lunes, diciembre 23 2024

por María Rodela

Néstor ya llevaba tres rayas gastadas en la “putilla”, como le decía mientras lo felaba siempre en el mismo lugar: el baño de la gasolinería que estaba junto a su casa. ¿Cómo? a través de un agujero en la mampara separadora. ¿Quién? Una boquita pintada de Avon “Rojo Pasión”. Él depositaba los billetes, ella le ofrecía la boca. Cuando él terminaba, esa euforia se ennegrecía de remordimiento. Su mujer lo esperaba en casa, con la cena caliente y la cama preparada. Preparada en la cama. Pobrecita Rosalía si se enteraba de sus andanzas, pensaba Néstor, pero reconocía también, que ni en sus mejores sueños su señora se hubiera atrevido a hacerle esas cochinadas tan sabrosas. Quiso enmendar sus pecados ofreciéndole a su mujer mil pesos en efectivo, dentro de la respectiva cajita de Ferrero Rocher. La grande, para que no se notara el escatimo.

            Rosalía se puso feliz al recibir su regalo del día de las madres. Iba a engordar con tanto chocolate, pero por lo menos ya no le había dado sartenes o planchas. Encima tenía dinero para gastar en lo que se le antojara. Con rapidez decidió que ahora sí se iba a comprar tres pares de zapatos del catálogo de Andrea que su hermana tenía. Dejó la cajita en la mesa junto a los cuatro billetes de cien y dos de cincuenta, olfateó la superficie plastificada de la riqueza; ese aroma que no se puede embotellar. Encargó a los niños con la vecina y se subió a premiar a su marido con sexo. Néstor volvió al coito blando con su esposa, sólo que esta vez ni siquiera llegó al final feliz. ¡Cómo empezó a extrañar el baño de la gasolinería!

            Se salió quince minutos antes al trabajo y dejó a Rosalía medio desnuda en la habitación. Ella, muy satisfecha, se comió un pedazo de cielo con envoltorio dorado y suave relleno de nutella. No quería terminarse la caja en una sentada, pero se sabe que con esos chocolates uno solo no basta. Cuando remató la primera fila, descubrió con horror que su dinero no estaba. Buscó bajo la mesa, dentro de la cajita, entre sus pechos. Nada. Su domingo desapareció. Se sintió culpable, “sabrá Dios qué tantos sacrificios habría hecho el pobre de Néstor para dármelo y yo, por andar de calenturienta, ya los perdí”. Decidió no contarle nada a su marido. Se refugió en las prendas caras que ocultaba en el fondo del clóset, atrás de las cajas de zapatos desordenadas, donde vivían las maletas con un polvo perenne, allá donde no se veía nada. Donde Néstor jamás se asomaría, mucho menos se metería a escombrar. Sintió paz junto a su tesoro, supo que se recuperaría del desfalco. Se tiró en la alfombra con olor a humedad y luego se cubrió de sus prendas más preciadas, acariciando una chalina de Guess mientras disolvía las capas del Ferrerito en su boca.

            Néstor no se subió a la combi Ruta 14 rumbo al trabajo. Sus pasos mustios lo llevaron al baño de la gasolinería. Mientras esperaba la llegada de una de sus “pirujitas”, como les decía en voz bajita, se puso como un velero al imaginarse la hazaña que estaba a punto de revivir. La puerta del baño contiguo se cerró. Vió a la sombra de su feladora arrodillarse. Le depositó los doscientos pesos de siempre, pero la boquita pintada de carmesí le replicó desde el otro lado del agujero: “ahora cobro $500”. Néstor se enfurruñó, pero ante el temor de perderse de esos labios prodigiosos, cedió y le pagó. Y las puertas del paraíso se abrieron: angelitas encueradas le cantaron, las aguas del Mar Rojo se abrieron de par en par y la pétite morte le dejó el cuerpo flotando en un éxtasis anhelado. Todo se interrumpió cuando los dientes de la dama amenazaron con practicarle una circuncisión express. “Cáete con toda tu lana o vas a mear sentado de por vida”, amenazó entre dientes la boca que lo sujetaba. Néstor, valorando su hombría, le deslizó otros mil quinientos pesos a punta de mordidas. Abandonó el baño decepcionado. Lo dejaron sin el dinero que le robó a su mujer y un poco más. “Maldita inseguridad”, masculló.

            Por la noche, cenaron en familia. Los niños subieron a dormir y Rosalía le presumió a Néstor no tres, sino seis pares de zapatos del catálogo de su hermana. Ninguno confesó sus pecados y todo quedó en una secuencia de sonrisas tontas. Néstor se refugió en sus aventuras “zorriles” del baño de la gasolinería, como les decía de cariño. Pero en las anteriores, porque la de esa tarde había sido espantosa. Muy placentera, pero deshonrosa. Y Rosalía soltó una carcajada de verdadera alegría cuando se encerró  en el clóset. Mientras sujetaba sus sandalias doradas de plataforma entre las manos, recordó entre risas el momento en el que se pintó la boquita de Avon “Rojo Pasión”, como todas las veces anteriores y estafó a su marido, a través de un agujero, de una mampara, de un baño en una gasolinería que estaba junto a su casa.

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