Esta mujer propone que salte y me estrelle
Alejandra Gómez Macchia
Sentada frente a la computadora después de tener una de las conversaciones más intensas, melancólicas y dulce-amargas de mi vida, debo escribir una columna, sin embargo, los temas de coyuntura me abruman. Me vale gorro si el tal Nodal cambió por tercera vez de novia en el año o si Alasraki sigue rumiando bilis…
Antes de paralizarme frente a la pantalla hice una lista mental sobre las cosas que necesito escribir, pero soy incapaz de hacerlo en este momento.
Debido a la histerectomía radical que me realizaron en febrero para sacar el tumor que amenazaba mi vida, he entrado directo a la postmenopausia. Nada de preparaciones previas para este trance: la así llamada perimenopausia, que son los dos o tres años anteriores al cese absoluto de la menstruación, no pudo hacer su labor, así que de un día para otro me convertí en una señora jovial con bochornos brutales que no sabe bien a bien en dónde pararse o qué posición tomar para sentir menos el fogonazo.
Uno de los cientos de síntomas de la menopausia es la pérdida de concentración, ahora, yo le tengo que añadir a esto la dura tarea de reestablecer la confianza en la vida luego de un cáncer y su tratamiento, y todos los cambios que se han presentado junto con este evento.
Los verdaderos terremotos devastan más allá de lo que nuestra vista puede alcanzar. No me quejo, al contrario, estoy adaptándome a esta nueva dinámica de sopores y olvidos con estoicidad.
Me han enviado ya un reemplazo hormonal que parece ser muy eficaz y poco agresivo, sin embargo, tengo mis reservas con el producto, pues todo el que esté un poco informado sobre cosas oncológicas, sabe o debería saber que las hormonas son las mejores amigas del cáncer de mama, y aunque en mi caso ya me enviaron a hacer estudios y soy candidata a tomar el reemplazo, respiro antes de sumergirme en el mundo de los coadyuvantes porque ya sé lo que pasa cuando te da cáncer y, aunque hasta hoy no me puedo quejar de nada porque mi tratamiento salió bien y no tuve exabruptos, no quiero andarme arriesgando a que el elemento gacho regrese ahora en mis modestas chichis.
Por esa razón me está costando mucho trabajo sentarme a escribir, porque me falta concentración, me sofoco en bochornos en plena onda de calor y la musa se ha esfumado.
Nadie nos prepara bien para la menopausia, para llevar digna y alegremente esta etapa que se prolongará hasta la muerte, pues uno no “pasa” la menopausia, llega para quedarse y hay que tomarla con sabiduría.
Fisiológicamente hablando (y si los seres humanos y en específico las mujeres estamos en este mundo para reproducirnos) la menopausia es la forma cruel en la que se da por inaugurada la decadencia, y si no se toman medidas drásticas y se hace un cambio de hábitos, la cosa empieza a degenerar: los huesos se joden, las mucosas se secan, el pelo se cae, el sueño se te va, ardes por fuera, pero te enfrías por dentro.
Y mejor de coger ni hablamos.
Estoy dejando de ser esa mujer que propone al ser amado que salte y se estrelle para pasar a ser la perfecta compañera para ver Netflix.
Ahora que entiendo todo sobre el ramalazo que significa que los ovarios se sequen, concluyo que:
Por nuestros ciclos vitales (hormonales sobre todo), las mujeres nos vemos orilladas a alejarnos de golpe del fuego. Aceptarlo es abrazar la ligereza. El corazón empieza entonces a respirar sin ansiedad.
Los procesos que no se asumen, engendran monstruos