sábado, abril 27 2024

por María Rebeca Orta de la Garza

Excelsior. 14 de noviembre de 2018. Hallan cuerpo de niña de 14 años en una maleta en Tlatelolco. La menor fue identificada por sus familiares como Ingrid Alison, quien vivía en Santa María la Ribera.

Melissa acarició el cabello negro y pesado de Ingrid Alison mientras la contemplaba; dormida le parecía una muñeca, un ángel, un trofeo. “Nena”, susurraba enternecida. A sus veintidós años necesitaba ese subidón que da ligarse a alguien más joven, no tanto por sentirse vieja, sino por el poder de desvirgar a alguien. El control le supo a elixir de la eterna juventud. La pederastia se le figuró deliciosa. La conciencia del bien o el mal se le antojó un espejismo.

            Llevaban saliendo tres meses. Melissa era feliz. Ingrid Alison era una principiante en la vida real, una adolescente que celebraba cualquier novedad con demasiado entusiasmo, sin complejos, como sus coetáneos. Eligió a Melissa como su compañera sentimental porque, a pesar de la diferencia de edades, eran iguales. Eran mujeres, eran aventureras, eran cómplices. Una estaba en la edad adulta temprana, pasada de kilos y de experiencia, la otra no. A Melissa le sobraban mañas, a Ingrid Alison la curiosidad. Pero Melissa no creía en nadie, Ingrid Alison sí.

            La noche del sábado 14 de noviembre, Melissa quiso mimar a su noviecita y se la llevó a un tugurio donde nadie les pediría probar su mayoría de edad. Aunque Ingrid Alison ya había probado la cerveza, Melissa le permitió beber todo lo que se le antojara. El menudo cuerpo de la adolescente se atontó y su cabeza se embriagó. Melissa le presentó a Euforia, una pastillita pequeña que la propulsionaría al cielo. Ingrid Alison se convirtió en un ser todopoderoso bajo sus efectos. Parecía haberse transformado en una mujer, una muy deseable. Un muchachito se le acercó para perrear, ella le ofreció el trasero con docilidad. Melissa enfureció y a jalones la sacó de allí para llevarla a dormir a su departamento. A pesar de estar muy cabreada, quería hacer el amor, pero Ingrid Alison no quería. No con ella. Por más caricias que le hiciera, le había gustado sentir al chico erguido.

            El domingo por la mañana, Ingrid Alison se fue a su casa con una resaca de pavor y no llamó a Melissa en todo el día. Ésta se impacientó. Luego lloró. Después se encolerizó. En su mente, las fantasías de su novia se proyectaron de maneras que juzgó grotescas. El cerebro sacó las cartas y le ofreció una mano con poca ventaja; ella, la gorda, la malquerida, la cornuda, la eternamente postergada estaba a punto de perder a su chamaquita a manos de un traidor hijo del patriarcado.

            Por eso, el lunes 16 de noviembre, no insistió con llamadas ni mensajes y decidió espiarla. Se escondió en su coche, guareciendo su identidad con un gorro hasta las cejas y una bufanda hasta los párpados inferiores. La observó por la mañana y por la tarde cuando Ingrid Alison salía a la tienda por sus Gansitos o a la tortillería por encargo materno. Ya estaba oscureciendo cuando volvió a salir de su casa rumbo a la papelería. A Melissa le pareció que la niña movía demasiado el culito al caminar como un anzuelo para los hombres, que si la llegaban a manosear, se lo merecería por llevar esos mallones que copiaban sus formas sin pudor, que por eso había tanto feminicidio perpetrado por esos malditos súbditos del falo.Para colmo vió cómo Ingrid Alison le devolvió una mirada coqueta al que fumaba recargado en el poste. Melissa ardió en furia pero decidió confrontarla en persona y a solas. Bajó del coche y la esperó a la salida de la papelería.

            Con sorpresa, Ingrid Alison se encontró con Melissa. La saludó y le plantó un beso en la boca. Su saliva sabía a hartazgo. Melissa la invitó a su departamento, Ingrid Alison no quería volver a su casa para hacer tareas, aceptó y se montó al coche. El trayecto a Tlatelolco se acompañó de un silencio que de pronto se pintaba de cláxons y mentadas de madre. Alison advirtió el malestar de Melissa, pero prefirió no hablar.

            Al llegar al departamento, Melissa cerró con llave. Apenas la cerradura trabó, la indignada mujer inició un interrogatorio, al principio con calma, después con una vehemencia que se transustanció en furia: “¿Ya te lo cogiste, verdad?, ¿con cuántos?, ¿les cobras o te diviertes, nena?”. Ingrid Alison no supo responder, el temor hizo que enmudeciera. Creyó que así podría calmar a Melissa, pero ésta la acorraló con su pesada corpulencia. Ingrid Alison se dirigió a la puerta para irse, pero Melissa la agarró de la cabellera, “ahora te quedas, ¡puta!”.

            Ingrid comenzó a sentir miedo, pero pensó que después de ser golpeada podría irse. Sin embargo, el miedo se volvió pánico cuando las manos ásperas de Melissa le rodearon el cuello. Mientras la ahorcaba, le daba sacudidas y le estrellaba la cabeza contra la pared, con lágrimas en los ojos le reclamaba: “¿por qué, nena, por qué?”. La adolescente intentó defenderse a arañazos, pero la fuerza de su novia la rebasó. Le pudo picar un ojo y esto la liberó. Tomó el aire que su apretada laringe le permitió y corrió a quitar llave de la puerta. Mareada y con las manos trémulas, no logró destrabar el cerrojo. Pronto la invadió una quietud jamás antes experimentada. Un calor potente que manaba del centro de su corazón le rodeó el torso. La humedad cálida que brotaba y escurría desde su espalda y también de su pecho, la bañó en calma. No le dio tiempo de adivinar que ya no exploraría aventuras, ni se convertiría en adulta, ni podría despedirse de su madre con un te quiero. Se sumergió en la nada.

            Melissa se arrepintió de lo que acababa de hacer y pensó en cómo deshacerse de la pistola. Primero tendría que quitarse el pavor y la culpa, luego a su novia muerta en cobijas para que no le diera frío en el recorrido que haría en maleta hasta una sucia jardinera del parque. De ese modo se despidió de su nena para abocarse a limpiar con cloro las manchas de sangre. Se le antojó entonces que alguien inventara un quitamanchas para la memoria. Después cambió de parecer, como cualquier feminicida, pues nenas hay muchas.

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