Torquemadas digitales (el mundo liso de los niños cristal)

por Alejandra Gómez Macchia

Uno de los males más arraigados de nuestro tiempo es el hecho que los jóvenes han perdido la capacidad de reflexionar antes de abrir la boca o de twittear o de publicar un video en Tik Tok.

Considero que la juventud es esa etapa en donde todos los seres humanos deberíamos de estar obligados a movernos, a caer, a ensuciarnos, a arriesgarnos, a experimentar, a transgredir, a cuestionar, a repensar y a caminar por la oscuridad, para aspirar a conquistar un lugar luminoso en la adultez.

Hoy todos esos anhelos se ven empañados por una repulsiva mojigatería (falsa) que ronda las plataformas que han sido tomadas por los preclaros miembros de la generación z y engendrillos que vinienen detrás.

Hordas de borreguitos abullonados, amaestrados desde la superficie lisa de un teléfono celular más inteligente que ellos.

Así como lisa es la estructura de su vehículo de información, asimismo es la vida que les hemos ofrecido como padres desorientados en busca de evitarles el colapso, una vida que se presenta  tan pulida que al mínimo rayón revienta su armonía.

La cultura de la cancelación actualmente está encabezada por esos muchachos, Torquemadas hipersensibles que han extraviado la capacidad de transitar por pantanos sin hundirse, por lo cual el miedo les aconseja enarbolar una bandera de pulcritud moral que nos está haciendo retroceder como sociedad a un medioevo 5G.

En en la novela más importante de Margaret Atwood, El cuento de la criada, las parejas jóvenes –y estériles– echan mano del viejo ritual del trueque sexual con la servidumbre a cambio de perpetuar la especie en un mundo encorsetado en ceremonias de té entre señoras que sufren en la intimidad la falta de deseo de sus maridos. Todo esto avalado por la policía del decoro de un régimen ultraderechista.

Escucho todos los días a sujetos de entre 20 y 30 años quejarse por las conductas sexuales aberrantes de los miembros de la generación X y Baby Boomers, mientras se enorgullecen de salvar perros callejeros  y cambiado el jolgorio del alcohol en sus fiestas por una higiénica micro dosis de choco-hongos que no apestan y son muy “aesthetic”, sin tomar en cuenta que en el primer brote psicótico por Cylocibina saldrán corriendo a ocultarse bajo las enaguas de sus preocupadas madres luchonas.

Esa ambigüedad MILLENNIAL entre el señalamiento de un libertinaje del siglo XX que eclipsa la falta de seriedad y profundidad hasta para drogarse, es lo que hace de esta nueva generaciones unas tribus perdidas que censuran la guerra y la promiscuidad desde sus dispositivos móviles, mientras son incapaces de valerse por sí mismos, asumiendo que vivirán, si bien nos va, hasta los 40 años bajo el cobijo de esos monstruos decimonónicos los que llaman padres.

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