lunes, noviembre 25 2024

por Carlos Meza Viveros

En política existen dos clases de discursos: los que pasan de largo por ser farragosos, o como diría Monsiváis, “difusos, profusos y confusos”; y otros que permean no sólo en el ánimo de los escuchas, sino que son dignos de desentrañar por los poderosos mensajes que emergen en cada frase.

Luis Miguel Barbosa transitó estoico por más de un año, no sólo dos campañas, sino un camino lleno de obstáculos en el que se fue percatando (y confirmó) que el futuro inmediato de nuestro estado depende de una correcta toma decisiones en las que deberán quedar fuera tanto las arraigadas (y nauseabundas) prácticas de corrupción que heredaron los últimos gobiernos panistas, así como la urgencia de devolverle al pueblo, a los dueños de las tierras y a las comunidades, esa voz que fue acallada a golpes de megalomanía y masturbaciones narcisistas, que fueron el sello de la casa en lo que respecta a la forma de hacer política “para unos cuantos”, y beneficiando sólo a un sector de la población que nada (o poco) tenía de arraigo y de amor a esta tierra.

Al escuchar atentamente el discurso con el cual el gobernador dio inicio a la Cuarta Transformación en Puebla (porque no debemos olvidar que Claudia Rivera está a años luz de poder enarbolar dignamente los ideales de López Obrador), todos los presentes y quienes siguieron la transmisión vía redes, notamos que Luis Miguel llega al poder para hacer uso de él como en verdad se debe: no para construir imperios de papel detrás de fachadas donde se amontonan metros y metros cúbicos de desechos como lo hicieron los morenovallistas en su afán de camuflar su voracidad dándole a la gente espejitos por oro.

Es importante enfatizar las primeras frases del discurso: pese a que Miguel sabe quién votó, o quién no votó por él, se compromete a gobernar para todos. No sólo para las élites ni en pro de sus camaradas.

En su largo recorrido por la vida pública mexicana, Barbosa se ha hecho de un sexto sentido el cual le permite detectar quién sí y quién no, es decir, después de los trágicos acontecimientos que sobrevinieron a partir del 24 de diciembre pasado, la marejada de tránsfugas morenovallistas que lapidaron la memoria de su patrón se convirtió en la muestra más clara de la infamia y la deslealtad. Huyeron de sus respectivos búnkeres como criadas ladronas con sus cajitas de ROMA-FAB. Ni más ni menos.

Los que otrora (en tiempos de la soberbia neoliberal acreditada con pomposos títulos harvardianos) se jactaban de ser enemigos y críticos del nuevo gobernador, hoy se encuentran ante la más penosa de las realidades: Puebla vivirá por primera vez en un gobierno de izquierda el cual no busca la vulgaridad de la venganza gratuita (como ellos lo hacían); más bien irá tras aquello que se olvidó durante años: la justicia.

Justicia no sólo en el tenor de desazolvar las cañerías burocráticas y las pirámides de impunidad que dejaron construidas (con tabla roca de quinta) los yupis que despachaban en la Vía Atlixcáyotl enfundados en trajes Brioni y siempre cargando espráis de “polvo artificial” para salir en la foto en medio de un campo al cual abandonaron obscenamente.

Esas costumbres fifís de ningunear la fuerza laboral de las comunidades más alejadas, terminaron; y el mensaje nos llega no sólo mediante las palabras, sino también desde el mundo de la imagen (que tanto permea hoy por hoy); el botón de muestra es el logo que funge como una radiografía precisa de los anhelos de Barbosa: representando las manos (todas) de la gente que ha construido con base en el trabajo (no en oficinas con aire acondicionado y un Starbucks en el hall) la historia pasada y reciente que ha querido ser borrada por esa horda de desafectos que desde ya se mueven como gallinas descabezadas en aras de guarecerse bajo el cobijo de un hombre digno y honesto al que intentaron descarrilar, y nada más no pudieron.

¿Ironías de la vida?

Sí y no.

Más bien es un tema de justicia poética.

Sin embargo, la narrativa de Miguel Barbosa es muy clara. Quien no la entienda es porque teme, y si teme, es porque algo esconde.

Nuestro gobernador ha sido muy enfático: no habrá cacería de brujas. Y no porque no haya brujas, sino porque no caerá (como otros gobernantes) en la tentación de acometer actos deleznables como emboscar a sus detractores y hacerlos presos políticos.

Esas prácticas vieron su fin a la hora que el morenovallismo desveló su verdadero origen: la entronización de un poder único cuyos cimientos estaban tan en la superficie que acabaron por colapsarse en un par de semanas.

El proyecto de Barbosa irá de la mano con los planes que tiene AMLO para el país.

Ya lo dijo fuerte y claro durante sus dos campañas: no nos va fallar.

Hasta hoy, nuestro estado vivió un largo periodo de oscurantismo, de higiene cero y de altos índices de desigualdad.

Puebla no es sólo la capital que los gobiernos pasados metieron en la olla de la frivolidad ayudados por la cosmética en su afán de “embellecer” (a lo bruto) junto con una panda de vividores que vaciaron las arcas y que beneficiaron a un ramillete de constructores improvisados traídos de las mazmorras de otros estados.

Puebla son todos sus municipios, todas esas juntas auxiliares que han sido abandonadas sin piedad por aquellos que nunca vivieron en ellas… o que olvidaron que sus ancestros pudieron venir de ahí.

Para todos los huérfanos que han ido dejando las nupcias de PAN con el PRI (el así llamado prianismo) terminaron los días de vino y rosas, pues con la primera administración de izquierda llegará también la hora de rendir cuentas y asumir los errores que sus respectivos egos híper inflamados fraguaron pensando que saldrían impunes y victoriosos.

El discurso de Miguel en el Auditorio Metropolitano tiene muchas lecturas, pero la más importante es que se debe recuperar el orgullo y la dignidad de ser y sentirse poblanos.

Barbosa arriba con una fuerza inédita, y ante todo, con una doble legitimidad.

Y no lo digo yo. Se escucha en todos lados. Se vio el primero de agosto y se irá fortaleciendo con el paso de los días.

Luis Miguel Barbosa no llegó a ser gobernador por inercia ni por ósmosis, como en el caso de la decepcionante Claudia Rivera.

Que no se nos olvide que pasó dos veces por la prueba del ácido. Y salió ileso del desastre. ¿Qué más pruebas queremos de su fortaleza y de su brío? Pues ¡que ¡así Sea!

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