viernes, noviembre 22 2024

Por Claudia Luna

Siempre he pensado que la música funciona como una máquina del tiempo. Tiene la propiedad de transportarnos al pasado o de traer a alguna persona de vuelta. Basta con que suene una canción que estuvo de moda años atrás para que los que la escuchan pinten una sonrisa en la cara por el recuerdo agradable que les trae o por la emoción que les produce.

Hace un par de meses conocí a Joaquín, un muchacho de hermosos ojos obscuros y pestañas espesas. Estaba metido en su teléfono, pero levantó la vista para saludarme. Le devolví el saludo con un: “Hola, ¿a qué te dedicas?”. “Soy DJ”, me contestó y regresó a su teléfono. Nunca había conocido a un DJ, así que no lo quise dejar ir tan rápido. “Cuéntame, ¿qué haces, de qué se trata?”. En realidad no sabía qué preguntar, pero quería saber más sobre el tema.

Por como hablaba, me resultó evidente que le apasionaba la música. Me explicó la forma correcta de pasar de una canción a otra: con suavidad y sin atorones. Hay que evitar que se junten las voces de la canción que suena con las de la siguiente. El tono ideal, para hacerlo, es el de los bajos, el momento del “bum, bum”. Hay que saltar, de una canción a otra, en el momento preciso, como trapecista sin red.

Me contó que tanto la música electrónica como la house elevan el ritmo cardiaco hasta 130 BPM (beats per minute) de quienes la escucha. Son los latidos por minuto que tiene una persona cuando realiza ejercicio acelerado o corre. Estos ritmos producen emoción y a la gente le da ganas de saltar. Otros ritmos más lentos, como el pop y el hip hop, activan el lóbulo temporal del cerebro donde la función principal es la del lenguaje, por eso a la gente le da por cantar.

La música es utilizada en un sinnúmero de terapias ya que activa más partes del cerebro que cualquier otro estímulo humano. Para empezar reduce los niveles de estrés, el gran asesino de nuestro tiempo y estimula la concentración, capacidad útil en un mundo que parece no detenerse.

Tuve la oportunidad de escuchar a Joaquín un día que estaba relajado y con sus amigos. Ponía las canciones que le gustaban y a ratos cantaba. Cambiaba, movía y jugaba con las rolas. Sus hermosos ojos se convertían en manchones obscuros de luz. Y es que la música tiene la propiedad de transportar a quienes la escuchan a otro espacio y tiempo. El DJ no es la excepción, él también viaja.

Cuando lo escuché cantar, mi primer pensamiento fue que era desentonado, sin embargo, después de oírlo un rato me di cuenta de que su voz tenía un timbre especial. El tono de lo auténtico, el que sale de las entrañas, de muy adentro y que solo se obtiene cuando dejas de cuidarte para lucir bien. Es la expresión que se logra si amas mucho lo que haces. Llegó el momento en que dejé de querer definirlo y componerlo. Entonces, el sonido me condujo a lugares felices.

Igual que como sucede en la vida, la máquina no para, el DJ conduce y, quien logre subirse al carro, gozará del recorrido y hasta podrá traerse un souvenir de vuelta.

Joaquín disfruta al crear estados de ánimo, busca conectar con quienes lo escuchan. Mira las reacciones de la gente y los conduce entre valles y crestas. Los lleva de la euforia a un estado más lento y cachondo para, después, embriagarlos de nuevo. Toma las canciones como si fueran letras y las combina para crear palabras. El resultado es una cualidad nueva.

Se aleja, se separa y observa como en un teatro de marionetas. Él es el mago. Por unas horas los que escuchan le pertenecen y los moverá a su antojo. Él dice cómo sucede y a qué ritmo se baila. El es el DJ.

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