lunes, diciembre 23 2024

Por: Mario Alberto Mejía

Desde que lo recuerdo, Jesús Encinas Meneses fue un personaje de bajo perfil que siempre presumía sus nexos familiares con Héctor Jiménez y Meneses, a la sazón secretario de Gobernación.

Corrían los tiempos de Mariano Piña Olaya, aunque quien gobernaba era Alberto Jiménez Morales: “Don Alberto”.

Fue éste quien puso en Gobernación al hoy diputado federal de Morena la primera ocasión.

La segunda vez lo hizo don Melquiades Morales Flores a petición de Rafael Moreno Valle, a quien don Héctor guardaba afecto, lealtad y respeto.

Por ahí ya andaba Chucho Encinas, alto y delgado militante del PAN.

A la primera provocación decía que Héctor Jiménez era su primo hermano.

Ya luego entraba en detalles sobre sus relaciones al interior de Acción Nacional.

Lo recuerdo como panista sumiso, disciplinado: sometido siempre al jefe del partido.

De hecho, su salida del albiazul se dio por la puerta de servicio: de noche, sin aspavientos.

(En una caja de fab “Roma” se llevó sus efectos personales).

El tiempo pasó, y Encinas apareció convertido en morenista.

Nadie supo cómo llegó, pero moría por ser candidato a lo que fuera.

Buscó ser legislador local, pero otros intereses lo arrasaron.

Tampoco pudo aparecer en la boleta como abanderado en la elección de diputado federal.

Hace unas semanas, Encinas dio muestras de que tenía demasiada prisa por ser senador.

Y es que es suplente de Alejandro Armenta Mier, quien pidió licencia para participar en el proceso interno a la gubernatura de Juntos Haremos Historia.

Para apresurar los tiempos, nuestro personaje organizó una rueda de prensa en la que se exhibió —al decir de compañeros suyos— como un vulgar ambicioso que moría por cobrar su primera dieta en el Senado..

Y en ese afán se rodeó de la pipitilla —con sus notables excepciones— que conformó una añeja legislatura local en Puebla.

De oportunista no lo bajaron.

Hace unos días, ya como senador y dueño de sus quince minutos de fuero, acudió como aplaudidor al mitin que el presidente López Obrador realizó en Puebla.

Montado en una silla del presidium, Encinas moría por aplaudir más que ninguno.

Luego —ya se sabe— empujó a todo mundo para tomarse una selfie con AMLO.

Al día siguiente, fiel a su Código del Lambiscón, lanzó todas las flores posibles —¡hasta la ignominia, señor presidente!—a la pareja presidencial en un programa de internet.

Este jueves, disfrutando sus quince minutos de fuero, encabezó un acto en un pasillo del Senado para pedirle respeto a Yeidckol Polevnsky, presidenta nacional de Morena.

Y lo hizo a nombre de toda la bancada.

(Esa bancada que a duras penas sabe su nombre).

¿El motivo de la queja?

Las declaraciones de Polevnsky en el sentido de que en su partido se han infiltrado «sabandijas» y «traidores» que pretenden adueñarse del movimiento.

La traducción es que el destinatario de las descalificaciones se llama Alejandro Armenta.

Con engolada voz —más falsa que un senador suplente—, Encinas dijo que se había formulado un extrañamiento yque se había formado una comisión para hablar con Polevnsky.

(Nos imaginamos la escena: en dos minutos la dirigente de Morena los pondrá a temblar y los echará de su oficina).

Más cerca de Arturo de Córdova que de AMLO, Encinas dijo, cual si se tratara de una declamación:

«No podemos consentir que se ofenda a una persona del cuerpo colegiado del Senado: hoy será él, mañana será cualquiera de nosotros. Queremos respeto: hacemos un llamado a la cordura, a la prudencia, somos amigos y estamos en el mismo equipo. Cualquier descalificación al Senado, al grupo parlamentario de Morena, es una descalificación al proyecto de la Cuarta Transformación. Y no lo vamos a permitir».

La duda mata:

¿Qué le preocupa más a Encinas: su fuero y su dieta o las ofensas a Alejandro Armenta?

Y es que si a alguien le urge que Armenta no regrese al Senado es a nuestro personaje, quien ayer ya estrenó un bonito traje oscuro Aldo Conti.

El hipócrita lector y yo morimos de ganas de ver cómo lo trata la próxima vez en público la muy temida Yeidckol Polevnsky.

El regaño será de antología.

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