viernes, noviembre 22 2024

No todos los hombres pueden disfrutar, aunque sea por un corto tiempo, las delicias del máximo poder en pleno otoño de sus vidas. Menos en un mundo tan vacuo e ingrato en el que la experiencia de los años se desprecia porque simplemente envejecer es un crimen imperdonable. El peor.  

Olvidamos que la edad es ante todo un estado de ánimo del espíritu, por eso vemos con frecuencia a jóvenes que ya no pueden más con sus vidas o creen haberlo visto todo cuando no lo único que ven es la estrechez de su abulia y su descontento.  

Don Guillermo Pacheco Pulido no encontró el poder arbitrariamente. Fue barbechando el terreno durante muchos años. Dando pasos, retrocediendo a veces, retirándose de pronto a las generosas cámaras de la academia, escribiendo, siendo un padre, un esposo y un abuelo amoroso y protector.  

Desde sus inicios como jurista, y posteriormente cuando abrazó el enredado árbol de los grillos, Guillermo Pacheco Pulido entendió que la canalla política debía ser cortejada fuera de casa. Su hija Isabel recuerda que mientras fue niña y adolescente existían dos don Guillermo: el de la gente y sus condiscípulos y el que habitaba su casa: el que se sentaba a la mesa dejando en el guardapolvo de la puerta los problemas propios de los hombres de poder.  

De ser así es comprensible que a la fecha Pacheco Pulido presuma de una vitalidad envidiable, pues cuando uno es uno y es otro, el peso de los años se reparte equitativamente entre dos.  

Hay personajes que inevitablemente se vuelven su ciudad; sus calles, sus avenidas, sus fuentes, sus cafeterías. Muchos recuerdan haber sido despachados por don Guillermo en La Flor de Puebla, el Royalty y en el Sanborns de la 2 oriente.  

Hacer un retrato de Pacheco es obrar un milagro. Hay que tener suerte con la luz. La lente de cualquier cámara se abre demasiado rápido como para capturar entera la imagen. Imposible hacer una sola instantánea. Se tiene que montar, mejor, uno de esos collages de fotografías en donde pueda aparecer el abogado, el maestro, el diputado local, el autor de la Ley del Indulto, el magistrado, el presidente municipal de Puebla, el presidente del Tribunal Superior de Justicia, el escritor, el hombre íntimo.  

Demasiada información para tan poco espacio.  

Por desgracia vivimos en la era de lo intermitente, un universo luciérnaga. Para fines prácticos es conveniente googlear su nombre.  

Es lo que hacíamos para ver qué había de nuevo con don Guillermo hasta que un evento desafortunado lo colocó de nuevo en los reflectores.  

La naturaleza es brutal.  

Para el creyente cristiano, Dios quita Dios da.  

Para los budistas, el karma y el dharma.  

Para los agnósticos, es el azar lo que determina el destino.  

Y el destino de Pacheco Pulido era ser gobernador de Puebla. Un gobernador extraordinario dadas las condiciones…  

Después de que tuvo que esperar paciente en la antesala de Casa Puebla (en las sucesiones de Alfredo Toxqui y Mariano Piña Olaya) y los arcanos decidieron que fuesen Guillermo Jiménez Morales y Manuel Bartlett Díaz quienes ocuparan la silla deseada por el maestro, el tarot le abrió en rey, y ganó. 

La vida y la muerte temlando en la boca, dice el bardo, son hermanas siamesas que juegan a la rayuela. La muerte de Martha Érika Alonso fue, terriblemente, el propulsor que levantó a don Guillermo de esa sala de espera y lo llevó a cumplir su sueño.  

En un poco más de seis meses Pacheco Pulido fue el capitán de este barco que amenazaba con naufragar. La balsa transitó en calma pese a las aguas caudalosas.  

Pacheco Pulido volvió a ser dos hombres.  

No hay mejor gobernante que el que sabe de antemano que llegó a la cúspide con un cronómetro en mano. Porque es el tiempo, y no la política en sí, lo que hace perder la brújula al hombre.  

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