viernes, abril 26 2024

por Alejandra Gómez Macchia

El 15 de diciembre del 2022, Gaby Bonilla recibió una inesperada llamada nocturna.

Al otro lado de la línea, Sergio, su esposo, le pedía que, por favor, fuera a alcanzarlo al Congreso del Estado. Era importante, recalcó.

A veces la vida pone a las personas en lugares nuevos de un momento a otro; era justo lo que estaba pasándole: esa mañana, su contexto  iba a un ritmo acompasado que ya dominaba: era la madre atenta de sus tres hijas, miembro del voluntariado del Congreso del Estado, hija, amiga, custodia de los asuntos  familiares… hasta esa llamada, que la colocó en un nuevo escenario; uno no del todo lejano, pues de las cosas que más le apasionaron desde niña (cuando su abuela la enviaba a ayudar sin aspavientos a los más necesitados de Tepeaca) era el apoyar a los más vulnerables.

Para Gaby, ayudar a los otros no era una obligación sino un gozo, un compromiso, la mejor forma de honrar a las mujeres que la formaron y devolverle algo al pueblo donde nació.

El escenario cambiaría después de esa llamada. Su teléfono no dejaría de sonar a partir de ahí: gente que la buscaba para felicitarla, para brindarle su apoyo, para recordarle que “aquí estamos para lo que se ofrezca”.

Sergio, el hombre del que sigue enamorada después de más de veintiséis años. Más de la mitad de su vida la ha transitado a su lado: desde que él picaba piedra vendiendo seguros y buscando la manera de hacer un patrimonio, y desde que ella aprendía a administrar y operar temas ejecutivos en una cementera.

Sergio no es de la clase de políticos frívolos ni voraces. Ha pasado por esos pantanos sin mancharse. Y Gaby ha estado ahí siempre, confiada de que su compañero nunca pondría en riesgo a los suyos.

Esa llamada fue para enterarse que la puerta que todos quieren empujar o hasta tirar a patadas, se les abrió de pronto tras una decisión casi unánime: Sergio Salomón, el Sergio de Gaby, el Sergio íntimo de nuestro personaje, algo había hecho bien, y eso se tradujo en unas cuantas palabras: ese “ven, quiero que estés conmigo en esto”,  cerraba la pinza de la alianza que hicieron cuando ella casi estaba entrando a la vida adulta y él empezaba los años formales en su rol de hombre buscando el territorio ideal para asentar  una familia.

Gaby se acicaló, sin grandes accesorios ni oropeles, para ir a alcanzar, no sólo a su marido, sino al que a partir de ese instante se convirtió en jefe de un estado que ha pasado por años complejísimos.

Gaby es una mujer de creencias férreas. Cuando le preguntas a qué mujer admira más, no habla de una mujer, sino de una divinidad: ha puesto en manos de la Virgen su destino, y no le ha fallado; que es lo que sucede cuando alguien goza de la gracia de la fe.

El sistema DIF estatal aguardaba su arribo, sin embargo, rindió protesta un mes después. Gabriela sabe que la prudencia es una virtud en peligro de extinción en esta época en la que la competitividad voraz pervierte a los valores intrínsecos. Por esa razón, esperó que los tiempos fluyeran solos, porque no estábamos hablando de una transición típica como suele darse en ese tipo de prácticas políticas frías y deshumanizantes que se presentan para acaparar puestos de poder. Eso es lo que Gaby asocia y asume como feminismo: no lanzarse a los instintos básicos de la hembra lacerada y vejada durante siglos, sino echar mano de eso que nos hace únicas e imprescindibles: la sensibilidad y el tacto; la solidaridad más que la sororidad que a veces no se lleva con congruencia.

Estar a la cabeza de una institución encargada de velar por las familias, pero sobre todo por los niños, es una empresa que no cualquiera debe ni puede llevar a cabo. Los DIF son los puntos neurálgicos de un gobierno, los de mayor responsabilidad moral, por decirlo de una manera, por lo tanto, quien lleve las riendas deberá ser alguien que crea en la reivindicación de la familia como el principal núcleo que construye una sociedad sana.

Llevar al trabajo un modelo que ha funcionado en casa, es la vía más eficaz para que las cosas funcionen. Los contratiempos en una institución como el DIF se magnifican cuando las personas que lo operan no están en sintonía con las palabras empatía, compasión, delicadeza, firmeza y compromiso.

Gaby tiene clarísimo que, más que política, su trinchera debe estar apuntalada en la diplomacia y la seriedad que urgen las posiciones que trabajan con la vulnerabilidad de los niños.

Las visitas que ha hecho a las casas de resguardo infantil a partir de su llegada al DIF surten dos efectos en ella: el primero, la preocupan al grado de llevarse a su propia casa las imágenes de esas criaturas a las que el mundo y factores ajenos a ellos los han puesto en desventaja; el segundo: se ocupa en gestionar procesos que saquen a esos niños adelante.

El 15 de diciembre del 2022, esa llamada nocturna no sólo cambió su vida, sino la de todos los que, a partir de ese momento, pasarían a ser parte de un proyecto personal que no empezó cuando fue Presidenta Honoraria del DIF en Tepeaca ni miembro de diversos voluntariados.

Todo comenzó al haber nacido en casa de mujeres fuertes y solidarias, y haciéndolo con el corazón por Puebla. 

 

 

 

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