miércoles, abril 24 2024

Tala / Alejandra Gómez Macchia

«Los caracteres débiles se convierten siempre sólo en artistas débiles»

Thomas Bernhard

a Pedro Ángel Palou, porque le hace falta a Puebla

En Puebla sólo han existido dos buenos secretarios de cultura: Héctor Azar, en tiempos de Bartlett, y Pedro Ángel Palou, durante el sexenio de Melquiades Morales.

Fuera de ellos, todo lo que se refiere a política cultural ha sido un completo despropósito.

Tan poco valor (y presupuesto) se le ha destinado al arte en nuestro Estado, que llevamos años sin una secretaría de cultura; lo que hay es una pequeña mazmorra que depende de la secretaría de turismo, y sí; puede ser que el turismo sea hermano de la cultura, aunque no estoy muy segura de ello, ya que los visitantes que vienen a Puebla se van sólo con una parte de la historia: con la foto en la Palafoxiana, con la selfie en Los Sapos, con tres botellas de Pasita en el hígado, y varios kilos de más gracias a la gran oferta de chalupas y cemitas que nuestros mercados tienen para su beneplácito.

Hay un gravísimo problema que no se acaba de resolver. Los artistas poblanos están completamente atascados en el lodo. Los pintores no pueden vender su obra como se debe porque nunca hay presupuesto para que viajen y aprendan nuevas técnicas (aunque no es pretexto, pues Rodolfo Morales jamás salió de Oaxaca y hoy es uno de los pintores más cotizados).

Tenemos un Barrio del Artista, que es un pasaje bello estilísticamente hablando, pero los artistas que trabajan ahí no pasan de pintar patios poblanos, panes poblanos, camotes poblanos y chiles en nogada poblanos. Pasan horas en sus estudios oscuros con oleos no muy buenos y con telas que no vivirán más que nuestro olvido.

Los maestros pintores son los de siempre, eso no es malo; lo alarmante es que no hay evolución. No aportan nada al horizonte artístico. Algunos intentan meterse en el terreno del abstracto, y lo que consiguen son cuadros que se llevan los alemanes para adornar sus cocinas naif.

Las artes escénicas no tienen un panorama más halagüeño. Nuestros actores y nuestras bailarinas no encuentran su lugar en el mundo. Van del viejo Espacio 1900, que es una catacumba rica en ácaros, a los horarios muertos de los Teatros de la Ciudad y el Principal, que sólo se llenan cuando viene Maribel Guardia a demostrar que el sueño de Borges de pertenecer a una raza de inmortales se realizó, pero no en la figura de un hombre de letras, sino en una señora que no tiene más talento que humillar a las veinteañeras con su cintura de avispa y sus pechos turgentes.

Las bailarinas no lucen como bailarinas, sino como bailarinas retiradas que pueden acabar ahorcándose, pues, parafraseando a Thomas Bernhard, las bailarinas mueren colgadas de una soga cuando la grasa se sitia en sus abdómenes

Es triste y lamentable que nuestros artistas se vean orillados a chambear a cambio de un trueque de hospedaje y viáticos. Los gobiernos pasados no amaban el arte, más bien veían la compra de cuadros de pintores oaxaqueños como una inversión que les daba un supuesto pase automático para pertenecer a una élite culta que ni existe, y si existiera, jamás hubieran podido ser miembros del club.

Se llama esnobismo, es decir, aspirantes a la realeza sin títulos nobiliarios, pero con dinero (de dudosa procedencia) para contratar a un asesor que les dijera: “compra este Sergio Hernández porque vale 600 mil pesos; compra este Felguerez porque vale 400; compra este Gironella porque vale más que tu Mercedes; compra este Alejandro Santiago porque murió pedo y los artistas ebrios valen más por sus vidas trágicas”.

Una vez asistí al Barroco a una subasta de obra de artistas oaxaqueños. Dentro se respiraba un tufo indescifrable: mezcla rara de Chanel con el más pestilente mal gusto de los advenedizos. Ahí encontré a varios funcionarios y políticos mirando las obras; pujando por un Rodolfo Morales que ni les gustaba y que, de haberlo visto colgado en un museo oaxaqueño, hubieran pasado sin reparar en él por retratar a una novia india con golondrinas. Nada que ver con sus casas minimalistas “cartón de leche”, llenas de cuadros  Nierman, a quien encumbraron los judíos pero que es más repetitivo y vacuo que pegarle a Dios. Pujaban los funcionarios, pero pujaban con ayuda de personajes con poquísima autoridad estética; uno de ellos, de los asesores de los funcionarios, se enriqueció brutalmente cuando Mario Marín lo nombró como su prestanombres de confianza; se trata de un sujeto al que conocí en sus años mozos y que juraba que el expresionismo era una técnica para hacer cafés “de esos chiquitos que son rete amargos”, sin embargo, el dinero mal habido lo hizo soberbio; soberbio y fantoche, y  como nuestros funcionarios no eran mucho más versados que él, pues acababan por creerle su impostura de gran conocedor, la cual no era gratuita, ya que al aconsejar al funcionario, él se llevaba de premio una obra parecida al de su cliente.

Recuerdo haber visto por ahí a los autores de algunas obras: apenados, horrorizados con la idea de que una legión de imbéciles fueran quienes usufructuaran de la forma más vulgar y abyecta su trabajo. Así las cosas en las subastas de arte en Puebla.

Eso en torno al tema de los oaxaqueños, que sí han logrado hacerse de un lugar digno en el parnaso artístico nacional e internacional, pero, ¿y lo poblanos?

Lo mismo pasa con los músicos y con los escritores y con los escultores, quienes aparte han vivido peleados con los posibles mecenas por una suerte de falso orgullo Marxista- Leninista. Esa es la verdad.

Este sábado fui al encuentro del candidato Barbosa con la comunidad artística poblana, y mis impresiones son las siguientes:

Es bueno, buenísimo (e inédito) que un candidato voltee a ver los artistas. Que yo recuerde, los gobiernos pasados sólo sentaban en sus mesas a Emmanuel y a Mijares, a Margarita “la diosa de la cumbia”, a Salinas Pliego y a Roemer con su horripilante Ciudad de las Ideas.

No me había tocado recibir, ni como cabeza de un portal de noticias ni como escritora, la invitación para asistir a un encuentro con artistas. Hasta el sábado pasado…

Llegué a la explananada y sinceramente me sentí dentro de una novela de Tito Monterroso titulada “Lo demás es silencio”: que va sobre las peripecias y las cuitas de un intelectual de aldea al que todos recurren por ser el culto del pueblo.

El Barrio del Artista se convirtió de un minuto a otro en San Blas, San Blas, y los viejos pintores y escritores y antropólogos y actores y cronistas, eran todos clones del infalible Eduardo Torres, protagonista del relato.

Se paseaban ansiosos (cigarro en mano, bolso de cuero cruzado sobre el pecho, boinita) esperando a ser abordados por los jóvenes talentos, que si no me equivoco, brillaron por su ausencia.

La dinámica se escuchaba interesante cuando fui invitada: se le abriría el micrófono a los artistas para poder así hacerle sus observaciones y peticiones al candidato puntero.

No puedo negar que me dio gusto encontrarme a viejos amigos rockeros y concertistas que desgraciadamente viven del hueso versátil, es decir, tocando con sus bellos instrumentos grotescas versiones de ColdPlay y Madonna en versiones Chill Out.

Luego de saludar a la banda, tomé mi lugar en las primeras filas. Vi llegar por ahí a un viejo amigo que repartía su periódico. De primer golpe no me reconoció, lo que me preocupó un poco pues cuando alguien no te reconoce es porque, o has envejecido o al otro le está fallando el hipocampo cerebral. Mi compañero de silla me aseguró que el episodio fue por la segunda razón.

Barbosa llegó acompañado de su esposa, de Mario Delgado y de Alejandro Armenta. Por ahí abajo, medio banqueado, estaba Gabriel Biestro Medinilla, de quien desconfío porque nadie en su sano juicio puede vivir con esa extraña sonrisa guasonesca pintada en el rostro.

Cuatro personajes tomaron el micrófono: un pintor, una bailarina, un “coleccionista”, y Julio Glockner. Los pintores no son oradores, y no tienen la obligación de ser diestros hablando, sin embargo, creo que pudo haber expuesto con más arrojo la problemática de su gremio, pero se quedó corto. Metido en una profunda timidez, habló de apertura de espacios, de oportunidades para exponer, de que habría que recuperar el Museo de arte contemporáneo (convertido en oficinas gubernamentales en tiempos de Moreno Valle). Barbosa escuchaba atento. Doña Rosario, atenta y asintiendo, Mario Delgado miraba al vacío (yo hubiera hecho lo mismo). Armenta es Armenta y nunca se sabe lo que está pensando.

Luego subió una bailarina. Lo mismo: espacios, teatros, duelas, trabajo –no chambitas–.

Tocó turno al “coleccionista”: él llevaba un texto en papel. Tenía carisma: la gente aplaudía porque la gente aplaude mucho cuando alguien deja correr la sangre ajena. Criticó a los extintos morenovallistas y al Barroco y a la Rueda de la fortuna (pueblondon eye) y al chiquero que hay en el Mercado de la Victoria. Fue el momento menos cansino de los discursos proferidos por nuestros preclaros.

Después subió la actriz Regina Torné. Lo hizo bien, es una profesional. Tiene dominio de las tablas, sabe mirar al candidato, sabe fijar su rostro en el spot. Fue un trago de agua fresca, sin duda.

Cerró Julio Glockner. Julio sabe hablar. Julio sabe escribir. Julio ha estado siempre ahí, sin embargo, no abonó nada al diálogo. Es Julio Glockner…

San Blas, San Blas in my mind.

Barbosa tomó el micrófono. Es la segunda vez que lo escucho y quedé gratamente satisfecha porque no tiene empacho de exhibir la hipocresía de aquellos que hoy están con él porque seguramente va a ganar. Barbosa puso en la mesa lo que ninguno de los artistas pudo o se atrevió a pedir: política cultural, el restablecimiento de una secretaría de cultura, recuperación de espacios y casonas que han sido tomadas por los esnobs. Barbosa sabe, porque seguramente lo notó al instante, que nuestro círculo artístico e intelectual se sobreestima a sí mismo (para hablar en llano: es de hueva). Puso el ejemplo de Oaxaca, un estado tan pobre, pero tan rico en sus arraigos y, por ende, tan prolífico en las expresiones artísticas.

En ese momento pensé en Toledo, pero también en Harp Helú. Acá no hay un Toledo ni un Harp. La última gran mecenas del arte en Puebla fue Ángeles Espinosa Iglesias, pero ya no está en este plano de existencia.

La ciudad de Oaxaca no sería la misma sin el dinero de Harp ni las gónadas de Toledo. Esa es la verdad.

Gracias a Toledo no hay un Mc Donalds junto a Santo Domingo. ¿Y acá? El turista que pasa por el portal se compra un cono de bazofia en vez de un granizado. En fin…

El caso es que la comunidad artística tiene la oportunidad de, como dicen, “ponerse chida” y proponer.

Barbosa también lanzó un mensaje siciliano: investigará a aquellas manos que construyeron y  se enriquecieron obscenamente con el Barroco (aguas ex secretarios de Infra).

El museo de Toyo Ito, que a mí en lo particular sí me gusta, fue un tema recurrente en la charla; el coleccionista que subió al templete repeló porque se presentan pintores y artistas de baja calidad (y tiene razón en parte: Esteban Fuentes de María es un liliputiense sin talento, como lo es también una güera que se anuncia en espectaculares), sin embargo, la duda mata: de abrirse el Barroco (si se conserva como museo) ¿qué ofrecen colgar nuestros artistas locales?

¿No sería mejor que los pintores poblanos primero elevaran el nivel de sus obras? ¿O que las bailarinas de “Contempo” superaran su etapa Philip Glass? ¿O que los escritores salieran de sus respectivas cápsulas de ego y asistieran a eventos como este para mostrar que el que domina el lenguaje controla e influye en las masas?

Barbosa ha abierto una puerta, ahora falta que los artistas despierten y pasen de la indignación ramplona a la ejecución de sus respectivas dotes artísticas.

La creación no debe estar peleada ni con la acción ni con el jabón.

De otra manera, siento, seguiremos siendo San Blas, San Blas, en vez de la gran Angelópolis, y eso no será ya culpa del gobernador que viene…

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