viernes, abril 19 2024

El Elefante en la Habitación
Por Hugo Manlio Huerta

La evolución de la humanidad se basó en la construcción de paradigmas o modelos sociales, basados en roles, tradiciones y normas, construidos generalmente de manera binaria o maniquea. Hombre o mujer, nómada o sedentario, amo o esclavo, terrateniente o siervo, noble o plebeyo, campirano o citadino, monárquico o republicano, liberal o conservador, capitalista o comunista, totalitario o demócrata, reaccionario o revolucionario.

En el presente, los principales movimientos sociales pugnan por la desaparición de los roles y la superación de las tradiciones, con el fin de construir un sociedad más abierta, moderna y justa, en la que cada persona sea y actúe con plena libertad, sin sujetarse a cánones tan antiguos como arbitrarios.

La destrucción de los patrones milenarios es un fenómeno viral y complejo, con múltiples dimensiones, apalancado por la necesidad de romper los anquilosados, rígidos e injustos arquetipos de una sociedad patriarcal y materialista, para dar paso a una dinámica más equitativa y respetuosa de los derechos humanos.

Nuevas fórmulas de convivencia se han venido instaurando en los últimos años, con rasgos de mayor diversidad y compromiso racional, emocional y deontológico, lo que ha transformado los escenarios y multiplicado las opciones, a pesar de los tradicionalistas. Muchas personas se identifican o han externado su solidaridad con esta nueva visión y su impacto en nuestras relaciones familiares, sociales, económicas, políticas y culturales.

Sin embargo, poco a poco empiezan a aflorar las insalvables contradicciones entre expectativas y realidades, mismas que muy pocos se atreven a abordar para no parecer políticamente incorrectos o peor aún, ser tachados de retrógradas u opositores.

En este escenario, las tradiciones y roles se han venido diluyendo para dar lugar a un modelo más flexible e igualitario. No obstante, su desaparición podría erigirse en un nuevo obstáculo y generar frustraciones similares.

Como seres habituados a vivir en familia y sociedad, las tradiciones y los roles influyen en la construcción cultural de nuestras respectivas identidades. Además, sociológicamente fungen como mecanismos de control y contrafuerte a nuestro conductismo, por lo que su pérdida causaría un extravío indeseable, tanto en lo interno como en lo externo, por la ausencia de una orientación o guía previamente aceptada, lo que llevaría a las personas a actuar como otras lo hacen (conformismo) o como otras les dicen (totalitarismo). De ahí la imposibilidad lógica de su desaparición.

Por supuesto, no se trata de seguir viviendo en un mundo maniqueo y de etiquetas, bajo la tiranía del binarismo, pero si descuidamos el proceso de metamorfosis, las nuevas generaciones terminarán padeciendo fenómenos igualmente calamitosos, como el machismo de closet, el libertinaje irracional, el nihilismo despótico o la anarquía iletrada.

Lo procedente entonces sería acabar con los mitos, los estereotipos y los prejuicios, para posibilitar la construcción de tradiciones y roles adaptados a nuestro tiempo, sin injusticias, subordinaciones ni rituales.  Reconocernos en nuestras diferencias y aceptarnos en nuestras similitudes, sin caer en un nuevo maniqueísmo o dimorfismo.

En ese sentido, no debemos avergonzarnos ni ofuscarnos por mantener tradiciones que se adapten al presente y no reproduzcan modelos injustos o conductas represoras, como lo pueden ser la convivencia familiar en ciertas fechas, el festejo de los cumpleaños, los obsequios mágicos a niñas y niños, la transmisión de las recetas culinarias, el cortejo entre dos personas y muchas más.

Asimismo, cada persona debe tener la libertad de asumir libre y reflexivamente el rol o los roles que mejor le acomoden, sin sujetarse a estereotipos ni categorías preconcebidas, en cuanto dichos roles sean necesarios para la sana construcción de su propia identidad y no lesionen los derechos de terceros.

La negativa a seguir observando las tradiciones y los roles es una insistencia eminentemente política para escapar de la pesadilla del dualismo conceptual y la dicotomía bilógica, que sin embargo conduce a un sinsentido paradójico.

Lo que debe eliminarse es el determinismo y la aceptación de papeles y costumbres que nos son ajenos como individuos.  El estímulo social que influye en el desarrollo de nuestra personalidad al igual que en el idioma o la gastronomía, debe moderarse y entender que la construcción de nuestra propia identidad no es innata sino cultural y psicológica, como nuestras expresiones o gustos culinarios.

De igual forma, quienes pugnan por un mundo sin roles ni tradiciones, deben aceptar que incluso sus integrantes más radicales de algún modo aceptan la perduración de roles, como sucede con las feministas heterosexuales que distinguen claramente entre machismo y masculinidad, y se emparejan preferentemente con sujetos varoniles o con ciertos rasgos de virilidad u hombría (no macho, pero tampoco femenino o andrógino) deseables en algunos planos como el erótico, lo que sociológicamente termina constituyendo un tipo de rol y no es incompatible con ser feminista. Y lo mismo podríamos advertir de las feministas no heterosexuales y lo que les atrae de sus parejas. En este caso lo destacable estriba hoy en que, como dijera la historiadora Nerea Aresti, el feminismo se ha vuelto decisivo en la evolución de los ideales de la masculinidad… y de la feminidad.

Lee también: IMPROVISACIÓN Y DESCOORDINACIÓN PARA COMBATIR LA PANDEMIA

Foto de portada: Medium

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