jueves, abril 25 2024

“[…]

La libertad de mi albedrío es tal vez ilusoria, pero puedo dar o soñar que doy. Puedo dar el coraje, que no tengo; puedo dar la esperanza que no está en mí; puedo enseñar la voluntad de aprender lo que sé apenas o entreveo. Quiero ser recordado menos como poeta que como amigo […]”.


Jorge Luis Borges


Por Aldo Cortés

La partitura del caos en la que vivimos nos agota, nos absorbe, nos convence de un éxito irredento. No olvides respirar: es vital.

La lejanía tiende a mejorar la vista, revitaliza los errores que creemos perdidos. Y con todo, en medio de un tiempo –al parecer infinito– no terminamos por reconocer lo que nos hace distintos. Hace un par de días rememoraba la lectura de una grata novela filosófica “El manantial”. Ayn Rand, rusa de nacimiento, estadounidense por convicción, polemiza el “sentido” –si es preciso llamarlo así-– de vivir, cosa, al parecer, muy distinta que estar vivos. Me quedo con una frase: “Para poder decir ‘yo te amo, primero hay que aprender a decir yo”. Menudo golpe sobre la mesa. Solo a través del autoconocimiento, de la autoestima, es posible la aceptación de otros frente a uno mismo. Y ese “reductio ad absurdum”, ese abuso de la estadística, termina por ser el hilo que encadena disensos, que recubre las grietas de una ausencia de personalidad.

Comencé hablando en plural, porque, naturalmente, escribir es generalizar. No obstante, la cortesía impera y en esta charla afable lector, se parte del yo para lograr el “impersonal”. Es entonces que, replanteo y sitúo la charla en un punto más íntimo; usted y yo.

La violencia ha sobrepasado los límites de lo impensable, la brújula de la conciencia se ha roto, la fatua tentativa ha eximido una sociedad dispuesta a perderse en los medios y no conseguir el fin. ¿El fin? En un tiempo cíclico, predilecto de las sincronías, lleno de súbitos regresos, con espacio para la imaginación, no obstante, una realidad infranqueable, pareciera que usted y yo viviremos lo suficiente para ver al futuro convertirse en historia.

Sobran palabras en un país que tergiversa los verbos, un país en el que los políticos, en el mejor de los casos, han sido incompetentes y, en el peor de los casos, han sido estafadores. Nos han convencido de consumir sopa boba, de ser la solución de problemas que sin ellos no existirían, de pedir más intervención del Estado en la esfera de lo privado, de limitar libertades concretas y persuadirnos de luchar por libertades abstractas. Es posible que usted no sea valiente y, sin embargo, está cansado. Más importante, usted es consciente que las cosas no son como deben ser; ha depositado, ha constreñido su libertad respecto de un ente que –paradójicamente- vive en el libertinaje.

Querido lector, ¿usted reconoce su identidad? Yo tengo más dudas que certezas. Y es que miro el espejo, y hay apenas un destello. Si Mefistófeles oprimiese el botón, reiniciase en cualquier parte del orbe y punto del infinito, sólo quedarían reminiscencias del carácter. Nacemos con un determinado carácter. Es lo único que no cambia vida; el yo prevalece, el ego no. 

Somos afortunados de estar aquí. El resto es una anécdota.

Resignaos, divertíos y sonreíd.

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