamente hasta que Fernando Manzanilla exhibió las prácticas de su excuñado con pruebas en la mano, y el tema tomó importancia nacional, ya que varias de las víctimas del espionaje eran nada más y nada menos que personajes de la envergadura del presidente de México. Sí, Enrique Peña Nieto tenía intervenidas sus líneas, así como los líderes del PAN nacional, senadores, altos funcionarios, secretarios de Estado, periodistas locales y nacionales, y un largo y comprometedor etcétera.

El ser humano tiene el derecho legitimo a disfrutar de su vida privada, de su vida pública y sobre todo de su intimidad. En ese tenor, la intervención de líneas telefónicas y la colocación de dispositivos de localización satelital no autorizados por los usuarios de teléfonos, redes y gps, es más que la violación de la intimidad, es un delito.

Y si bien las prácticas de espionaje han servido en algunos casos para desvelar tramas perversas, documentar fraudes millonarios y encontrar las rutas de mucho dinero sucio (Snowden y Julian Asange fueron maestros en el tema), el espionaje doméstico o la irrupción en el espacio privado entre personas que supuestamente forman parte del mismo grupo es imperdonable.

Un sujeto que espía a otro escudándose en el así llamado “fuego amigo” no merece otra etiqueta más que la de “desleal”.

Esto viene a cuento pues acabo de recibir un atento aviso de carácter de urgente. El mensaje dice claramente que tanto yo como las personas que colaboran conmigo, y en general la gente más cercana a mí, deberíamos de cambiar números telefónicos y modificar nuestras rutas habituales ya que el señor Zeferino Juan Sánchez Zarza, quien fuera el encargado de la Secretaría de Seguridad Pública en el sexenio de Moreno Valle (del 2013 al 2015 específicamente) tiene la consigna de seguir todos mis pasos y reportárselos a alguien a quien hasta hoy  consideré como un amigo, sin embargo, me queda claro que por este proceder y otros detalles que evidenciaron su mala sangre, no es más que un traidor.

Lo que me lleva a recordar una gran frase que decía Don Corleone, en la película El Padrino, justo cuando el muertero llega después de mucho tiempo a pedirle ayuda. Vito Corleone le dice: ¿qué favor te habré hecho para que me trates con tan poco respeto?

Pues así mismo pienso a la hora de conocer el nombre de aquel que ha puesto a Zeferino Sánchez a monitorearme: ¿qué favor le habré hecho para que ahora me traicione e intente, de la manera más baja, aplicar prácticas que él mismo otrora ha condenado?

Se me había olvidado que en política hay poquísimos amigos de verdad y que todos los enemigos pueden disfrazarse con piel de oveja.

Pienso en tres frases del gran Napoleón que creo que definen a la perfección al torvo espía:

“Hay hombres que se mueven por dos palancas: el miedo y el interés propio”.

“El que teme ser conquistado tiene segura la derrota”.

“El verdadero carácter siempre aparece en las grandes circunstancias”.

En estos tres ejemplos se sintetiza la historia de un hombre que pudo ser feliz, pero le dio miedo. Que pudo destacar sin ser eclipsado, pero le faltó talento.

Lo digo sin acritud, pero lo digo.

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