jueves, noviembre 21 2024

¿Cómo olvidar las frases cargadas de desprecio que dirigió hacia mi persona la entonces presidenta municipal de la capital, Blanca Alcalá?

“Me acuerdo, no me acuerdo”, diría José Emilio Pacheco.

Yo era presidente del comité municipal del PRI, y previo a las elecciones (en donde los suspirantes a llegar a Casa Puebla eran Javier López Zavala y Rafael Moreno Valle), Blanca hizo gala de su mal gusto olvidándose por completo de todo protocolo. ¿El lugar? un salón del hotel Crown Plaza. Para ese entonces ya se rumoreaba que López Zavala había sido sacrificado como cordero en el Sinaí, ofrendado a las manos de Elba Esther Gordillo: madrina y promotora de Moreno Valle, hecho por el cual la ya no sería un camino empedrado para el neo panista.

Las expresiones de Blanca Alcalá –quien hoy disfruta de una riqueza desmedida– fueron (cito textual) “…no voy a apoyar a Javier, porque yo quiero que gane Rafael; parece que el único que no entiende la  señal eres tú, Carlos…”. Uff.

En efecto, así fue: líderes de varios sectores, colonos, sindicatos y algunos secretarios de Estado habían sido cooptados por Eukid Castañon: el emisario de los pies alados (hoy con ambos pies fuera de Puebla, por cierto) de quien a la postre se convirtió en uno de los  peores gobernadores que hemos tenido.

Eukid fue el encargado de operar la distribución de apoyos, y lo hizo no con la gracia de los políticos profesionales, sino como un delincuente: chantajeando con grabaciones y actos de espionaje que realizaba en su más profunda intimidad.

Por otra parte, el abanderado del PRI (previo al arranque de campaña) no podía despojarse de sus orígenes chiapanecos y del estigma que lo perseguía por haber sido uno de los operadores del “Lydiagate”, mientras Marín ya había pactado entregar la plaza, ergo, la traición fue doble… o venía de todos los frentes. A Zavala lo dejaron solo y el resultado es de todos conocido.

En el ambiente se percibía una peste a simulación y la deslealtad de los carroñeros de siempre hedía peor que Dinamarca, al mismo tiempo que los saltimbanquis advenedizos que buscaban ser acogidos en el futuro gobierno de Rafael Moreno Valle, danzaban y ejecutaban suertes circences de genuflexión y culiempinamiento. Así pues, la mayoría logró colarse, y algunos permanecen en este gobierno de transición.

Después de las elecciones del pasado 2 de julio de 2018, Claudia despertó espantada, desconcertada, incrédula, porque el torbellino provocado por AMLO y Morena, la habían llevado a convertirse en la primera regidora del ayuntamiento de esta levítica ciudad de Puebla. Le pasó como a Gregorio Samsa, personaje inolvidable de Kafka (solo que ella no amaneció convertida en escarabajo, sino en presidente municipal, como consecuencia del más puro surrealismo kafkiano).

Debo decir que para esas fechas Claudia ya tenía nexos y complicidades con la derecha y ultraderecha (Ana Teresa Aranda, Francisco Fraile, Antonio Gali y principalmente Rafael Moreno Valle).

La alcaldesa malograda –primera regidora– siempre despreció y repudió la figura de nuestro gobernador electo, y sin pudor alguno, presurosa, se lanzó a convertirse en una dócil colaboradora de las tareas y estrategias retorcidas que preparaba Moreno Valle y su equipo para consolidar una elección de Estado, en donde Martha  Érika Alonso se alzara con el triunfo (dudoso a cuan más) y finalmente se perpetuara un gobierno imperial, persecutor, dictatorial y sectario (como el que la precedía), en donde Claudia formaría parte –con todo y su inexperiencia y pequeñez intelectual– de aquel grupo de politicastros del mal, que más que políticos fueron (porque todos se extinguieron) una corte funesta liderada por un jefe que se guardó todos sus secretos y no dejó escuela.

No hay nada más grave que alguien ignore que es  ignorante. O peor aún: que alguien que es ignorante, se crea inteligente. Eso se llama soberbia, y la soberbia no se queda viviendo mucho tiempo en manos de los simuladores.

Pregúntese usted, amable lector, y saque conclusiones: ¿Qué candidato le convenía a Claudia para que  ganara las elecciones y se convirtiera en futuro gobernador? ¿Aquel a quien le dio la  espalda desde que se hicieron las encuestas por parte de Morena y a quien veía como un personaje enérgico, responsable, incorruptible, decidido a desfacer entuertos en los lugares más significativos del Estado, como Puebla capital y sus juntas auxiliares? ¿Aquel  que sabía que los afectos de Claudia, prima facie, estaban del lado de Armenta –hoy solidario colaborador nuestro? No. Barbosa no le convenía a nuestro personaje Kafkiano. Que ganara sería para ella como esa manzana que se le incrusta a Gregorio Samsa en la espalda.

Rivera Vivanco vendió precozmente su alma a la derecha recalcitrante poblana y apostó por Enrique Cárdenas. “Me acuerdo, no me acuerdo” cómo una y otra vez les expresaba a sus más cercanos colaboradores –y a otros no tanto– que “lo peor que nos puede pasar es que gane Barbosa”. ¿Por qué decía eso? Fácil: porque de esa manera (descarrilando a Brabosa) sería beneficiada, o por lo menos solapada, en sus múltiples actos de corrupción familiar junto con su “burbuja claudista” a tan pocos meses vista, con el irrestricto apoyo de un académico metido a la política: me refiero al candidato Enrique Cárdenas y a todos aquellos compromisos que se ataron con nudos de ciegos (o de marinero) desde la era de Moreno Valle.

La respuesta es clara y lapidaria: en Puebla capital sí se operó para un candidato; se dispusieron recursos, se compraron líderes con dinero de las arcas municipales y todo ello para favorecer a Enrique Cárdenas, académico doblado de político que en todos sus actos de campaña no rebasó los 200 asistentes, y a contrapelo, la energía y determinación –con conocimiento de la política nacional y de la manera hilvanada en la que se hace una campaña con propuestas– Barbosa proclamaba la reconciliación de Puebla y los poblanos. Así, mientras el favorito de Claudia hacía el ridículo (como ella), nuestro candidato explicaba la manera en la que el crecimiento, el desarrollo y la economía, iban a detonarse en este hermoso estado, para finalmente erradicar el lastre de la corrupción, lo que por supuesto mantiene atemorizada a la panda de trepaces que acompañan a esta indigna y suerralista presidente municipal.

Luis Miguel sostuvo 89 actos de campaña en la capital; dialogó y escuchó a todos los sectores de la cuarta ciudad más importante del país, y no había quien pudiera dudar de su experiencia y su capacidad como un político avezado… ¡vamos, un estadista!, ¿para que finalmente obtuviera un resultado en las 7 mil 500 casillas en la ciudad capital? (Aquí el meollo del asunto: gracias al desprestigio de quién la gente no salió a votar) La respuesta la sabemos todos: Claudia.

¿Quién entonces puede negar que el grupúsculo de chupópteros que anidan en el ayuntamiento comandados por Claudia Rivera, no operó en la contienda reciente en favor Enrique Cárdenas, que de haber tenido los votos del panismo poblano, hubiera sido arrasado por la coalición Juntos Haremos Historia y su abanderado?

El tongo de la traición lo hicieron a la medida los otrora panistas de cepa, deglutidos por el morenovallismo, entregándole a Claudia el emblema de la soberbia y la traición en medio de una serie de estrategias para ejecutar el siniestro “Plan anti Barbosa”.

Si alguien tiene alguna duda sobre mis asertos, me gustaría escucharlos.

Que quede claro que no responsabilizo a Claudia como la única desleal al movimiento Juntos Haremos Historia en Puebla, sino como la principal de todos los que simularon con su apoyo.

Nuevamente ¡lo digo con acritud!

***Texto reproducido de La Jornada de Oriente

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