lunes, diciembre 23 2024

Por: Mario Alberto Mejía

La gran diferencia entre Miguel Barbosa Huerta y algunos alcaldes de Morena es apabullante.

Y es que mientras el gobernador electo es un político profesional, los segundos son patéticos aprendices.

Como presidente de la Mesa Directiva del Senado, Barbosa Huerta se sentó con media República y consolidó su capacidad de diálogo y concertación.

Lector asiduo de la historia de México, nuestro personaje sabe enlazar el pasado con el presente brutalmente.

Nada le es ajeno.

Todo le sorprende.

Y en esa dualidad descansa la capacidad para gobernar.

En una conversación casual es capaz de trazar la ruta geográfica que siguió Venustiano Carranza rumbo a su muerte en Tlaxcalantongo.

¿Cuántas de las alcaldesas de Morena sabrán quién es Carranza?

Y si lo saben, ¿cuántas podrán dar detalles del general que le dio a México una Constitución?

Ellas saben de lo que es vivir en Lomas de Angelópolis y de los cursos de superación personal que da el hijo de Jodorowski.

No las atribule el hipócrita lector con la anticlimática historia de México.

Ellas saben de meditación y el sexo tántrico.

No las incomode con algunos pasajes de la historia.

El gobernador electo basa en esos conocimientos el oficio de gobernar.

Y es que sabe para qué sirve el poder.

Eso lo dota también de una capacidad analítica a la hora de resolver conflictos.

Nuestros modelos rupestres que mal gobiernan sus municipios no conocen ni el ABC de la política.

Para eso están sus asesores.

Los mismos que las llevaron al fracaso electoral más sonado de las últimas décadas.

Claudia Rivera, por ejemplo, nos ofreció hace unos días —horas después de la elección poblana— una estampa aldeana de su visión política.

Me refiero al ridículo acto de relanzamiento que organizó en el patio del Palacio de Charlie Hall.

De entrada, formó a sus funcionarios como alumnos de primaria —modositos, marciales, peinaditos—, y luego ofreció un discurso chabacano, ausente de emoción y de sentido común.

La gran noticia que dio —además de los pésimos resultados electorales— fue el nombramiento de varios voceros más.

¿Para qué van a servir dichos voceros?

¿Qué buenas nuevas anunciarán?

Nada.

No hay qué anunciar en ese rincón de las vírgenes en el que se ha convertido el ayuntamiento de Puebla.

La escena me recordó a los Agachados de Rius o a las películas costumbristas del Indio Fernández.

O a El Infierno o La Ley de Herodes, de Luis Estrada.

Los gobiernos no se relanzan así.

O sí: para que todo siga igual.

Hará bien Miguel Barbosa en auditar lo que esas mediocres administraciones municipales han hecho.

Más allá de encontrar ratitas de escritorio, descubrirá componendas misteriosas, manejos extraños de recursos y la mano de un emisario del pasado que hace pingües negocios al amparo de la obra pública.

Hará bien el gobernador electo en salvar de la ruina y de la corrupción a esas administraciones.

La fiesta —faltaba más— ha terminado.

Por cierto: Barbosa Huerta tiene la película completa sobre el quién es quién de esta pastorela.

Sabe dónde se mueven los hilos y hacia qué ámbitos oscuros conducen.

Tic tac, tic tac…

Los ratones tiene sus días contados.

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