jueves, noviembre 21 2024

Tala /Alejandra Gómez Macchia

Puto es el hombre que de putas fía,
y puto el que sus gustos apetece;
puto es el estipendio que se ofrece
en pago de su puta compañía.

Puto es el gusto, y puta la alegría
que el rato putaril nos encarece;
y yo diré que es puto a quien parece
que no sois puta vos, señora mía

(Quevedo)

¡Cuidado! Eres hombre. Un hombre del siglo XXI. Por lo tanto, ni lo dudes, eres una amenaza ambulante para la integridad de las mujeres.

No. No seas tú mismo. No utilices artilugios. No explotes lo que sabes: lo que has leído, la música que has hecho. No te acerques a decirle un poema. No le pidas que se pinte los labios o use tacones. No presumas tus virtudes porque eso es vanidad y la vanidad está muy cercana a la soberbia y la soberbia apesta a violencia.

No. No lo hagas. Ya no. No recuerdes cómo tu abuelo se juntó con tu abuela: olvida que el muy abusivo se la trepó en un caballo y se la robó siendo casi una niña. Fue un hecho hostil, despreciable. La pobre muchacha no tuvo chance de decidir mientras el muy cabrón dijo “vas” y se la llevó. De ahí nació tu padre (o tu madre). Y luego tú. Por eso, pequeña alimaña, traes en el código hereditario genes de gandaya.

A tu padre le tocó ser menos radical (¿o menos macho?). Le gustó una chava y la invitó a bailar. Eran de pueblo, ¿recuerdas? Y tu abuelo materno era un hijito de la chingada que no la dejaba salir. Eran los años de la así llamada liberación sexual; el lenguaje cambió, las mujeres dejaron los pantalones y se treparon la falda. Parecían más cinturones largos, de hecho. Se contoneaban y bailaban enjauladas. Y nadie las metió en esas jaulas, ellas se metían solas. Descubrieron la pastilla anticonceptiva y comenzaron a tomarla; querían sexo, sexo sin tener que casarse por haber metido la pata. ¿Y cómo tenían sexo sin un cortejo previo? Lo había, y a esa actividad tan recreativa se llamaba “seducción”.

La seducción es el acto que consiste en inducir y persuadir a alguien con el fin de modificar su opinión o hacerle adoptar un determinado comportamiento o actitud, sobre todo en el ámbito de lo sexual. Aunque hay quien usa ese poder para hacer negocios, o como los políticos:  para convencer al masaje de que son el mejor medio para que la ciudad prospere.

Sin embargo, olvídalo tú, hombre. Esa palabra está a punto de ser descontinuada como un carro que ya no genera confianza ni ventas a la marca.

En estos tiempos es peligroso seducir. Es peligroso porque cualquier cosa que digas podrá ser utilizada en tu contra.

Si ves a una mujer que te gusta, acércate, pero no mucho. No le digas lo guapa que se ve, menos le vayas a decir que es sexy. No le pidas de inmediato su número de teléfono y ni se te ocurra llegar a casa, agregarla al Facebook y ponerle likes a sus fotos en bikini. Esa foto, patán iluso, no la subió la señorita para que admiraran su hermoso cuerpo. La subió para que la gente notara lo divertido que se la pasó en Acapulco, de hecho lo que ella quiere que vea la gente es el mar o aquel minúsculo cangrejo que se asoma en la esquina de la foto. ¿Cachas? Y si no lo ves así es porque eres un pervertido, un morboso que lo único que deseas es enfocar tu mirada en sus nalgas o en los senos. ¡Muy mal! Eso no se hace. Ella no quería que miraras otra cosa más que su blanca y franca sonrisa, sólo que, chin, la foto fue tomada en la playa y salió con poca ropa. ¿Pensaste que es hermosa? Si lo pensaste deja ese pensamiento oculto. ¿Fantaseaste con besarla, con pasar tus manos por esa piel tostada, perfectamente hidratada con el bronceador? Si fantaseaste con eso debes remitirte de inmediato a una clínica de rehabilitación para enfermos sexuales. Eres un obsesionado con el sexo y estás mal de la cabeza por no ver el puto cangrejo o el mar o la sonrisa, cuando ella quería que vieras eso; por tanto eres un violador potencial.

Pero bueno, quizás esa mujer que te gustó está dispuesta a entablar una conversación contigo. No le ofrezcas una copa (deja que ella la pida) y de ser preciso que ella la pague. No debes arriesgarte a que crea que estás tratado de embriagarla o que piense que tú piensas que por invitarle un trago vas a exigir algo a cambio. Para eso trabaja; para pagarse sus vicios y sus gustos.

Ya lograste que te hablara. Ya conseguiste que te dijera cómo se llama y ambos tienen una copa en la mano. No le digas “salud”, pues puede creer que la estás apurando a beber con fines maliciosos. Habla, pero no tanto. Si de pronto dice alguna cosa que te guste, no se lo digas. Ella, pequeño imbécil, sabe perfectamente que es lista y no tiene que venir un tipo a confirmárselo. Tampoco hables mucho de ti mismo. Recuerda: no te estás vendiendo. No seas el mejor publirrelacionista de ti mismo. No digas que te gusta el fut porque pensará que eres primitivo y macho. No comentes que tuviste más de una novia porque serás el peor de los Casanovas. No hables de mamá; tendrás Edipo y los edipientos suelen violentar a las mujeres que no son sus madres precisamente porque no se parecen a ellas. Deja que el mesero sea quien le ofrezca un nuevo vaso de vodka. Si de verdad sientes que te encanta, muérdete un testículo y amárrate las manos. No la vayas a rozar con la suela del zapato. No le jales la silla si quiere, de pronto, levantarse al baño. Y cuando regrese no le comentes que le queda maravilloso el vestido que trae o que ese Chanel rojo en los labios se le ve mejor que el rosa que traía puesto la semana pasada. No intentes besarla. No la tomes de la cintura si es que llegan a bailar. Y jamás (jamás, nunca) le digas que si se le apetece pueden ir a tu casa o a un lugar con menos gente. Si ella llega a ofrecerlo, mejor muérdete el testículo que te faltaba por morder y di que no, que gracias, pero que prefieres quedarte ahí o ir a un Starbucks.

Y si ella insiste, mejor enciende la grabadora de tu celular: graba la conversación completa por si pasa algo que ella mañana pueda utilizar en tu contra. Suena frío, impersonal, anticlimático, pero más vale.

Ahora bien, si es que no se te dan los encuentros como el mencionado arriba y prefieres o simplemente se presta que conozcas a una chica en las redes sociales (y la conversación sube un poco de tono y ella alimenta esa conversación) ve sacando en friega pantallazos, pues de otra forma, si un día llega a sentirse agraviada por ti podría editar la conversación y dejar sólo tus cachondeos.

Nunca le mandes fotos tuyas con el torso desnudo, no tengas sexting. No te vayas a calentar a larga distancia, y si lo haces, mejor sal y contrata una puta o mastúrbate sin testigos. No enciendas la camarita ni le pidas que ella te envíe fotos. No lo hagas por más que ella le entre al juego. Eso te podría meter en serios problemas el día que ella decida que eres una basura y te exhiba como pornógrafo en el mismo espacio en donde los dos se enviaban mensajes impropios.

Si lo haces y ella se enoja podría ponerte en la pica, y nadie creerá que tú eres inocente.

Recuerda: no te la estás robando en un caballo ni la metiste en una jaula a gogó, estás siendo un vulgar acosador y como tal serás tratado el resto de tu vida.

Las raras.

Hey, hombre:

Las lolitas existen. No lo dudes. Pero ellas jamás quedarán vistas como las causantes de que a ti se te eleve la bragueta.

También existen las señoras que ofrecen a sus hijas, y puede que esas hijas estén de acuerdo a ser expuestas como un trozo de suadero en la vitrina del supermercado de la carne.

Cuidado, amigo: el sexo es un arma caliente. Y la que hoy dice “sí quiero”, mañana puede amanecer gritando “me obligó”.

*Ese hombre se le acercó y dijo con atrevimiento brutal: “¿sabes? Te voy a coger”.

En su mente pasaron mil cosas. En su entrepierna otras tantas. Ella pudo haberse levantado y abofetearlo. Pudo haber hecho un escándalo y exhibirlo ahí mismo como un enfermo sexual, como un acosador, como un cerdo. Sin embargo hubo un pensamiento que dominó: “yo también te quiero coger. Es más, ni lo dudes, “la que te va a coger soy yo”. Ella no se lo dijo, pero tampoco se resistió al asedio y siguió el juego. Ese hombre la sedujo: modificó la opinión que tenía en un principio y ella terminó por querer indagar lo que había dentro de ese lobo torvo. Semanas más tarde cogieron como locos y se dieron cuenta que eran el uno para el otro. Vivieron felices por siempre.  

Hay mujeres que se dejan seducir de formas poco ortodoxas y no por eso son casquivanas ni alcahuetas del machismo.

Lo que sí es cierto es que una puede cambiar de opinión de un momento a otro, y el hombre deberá respetar y bajar la guardia. De no hacerlo comete una arbitrariedad, sin embargo, esos “No” deben ser tajantes. No decir “no quiero” entre chacoteos y risillas confusas. Los hombres (y nosotras también) son en esencia animales, no santos. Se rigen por instinto, obedecen a señales básicas. Así que si la mujer no quiere, debe intentar lo antes posible desactivar el mecanismo.

¡Cuidado! Que nadie te diga que ser hombre es estar en una posición privilegiada. Es una trampa…

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