jueves, noviembre 21 2024

Por Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

Hace algunos meses fuimos testigos de uno de los actos de machismo más patético y nauseabundo por parte del entonces aspirante a la gubernatura de Nuevo León.

Ya había (sin que nadie se lo pudiera explicar) llegado a ser senador de la república. ¿Cómo un papi-lord podría ser parte del senado? ¿Cómo legislar con ese perfil clasista, racista y fascista?

Para nadie es ajeno el punto de que, si existe una banda por demás competitiva y aspiracional, esa es la regiomontana. No lo digo como denuesto, no es descalificación, sino definición. Es un poco como querer afirmar que los chiapanecos o lo tabasqueños son madrugadores… simplemente los del sur tienen el beneficio de nacer en tierras tan ricas que el propio territorio se presta para llevar una vida más relajada, sin tantas pretensiones.

La irrupción de los memes como material educativo en tiempos de la inmediatez, trajo consigo una andanada de personajes bizarros, cómicos y trágicos.

Antes de esto, desde que los teléfonos se volvieron más inteligentes que el hombre y fueron equipados con una cámara, surgió una nueva generación de reporteros de ocasión: cualquiera con un teléfono así podía documentar un escándalo o una arbitrariedad vial que, de inmediato, al ser subida a la red, se convertía en tendencia.

Samuel García cubre a la perfección los requisitos para ser un protagonista de estos pequeños documentos: él mismo cachó el juego a la hora de revertir posibles hechos escandalosos haciendo de ellos un fenómeno viral.

Nadie en su sano juicio haría gobernador a un sujeto cuya mayor desventura fue haber sido obligado a jugar golf los sábados con su papá, o que su mayor rasgo de bondad sea decir que admira a esos pobres infelices que viven con un sueldito de 50 mil pesos.

Nadie lo vio llegar, el desembarco de su cinismo se dio, sin embargo, acompañado de otro factor: una influencer, su esposa.

Para darnos una clara idea de lo que es un influencer retomaré algunas líneas que escribí hace unos años, cuando entré a Instagram y noté que estaba lleno de estos personajes cuya finalidad en la vida es fungir como anuncios ambulantes y parlantes…

La inútil vida de una influencer

Vemos qué desayunan. Generalmente hot cakes o french toast, siempre con la queja antepuesta en un hashtag que dice #guilty.

Vemos que duermen en camas vestidas de algodón egipcio, donde reposan regalitos del hotel o la marca que van a promover. Nos muestran la habitación, el amanecer, la tina y el espacio en la terraza donde se sentarán a tener profundas digresiones filosóficas con su teléfono. ¿La selfie saldrá mejor con o sin filtro?, ¿mordiéndome el cachete o sacando la lengua?

Nos muestran cómo empacan sus maletas. Le caben más chamarras o más pantalones. Que nunca nos falte el make up ni la tenaza para los rulos.

Bajan del avión y no saben si deben recoger el equipaje haciendo una insta-story o simplemente recogerlo y esperar a que todo esté OK para luego quitarle el modo avión a sus iPhones.

Salen a la calle y van por un Matcha frapé. ¡Foto con el puto té verde! La vida es bella.

Van a la playa y no se les deshace el rulo o el lacio perfecto pese a la humedad. Tocan el mar con la punta de sus dedos bien pedicureados. Selfie del dedo. Pose de sirena. Hashtag, el nombre de la marca del bikini. Música para sus snapchats. Algún reguetón o el último éxito de Bieber o Rihanna.

Van a comer. Nos enseñan que con el favor de Dios (y de los masajes que les regalan) no están hechas unas cuinitas. Por eso prefieren sushi a todas horas y en los lugares mas inverosímiles: sushi en Madrid, cuando bien podrían ir con Lucio por unos huevos rotos. O ir con Botín por un estupendo cordero. Sushi en Roma y en Florencia, en vez de atascarse de pasta y bisteca. Sushi en Oaxaca, en vez de ir por unas Tlayudas. Ellas beben poco porque son ejemplo de millones de jóvenes. Beben mimositas en la mañana… ¿para curarse qué cruda? Van a la nieve y no juegan con la nieve. Esquían tres minutos y las otras 23 horas y contando, buscan un buen spot para hacerse la foto más cool. Nos enseñan que sus amigas son las mejores amigas del mundo porque son igual de trendys y huecas. Suben videos a su canal de YouTube: una compilación de “precious moments” de todo lo que ya les vimos hacer en el día. Screenshot de los comentarios de sus fans. Los aman a todos aunque si los ven en la calle los ningunean por prietos y desgarbados. Cenan “DELIIIIII” (no delicioso, deli) hashtag #guilty.

Nos llevan con ellas a sus sesiones de spa. Nos muestran sólo el hombro que se se asoma en blanquísimas batas de hotel. Del hotel que no pagan, obvio.

Van a la cama. Netflix and chill. Salen sus novios o maridos asomándose como imbéciles a la cámara, que es el verdadero amante de estos personajes. Selfie en la camita con palomitas y sí, más sushi.

Good night.

Hashtag #tired  Hashtag #Graditude Hashtag #Lavidaquemetocóvivir

Cinco horas después, selfie del amanecer con taza humeante de café.

La duda mata: ¿a qué hora procrearán estos engendritos nuevas generaciones de plastic people 3.0?

¿Cogen las influencers? Nunca las vemos en medio de una situación de tensión sexual.

Es demasiado sucio el asunto, y…. chale,  el coito no se puede subir a Instagram”.

Escribí esto hace tres años. Casi unos meses antes de que Peña Nieto dejara de ser presidente y su historia de amor de telenovela caducara.

La Gaviota es una old fashion, sin embargo, jugó el papel de la compañera famosa de un político imbécil.

Lo de hoy es distinto: una influencer no actúa, o sí: hace estupendas exhibiciones de sí misma en una plataforma que no cuesta un peso. Antes las bellezas blondas y las estrellas de papel pasaban por estrictos trámites burocráticos y por jefes abusivos que les exigían las de Roemer.

Hoy no. La entronización del vacío y la frivolidad es un negocio propio que genera réditos exponenciales.

La esposa de Samuel García, Mariana Rodríguez Cantú, es vista como el zenit de la comunicación política porque hizo crecer y ganar a un impresentable a punta de likes: vivimos la era del triunfo del dedo alzado frente a la rutilancia de las ideas.

“Fosfo-fosfo” como mantra espiritual

Los tiempos de Dios dejaron de ser perfectos: los han superado 15 segundos de impacto que tiene una reel o un TikTok.

El ridículo es el vehículo que hoy se vende como “humanización del candidato”.

Si nos horrorizó la idea de que “El Cuau” llevara las riendas de un estado caótico, quítate que hay te voy.

Sammy viene con todo… Hashtag #escondelapiernaysacaelerario

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