domingo, diciembre 22 2024

La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía

Para hacer una tortilla española hay que romper huevos.

Para romperlos, hay que tenerlos a la mano.

Y para eso: hay que comprarlos en Oxxo.

O en Superama.

Alrededor del presidente López Obrador hay mucha gente.

Técnicamente, todos son de Morena.

O se hacen pasar como adictos a ese partido.

Es ahí cuando empiezan las mentiras.

Hay mucho priista camuflado.

Priista y panista.

Los enemigos de Yeidckkol Polevnski, liderados por Bertha Luján —la mamá de la secretaria del Trabajo—, buscan el botín de Morena con tácticas y estrategias del viejo PRI y/o del nuevo PAN.

Lo que buscan es un cuartelazo como el que tumbó y mató a Francisco I. Madero, convertido en un santón por la 4T y sus idólatras.

Quieren quitar a Yeidckol con la porqueriza del pasado reciente: a golpe de Congresos, manos alzadas, mayoriteos extraños.

Y dicen en corto que el presidente López Obrador los apoya incondicionalmente.

Por cierto: resulta muy extraña la presencia del diputado Alfonso Ramírez Cuéllar en esta asonada. 

Y es que el ex dirigente de El Barzón sí parece ser una baraja de Palacio Nacional.

Palacios Nacional, no AMLO.

(La historia es suculenta y otra día la contaré).

Tiene razón el presidente al decir que si las cosas siguen como van en Morena —descomponiéndose, echándose a perder—, él se irá del partido que fundó y que le debe todo.

Porque hay que decirlo: Morena, sin AMLO, sirve para un carajo.

Es como si en Puebla el gobernador Barbosa se aleja de su partido.

Morena solo no sirve.

Sólo con el gobernador ganaría las elecciones.

Es clarísimo que a nivel federal el único morenista puro es López Obrador.

Sólo él entiende, además, la 4T.

Ni el políglota Bartlett ni el inmigrante Ebrard parecen entenderla.

Cada vez que les preguntan recurren inevitablemente a su conocido blablablá.

Otro que quizás se aproxime a alguna comprensión de la 4T es Alejandro Esquer, el celebérrimo y leal secretario particular de AMLO.

Fuera de ellos todos se portan como advenedizos.

Y no saben qué se requiere para hacer una tortilla española.

Y si lo saben, no tienen el producto.

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Olimpia en Puebla

Gracias a El Colegio de Puebla, que encabeza Toño Hernández y Genis, vino el sábado Olimpia Coral Melo, promotora de la Ley Olimpia que defiende a las víctimas de la violencia digital.

Su ponencia no tuvo pierde.

(Ha madurado mucho y se ha crecido en el combate).

Le tocó a la escritora Alejandra Gómez Macchia dar las palabras de bienvenida.

Me quedo con estas líneas reveladoras:

“Cuando uno recibe su nombre al nacer, nunca se imagina a dónde irá a para ese nombre.

“Muchos llegan a ser reconocidos en los lomos de los libros, algunos otros brillarán en letras doradas de algún hemiciclo, los más afortunados lograrán perpetuar esos nombres a niveles insospechados al compartirlos con una estrella o asteroide que hayan descubierto desde una cámara Smith, pero en este caso en particular, el nombre de la mujer que tengo al lado se volvió una ley.

“Lo que nos debe conducir a la conclusión de que en el caos no hay error.

“Y la ley Olimpia es hoy una realidad en la mayor parte del territorio de nuestro país.”

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El Pichón

Este viernes fue presentado en La Conjura el vino El Pichón.

Eduardo García Casas me pidió unas palabras sobre este acontecimiento.

No dudé en escribirlas y enviárselas.

Con voz potente las leyó ante el público reunido.

Éstas son:

Don Eduardo García Suárez fue una inteligencia luminosa en la Puebla levítica. 

Su talento financiero estaba doblado de un talento político brutal. 

Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari fue reconocido por el propio presidente como un interlocutor brillante. 

No se perdió en veleidades. 

Siempre estaba dispuesto a escuchar y a pedir opiniones. 

Pero lo mejor venía cuando hablaba. 

Su voz era baja, lejos de la estridencia. 

Una voz educada en la conversación. 

Era como un buen vino en la mesa: un vino con matices, con carácter, con textura. 

Gracias a sus generosos hijos —Eduardo y Juan Bautista—, don Eduardo, el Pichón, ya tiene su vino. 

Y éste lleva el sobrenombre cariñoso con el que fue conocido a lo largo de su vida.

Cada vez que lo disfrutemos será como conversar con él. 

Su inteligencia, poblada de autopistas y caminos, aparecerá para decirnos que nada es eterno y que nadie puede beber dos veces el mismo vino. 

Salud, don Eduardo, en donde esté. 

Se le extraña en este México lleno de ruido y pocas ideas.

Cuánta falta nos hacen sus reflexiones. 

Cuánta falta nos hace esa soledad en llamas que fue su inteligencia.

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