viernes, noviembre 22 2024

por Alejandra Gómez Macchia

El antiguo molino de Huexotitla alberga un recinto del ser para compartir tanto el trabajo (en un coworking holístico, es decir, un espacio compartido para terapeutas, maestros y yoguis, en donde se paga por hora para llevara cabo tu actividad y no tener que gastar en rentas) así como la exploración y expansión de esa materia invisible que nos hace humanos mediante meditación, yoga, masaje, flores, danza, terapias y radio.

El lugar, que ya de por sí trae su propia carga histórica de generaciones, pasó al plano holístico después de una extenuante temporada de ser escenario para bodas y eventos sociales.

Mariana Pérez Ocejo es la mano que mece esta cuna, pero su transformación no se hizo en un día; fue creciendo al unísono de la propia metamorfosis personal de su creadora.

Digamos que la pandemia fue una sacudida para todos, sin embargo, los vaticinios de que nuestra especie entraría en un área de pensamiento menos frívolo y más consciente se quedaron –para muchos– en un proyecto y hacer comunidad.

Feminismo. Palabra compleja por los diferentes contextos que engloba.

Para Mariana, su época de radicalismo fue quedando atrás, o más bien, la vida real, y una temporada en lo que ella llama “el futuro” (que tiene su sucursal en Canadá), la obligó a ir seleccionando batallas, sobre todo porque es madre de un niño, luego entonces, ¿cómo educarlo en esta época en donde se habla de derrocar al patriarcado y reencausar a las masculinidades frágiles, pero por el otro  lado, el extremo radical orilla al hombre a sentirse culpable de todo, todo el tiempo?

Es una cuestión de madurez y congruencia.

Hay una canción de la canadiense Joni Mitchell que se titula Both sides now, es decir, ver las cosas por ambos lados: las nubes, el amor, la vida, pero más que verlas por ambos lados, hay que ir más lejos: observarlas en circulo y hacerlas circular.

Mariana viene siendo un criatura exótica e indómita. Quizás su lucha más ruda y persistente ha sido mantener su esencia salvaje dentro de un sistema estructurado en la vieja usanza.

El intercambio de esos dos mundos ha obrado el milagro del equilibrio.

Casa Magara, su espacio personal, nació en el torbellino de disipación que significó para todo el mundo la crisis sanitaria del Coronavirus.

Más que nunca, la gente necesitaba de lugares alternos a casa, al aire libre y con actividades que nos llevaran a un estado de gracia y a reconciliarnos con la vida.

Magara, en África, es el equivalente al CHI de oriente: la energía vital, lo que decodifica y administra la luz. El Prana del hinduismo o el Alma judeocristiana.

Justo en el acomodo para anclar Casa Magara, Mariana hace maletas y se va a Canadá con su hijo. Ahí encuentra la seguridad que ofrece un sistema político y social que protege a sus habitantes. Los canadienses son criaturas nobles, pero ciertamente responden al entorno. El filósofo Jean Jacques Rousseau dice en su discurso sobre las ciencias y las artes que “la felicidad no es flor que crece en todos los climas”, y Canadá, ya se sabe, junto con Siberia, es la parte más gélida del mundo. Los canadienses programan con una anticipación delirante su futuro, por una sencilla razón: para no morir congelados en la vejez.

En ese tenor, una mexicana que campanea al caminar y a donde va es vista como la alegría de huerto, puede sentirse encorsetada en el orden de un estado tan previsor.

Al mexicano le queda muy bien la improvisación, y por añadidura, ese desparpajo se traduce en confianza, calidez, apapacho.

Canadá significó un parteaguas en su vida, en lo que respecta a los derroteros y los alcances o límites retóricos y prácticos del feminismo: fue al futuro y vio al hombre canadiense (primermundista, civilizado, igualitario), absolutamente disminuido, convertido en guiñapo frente a la autoridad moral de sus mujeres.

¿Queremos eso, en verdad?

Mariana cree que no. Que tiene que haber otro camino hacia la evolución y la armonía.  Hay que decir que es antropóloga de profesión, lo que la pone en un lugar aparte de los demás escrutadores de ocasión: la antropología estudia el comportamiento y el modo de interacción del hombre (humano) con su entorno, y lo interesante del caso es escuchar desde esa ciencia social las disonancias y la cacofonía que genera un movimiento que, naturalmente sufre descalabros y bifurcaciones forzadas que sólo lograrán cimentarse con base al sentido al común.

Mariana regresó a emprender Magara con una visión renovada después de haber transitado por los laberintos de cientos de opiniones que pretender sublimar sus movimientos en el más arcaico gatopardismo: mujeres que utilizan los mismos métodos rupestres, abigarrados y violentos que el patriarcado que pretenden derrocar; ¿que todo se mueva para que al final nada cambie?

El futuro no es Canadá, ni la castración moral del macho.

El futuro, más que feminista, debería ser femenino; tomando nuestro poder y nuestro ascendente desde la fuerza que nos da el ser mujeres, ya que históricamente, la mujer administra, negocia, reconcilia, cuida, hace florecer y nutre desde su energía vital, desde el corazón, desde la Magara.

 

 

 

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