La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía
Dice el presidente López Obrador que los delincuentes deben pensar en sus “mamacitas” antes de seguir matando gente.
Esto da para una buena reflexión.
Las mamacitas de antes —las madrecitas— ya no son son Sara García y Marga López.
Las de hoy —las mamás de Los mafiosos— son las primeras en blindar no sólo sus casas sino sus territorios.
Me explico para que el hipócrita lector se dé una idea.
En la zona del Triángulo Rojo, los huachicoleros recurrían a sus mamás, a sus hijos, a sus esposas y hasta sus abuelitos para que sirvieran como halcones y escudos humanos.
Y ellos lo hacían con mucho gusto.
¿La razón?
Que el huachicol llegó a cambiar sus vidas absolutamente.
En Huauchinango, por ejemplo, patria chica del autor de estas líneas, hay dos poblados manejados totalmente por los huachicoleros.
(Ya no roban gasolina en esa zona, roban gas LP).
Sus nombres: Mixuca y San Miguel.
Las primeras en blindar el territorio son precisamente las mamacitas de los huachicoleros: las cabecitas blancas que de premio les hacen a sus hijos un buen chile con huevo o unas tripitas con chiltepín.
Ellas están atentas cuando ven que un vehículo desconocido invade el sagrado territorio.
Y son las primeras en increpar a los uniformados.
¿Qué hacen?
Defienden el patrimonio familiar.
Porque, hay que decirlo, el huachicol es el primer negocio familiar ligado a la delincuencia organizada.
Ni la marihuana en Badiraguato, Sinaloa, concitó tantas bendiciones ni tantos rezos a la virgen de Guadalupe.
Ésas son las mamacitas en las que piensan los delincuentes (organizados) cada vez que cometen un atraco.
Son sus cómplices más leales.
Las más fieles y sumisas.
Por mi madre, bohemios.
No podría ser de otra manera.