El “Lado B” del Grito de Independencia
Por: Jhonny Ántrax
Me cagan los días quince de septiembre.
Desde que era chavillo y mis papás me llevaban al zócalo a escuchar el grito en voz del gobernador en turno, me cagan.
En primera me cagan porque eso de “La Independencia de México” es una utopía.
El cura Hidalgo era una fichita como todos los curas.
La corregidora se andaba tirando a Ignacio Allende mientras su marido, el verdadero “corregidor”, andaba en la baba organizando la revuelta.
También Ignacio Allende quiso darle chicharrónaHidalgo.Cuentanqueintentó envenenarlo tres veces, ¡puto traidor!
Así que la historia oficial es, como siempre, una perfecta tomadura de pelo.
Mejor que la banda sea franca y diga que se quiere embriagar en las calles hasta altas horas de la noche sin que la policía este jodiendo. Es mejor que digan eso a que todos salgan con sus banderitas pintadas en la jeta.
¿Para qué hacerle al payaso?
¿Cuántos de los compas que salen a los jardines de sus respectivas ciudades saben quiénes son los fulanos que vitorean cuando el gobernador en turno dice sus nombres?
Ni que la banda fuera tan aplicada en
la escuela para no confundir a los “héroes que nos dieron patria”. La banda siempre confunde a Benito con Hidalgo, a los actores de la independencia con los de la revolución. Esa es la neta.
Desde chavo me cagan los quince de septiembre. Por esa razón y por otras más…
Odio el pozole de cabeza. Lo odio como no tienen idea.
Pensar que en el plato van restos de oreja, trompa y quijada de un cerdito me revuelve el estómago. Aparte el origen del pozole es medio sádico. Dicen las malas lenguas que antes el pozole se hacía con la zalea de los enemigos, es decir, que echaban al caldo al cabrón que más nos aborrecía. Imaginen que perversión digna de Freud comerse a un güey que sólo nos tiró mala onda.
En los quince de septiembre a los niños los disfrazan de charros y a las niñas de rieleras.
Vaya que soy enemigo de las feminazis, pero ahí sí les doy un poco de razón: ¿qué coños le tienen que seguir inculcando a las niñas ser la que le lleve el caballo a un bato que las deja botadas?
Por eso seguimos como seguimos. Por eso el rollito de “la cuarta transformación” de AMLO y esas jaladas que todos repiten sin ton ni son sin saber a qué se refiere.
Toda revuelta tiene su lado B, y la Independencia no es la excepción.
Sin embargo, no me voy a poner a reescribir la historia, ¡a quién le interesa realmente!
Lo que sí quiero es tener una catarsis pública. Vomitar un poco sobre la cara del lector porque seguro el lector no tendría empacho en vomitar en la mía si la tuviera enfrente, y más al otro día del quince, cuando todo México despierta crudo y apestoso a tequila barato y a pozole y a esquites con mayonesa.
Mi catarsis se debe a que recordé un horrible episodio que sucedió precisamente
en una noche mexicana. Debo superarlo y por eso lo cuento. Por eso, y no por otra cosa, me amargan las noches del grito. Lo del lado retorcido de la historia oficial verdaderamente me importa un bledo.
Fue en el año 2000. Yo estaba más que enculado de una chava llamada Rita. Y cuando digo que estaba más que enculado es porque entonces estaba enamorado, y estar enamorado es correr un peligro mortal pues uno no puede meterse ni en la cabeza ni el corazón de la otra persona y ordenar sobre ellos. Yo pensé que sí, que un buen verbo mataba todas las caritas, pero no fue así. Rita, mi Rita hermosa y yo habíamos
ido a una noche mexicana en casa de unos brothers que eran medio rockeros y que por ser rockeros no pondrían mariachi ni esas escalofriantes melodías que pone la gente patriota el día del grito.
Error. Fue un error mío no llevar a mi morra al zócalo como lo hace la gente normal, la gente que sólo busca un divertimento sano o mal sano, eso qué más da.
El caso es que yo llegué con Rita a la casa de estos monos que eran rockeros, y en la fiesta no había ni tequila ni serpentinas ni banderitas, sino bastante mariguana, chelas, Bacardí y otra mierda variada.
Pero resulta que a la fiesta llegó un pinche francesito que alborotó al gallinero con su maravilloso y sensual acento parisino. Yo la verdad siempre fui muy seguro de mí mismo y de mi potencial viril. Ninguna novia o amante había tenido queja, y por lo mismo no me consideraba un fulano celoso. Dejaba que mis chicas interactuaran, se lucieran y hasta coquetearan discretamente con los amigos porque me gustaba presumir que mis chicas eran, aparte de guapas, inteligentes.
Lo había hecho siempre, pero no con mi Rita. Con mi Rita casi no salía porque preferíamos quedarnos en el depa a coger. Cogíamos como los verdaderos dioses, lo juro. Yo sabía que mi Rita estaba fascinada conmigo como yo con ella. A mala hora la
llevé ese quince de septiembre a casa de los rockeros esos, y no lo digo por los rockeros, porque yo los conocía bien y eran medio pendejos para ligar porque todo lo que les ocupaba la mente era el bendito rocanrol. No así el puto francés que en mala hora apareció.
No entraré en detalles. Es doloroso. Sólo diré que esa noche que me negué a ir a dar el grito al zócalo, debí ir a dar el grito al zócalo y tragar pozole de cabeza y beber chela en bolsita. Eso debí hacer y nunca dejaré de lamentar no haberlo hecho.
Rita aprovechó mi estado asnal (me fumé un churro completo y me metí siete caguamas) y una hora después de que la banda de afuera diera el grito, ella se puso
a dar de gritos en la recámara de uno de los rockeros. Se puso a dar de gritos porque el francés le metió la cogida de su vida. Así me lo dijo la muy maldita a la mañana siguiente cuando desperté solo como un perro en el sillón de los rockeros. Desperté y no vi a mi morra y fui a buscarla a las recámaras, y ahí estaba mi Rita preciosa, la misma a la que yo
hacía gemir como loca dos días antes, con el pendejete del francés ese que estaba más depilado que la propia Rita.
La morra me partió el corazón y por eso
yo quise partirle la crisma al franchute, pero el franchute se defendió como los grandes y me mandó al hospital después de una mega madriza. El francés aparte era karateka o
yo no sé qué madres. El caso es que el mero dieciséis del año 2000 me la pasé todo jodido en un hospital de gobierno. La pinche Rita fue incapaz de llevarme a un hospital decente.
Obviamente que cuando salí del hospital, fui a buscar a mi Rita, y cuál va a siendo mi sorpresa que la puta de Rita se había largado a San Cristóbal de las Casas con el puñetas del francés. “Se fueron a dar el rol por Sancris y de ahí iban a bajar al sur de mochilazo”, así me lo dijo el gilipollas hermano de Rita.
Desde entonces odio los gritos de independencia y también a los franceses
y, por su puesto que desde ese día no me he vuelto a enamorar. Lo más sano para mi mente y para mi cuerpo es nomás encularme.