viernes, abril 26 2024

Con las consignas #Nosqueremosseguras o #Nosqueremosvivas, hoy se llevaron a cabo varias marchas en el marco del día internacional para la eliminación de la violencia contra la mujer.

El objetivo de este movimiento es un asunto urgente, sin duda.

Las cifras son cada vez más alarmantes, cierto.

Hay que visibilizar el problema para erradicarlo. De acuerdo.

Aplausos a quien no se deja, a quien alza la voz, a quien apoya a las víctimas, a quien se atreve a salir y gritar ¡basta!

En la marcha que hubo en Puebla pude reconocer a las madres de algunas mujeres que fueron asesinadas o desaparecidas. El dolor no deja de asomarse en su mirada. Ese dolor jamás se irá. Estará ahí y todos tendremos que reconocerlo y mirarlo de frente, asustándonos de nosotros mismos por la indiferencia que nos hace abyectos, hasta cómplices. Esas mujeres marchan con el corazón vagabundo. Cada paso no será en vano. Cada gota de sudor que cae de sus frentes en el trayecto vale la pena para que el pueblo abúlico recuerde algo: el o la siguiente podrías ser tú.

Estas manifestaciones son importantes en un país de amnésicos, donde la indignación suele ser flor de un día porque permanecemos guarecidos de la tormenta en nuestras casas, con nuestras madres y tías e hijas a salvo.

Las tías y las madres y las hijas que han perdido a una pariente a causa de la misoginia brutal, marchan por razones superiores. Ellas, seguro, han aprendido de la peor manera posible el valor del respeto. De no meterse con las demás, de no juzgar, de no criticar, de no meter zancadillas, porque la pérdida es, desgraciadamente, la forma más cruel de aprendizaje.

Todo esto es claro: el sentido común nos dicta que algo se está pudriendo en el tejido social y hay que frenarlo. Los “cómo” es el principal reto, porque definitivamente la causa de tanta violencia tiene una raíz primigenia, enterrada en el propio seno familiar. Los asesinos, los captores, los violadores son hombres (y mujeres) que la sociedad ha quebrado para siempre. ¿Y en dónde se aprende el oficio del resentimiento y el odio si no es en nuestro propio entorno primario?

Vivimos en un país orgullosamente machista. Los machos fueron adorados y ensalzados durante décadas hasta en el cine nacional. El nuestro era, y sigue siendo para muchos, un territorio de “chorreadas”, de “chachitas” de “mujeres del puerto”.

Doñas Bárbaras y doñas Diablas hacen mucha falta. Y no es que no quieran llegar a serlo. Cualquier mujer desea con todas sus fuerzas emanciparse y estar, ¿por qué no?, por encima del macho, del opresor, del privilegiado.

Todo esto está perfecto. Que aspiremos a que esto acabe pronto y acabe bien.

Pero la feminidad no está exenta de ambigüedades.

Me pregunto cuántas de las mujeres que hoy marcharon, gritando #nosqueremosseguras cuidan a la compañera de junto. ¿Cuántas de ellas no salieron sólo a buscar un reflector artificial? ¿Cuántas no le meten el pie a la vecina? ¿Cuántas se escudan en los mensajes directos de Facebook para mostrar sus verdaderas y crueles intenciones ? ¿Cuántas, por ejemplo, no se han expresado de manera clasista con la actriz indígena que está triunfando en Hollywood? ¿Cuántas no le han bajado el esposo a la amiga? ¿Cuántas no apuñalan a la mujer del hombre que les da empleo? ¿Cuántas lloran frente a la cámara y exigen respeto al hombre en plena marcha, pero al llegar a sus casas tratan a ese hombre como si fuera un pelele? ¿Cuántas incorporan tácticas bajas para hacer que su socia desista del trato? ¿Cuántas, cuántas, cuántas ven en el drama ajeno un negocio jugoso? Ahí está la señora Wallace, por ejemplo, que ha hecho de la violencia un negocio muy pero muy redituable.

Son preguntas que debemos hacernos todos.

La violencia contra la mujer (y contra cualquier ser humano o animal) es un tema serio y no debe ser tomado como un espectáculo frívolo del que se puede sacar hasta raja política.

Ellas, las verdaderas víctimas, necesitan ese espacio, ese altavoz, esa tribuna.

Las demás que se sienten a pensar en su porción de responsabilidad. En cómo han sido los lobos de otras mujeres.

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Dorsia Staff

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