martes, diciembre 24 2024

por Alejandra Gómez Macchia

Subió al auto.

Íbamos rumbo a la Ciudad de México acompañando a Úrsula para su presentación en el Pervert; una fiesta que huele a libertad, látex y a testosterona pura.

Yo iba manejando.

Una vez segura en la carretera, acomodé el retrovisor para ver bien de dónde salía esa voz hipnótica que hablaba con el Pato Watson de sus épocas como Stylist en MTV Argentina.

Me llegaron a la mente las épocas en las que ese canal de televisión nos volaba la cabeza; era ahí en donde los chicos mirábamos videos del momento; los inolvidables y confusos noventas; Kurt Cobain aún estaba vivo pero ya preparando el cañón cuando acabó de conquistar a todo el público enfundado en un suéter de anciano beige, sentado con sus Dreadnought, dando su versión de The Man who sold the world.

Los conciertos Unplugged le dieron otro cariz a las rolas.

Las bandas tenían que demostrar que eran capaces de ofrecer versiones acústicas de nivel, sin la trampa de los efectos de consolas a la hora de la edición.

Recordé los nombres de Ruth y Alfredo.

Los pelos rosas de la primera; el perfil malandro chic del segundo.

Volví al retrovisor.

Un flequillo cortísimo enmarcando unos ojos profundos e inteligentes. Fleco de etarra a punto de reventar una bomba fuera del Guggenheim. O fleco de Amelié en París. O el mismo fleco que yo le cortaba a mi hija cuando era una niña bajo mi custodia. Ese tipo de peinado está ligado a la anarquía. Un fleco de dos dedos que no cualquier persona se atreve a llevar.

Paola y Pato charlaban caldeadamente de sus respectivas temporadas de rockstars.

Algunos secretos de familia se ventilaron mientras Úrsula y yo comentábamos sobre la humanización de los canes y la mejor forma de no hacer del perro un pequeño tirano.

En la mar de carros del viaducto, Paola contaba sus cuitas con Cerati a quien llamaba como Gustavo Adrián, su nombre de pila. Hablaba de él como alguien muy cercano. También de otros argentinos icónicos como el Flaco Spinetta y su vástago Dante.

A Paola, como a todos los que íbamos en el carro, nos tocó ser testigos de cómo los Illya Kuryaki arremetieron en la escena con una poderoso desparpajo entonando esa primera frase de Abarajáme “Mi nombre es culero Connor”.

Ya en un alto antes de dar vuelta en el Liverpool de la Cuauhtémoc, la conversación me orilló a escudriñar bien al personaje. ¿Quién viajaba en el asiento trasero de mi nave? ¿Quién era ella que encarnaba todo lo que yo hubiera querido ser en los noventas? Bajé el retrovisor y vi su cuello constelado con una serpiente de tinta. Los brazo ahítos de figuras indescifrables aún. Claro, pensé, la voz de las personas debe encajar con el resto de su cuerpo; las historias que emergen de la boca tienen que coincidir con la narrativa inscrita en los mensajes cifrados que resultan ser los tatuajes.

Una vez fuera del carro, pude escanear bien a Paola: vestido lencero negro de satén y unas chanclas chunky con calcetas. En la Zona Rosa no es raro ver pasar a gente disruptiva, sin embargo, en su natal Tijuana y en nuestra Puebla Levítica, alguien como ella atrae las miradas inmediatamente. Por romper con los cartabones estéticos, claro, pero también por su manera de ver e interactuar con el entorno.

Bailamos toda la noche en el Pervert rodeadas de colores, cadenas, látex y pechos turgentes de chicas trans. Era la noche del Pride.

No hablamos mucho más sobre lo que hacíamos o de nuestras vidas, pero supe que Paola era ese tipo de persona que imanta, alguien que quieres en tu vida simplemente por como habla, camina, baila y se peina. No es un imperativo categórico ni mucho menos un criterio guiado por la frivolidad que puede hacernos transitar por elegir, antes que cualquier cosa, la imagen. Pero en este caso es la imagen lo que prima en su discurso, en su profesión. La imagen de uno mismo, que es también la de los otros. El autorretrato es una de las formas eficaces de evitar el afantasmamiento. Ahora lo podemos obtener con una selfie, sin embargo, Paola retoma en su oficio la ruta de la belleza de lo inacabado, porque pintar es una actividad que puede hacerse hasta el infinito.

La psicología, en muchas de sus aristas y metodos, se valen de aquello que uno expresa mediante el lienzo que es el propio cuerpo y sus gesticulaciones, y en la manera en la que nos presentamos frente a los demás cambiando de máscara…  

La Arteterapia es una forma de psicoterapia que utiliza las artes plásticas como medio de recuperar o mejorar la salud mental y el bienestar emocional y social.   ACT!  (Autorretrato como Terapia) es un espacio creado por la artista plástica PAOLA VIOLÁ que surge a partir de su propia necesidad de sanar. VIOLÁ cumple seis años brindando el servicio como Arteterapeuta y creando talleres mágicos utilizando la técnica del autorretrato como herramienta para expresar aquello que con palabras se nos complica, así cómo también dejándose guiar por la intuición para conectar con su interior y así poder SER!   Paola TorresPonce Amador (nombre mundano) de origen tijuanense, se tituló de la carrera de Artes Plásticas en La UDLAP circa 2006. Antes y después de esta etapa académica viajó y vivió en Italia, Argentina y Alemania. Fungió como ejecutiva de las exposiciones en la galería de Arte Contemporáneo EL CUBO en el Centro Cultural de Tijuana CECUT por varios años. Concluyó la etapa de Godin en el 2015 cuando decide tomar diferentes caminos hasta encontrar su misión como arte terapeuta. Agradece el proceso. Ya que nadie puede enseñar un camino que no ha recorrido.  

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