viernes, noviembre 22 2024

El diputado nunca se ha jactado de ser un intelectual, sino todo lo contrario. Va abiertamente maquillado como maniquí a las sesiones y posee la cinturita más breve de la Cámara. Más breve, incluso, que las cinturas de sus compañeras de curul.

No debe escandalizarnos en absoluto que Mayer sea legislador; recordemos que por ahí han pasado personajazos como Irma Serrano “La Tigresa” y Carmelita Salinas “La Corcholata”.

La así llamada Cuarta Transformación no podía darse el lujo de discriminar a la farándula.

¿Como por qué?

Recordemos algo, compañeros: acá los que se irritan y se ofenden de todo son los chairos y los millennials, no los fifís ni aquellos que otrora mamaban de la teta de la Mafia del Poder.

Mayer hizo una declaración insólita: dijo que su temporada de stripper fue un parteaguas en la lucha por los derechos de la mujer.

Cada quien su visión.

Aunque pensándolo bien, ahora que me pongo a recordar una vez que me invitaron al show (y fui porque no tenía un mejor plan), caigo en cuenta que, en efecto, las mujeres que asistían daban rienda suelta a todas sus fantasías inconfesables.

Sólo para mujeres abarrotaba los teatros cada vez que se presentaba, y aunque el espectáculo fuera bastante risible y chabacano, las señoras pasaban una hora desfogando todo ese estrés que venían cargando por años.

Al entrar al lugar las mujeres sufrían una metamorfosis: junto con sus sacos dejaban colgados sus complejos de inferioridad y se iban despojando del decoro y el recato conforme Mayer y sus muchachos se iban despojando de la ropa.

Parte de show consistía en que los musculosos hombres que se contoneaban subieran al escenario a las más cohibidas del público, y era en ese momento donde esas mujeres sentían, aunque sea por una vez en su vida, que podían desvelar sus apetitos con actores a los que jamás volverían a ver, mientras esos actores (la mayoría gays) se dejaban manosear por las cándidas señoras a las que quizás sus maridos no habían tocado en años.

Lo que pasa es que vivimos tiempos mojigatos e hipócritas, porque si echáramos mano de la literatura decimonónica y textos anteriores, caeríamos en cuenta que la mayoría de las damas de la corte se daban vuelo en sus respectivos gabinetes con los galanes que las visitaban… con la venia del marido.

En ese tenor, puede ser que Mayer tenga algo de razón, pues las asistentes al espectáculo conseguían liberarse y hasta tomar el evento como un escarmiento sin venganza hacia los machos que han cosificado durante siglos a la mujer.

Los hombres adictos al table dance son tan libres de hacerlo que en vez de ir a desfogarse y a tocar, van a embrutecerse con alcohol barato que se vende caro.

Mayer no lo dijo, sin embargo, quien esto escribe lo piensa: también las mujeres tenemos el legitimo derecho de emputecer de vez en cuando. Y eso deviene libertad.

Nos guste el diputado o no.

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