viernes, noviembre 22 2024

Memorial
Por Juan Manuel Mecinas

Casi ningún gobierno del mundo es bien valorado por las medidas adoptadas para combatir la pandemia provocada por el COVID-19. Las razones son distintas: muchos creen que las medidas se tomaron a destiempo, que son insuficientes, que el regreso a “la normalidad” es demasiado pronto o tarde, que los planes del gobierno para reactivar la economía solo benefician a algunos, que serán insuficientes para proteger a los millones que se quedan sin empleo día tras día y, en casi todas partes, que son insuficientes los instrumentos con los que cuenta el personal médico en hospitales.

Los resultados de esta crisis sanitaria, económica y social arrojarán el saldo final con el que los gobernantes podrán defender sus decisiones, por lo que ahora mismo es inútil discutir sobre los beneficios o perjuicios de una crisis que, en el caso mexicano, apenas comienza.

El gobierno debería entender que, dada la duración de la crisis, los programas y medidas deben considerarse temporales, toda vez que modificarlos está en la naturaleza propia del virus cuyas consecuencias se tratan de paliar. Es por eso que las medidas deben ser tomadas sin mirar a la popularidad de los gobernantes. Y es precisamente lo que no sucede en México: oposición y gobierno actúan mirando las encuestas electorales y de popularidad, y por eso son discutibles las posiciones de quien gobierna y de quien tiene como función hipotética fungir como contrapeso.

Por ejemplo, es bastante discutible que no se haya decretado un cierre total de los comercios e industrias no esenciales. Con el paso de los días va siendo cada vez más difícil entender que el presidente de la República sostenga que los mexicanos están cumpliendo con méritos las medidas adoptadas por el gobierno, aunque las estimaciones indiquen que únicamente un 45% o 50% de la población ha respetado el aislamiento.

Cierto: una buena parte de la población no podrá quedarse en casa, pero de pronto parece incomprensible que el gobierno no haya aprovechado la semana santa para decretar dos semanas de cierre total de las actividades no esenciales, y así lograr detener la propagación del virus de mejor manera. Si los números no mienten, al menos treinta millones de mexicanos siguen saliendo a trabajar todos los días, están expuestos al contagio y son agentes de propagación del virus. Tarde o temprano se debe tomar una decisión: decretar un cierre total – si bien supondría una merma mayor a la economía de muchos- o mantener la situación actual -que puede ser devastadora en términos de contagios y muertes.

Por otra parte, la oposición sigue siendo reactiva. No da una idea, no presenta un plan, no articula un programa. Es incapaz de mostrar alternativas a las decisiones del gobierno. La oposición no hace sino escribir en Twitter o Facebook sobre las decisiones de AMLO. La oposición no cuestiona al gobierno, sino solo lo descalifica. Apuesta a la caída de Ejecutivo, sin presentarse como mejor opción.

Esas actitudes del gobierno y de la oposición reflejan en buena medida el estado de la sociedad mexicana. Valdría la pena considerar que, si hemos llegado a este punto de destrucción de todo lo que el otro sostenga, en lugar de construir a partir de las coincidencias, es porque decidimos privilegiar las posiciones políticas en lugar del bienestar común. Exactamente en la mirada hacia el otro como agente válido del cambio está una de las posibles soluciones al problema. La gran paradoja de las sociedades actuales es que las construcciones institucionales y teóricas a partir de las cuales se construyeron están puestas en entredicho desde el fin de la Guerra Fría y, como nunca, también en esta crisis sanitaria. Y se resumen en un egoísmo y en un culto desbordado del yo. Solo dejándolo de lado se puede dejar de aniquilar los progresos de las democracias que, en el fondo, a todos benefician.

Debemos mirarnos en el espejo y empezar a reconocer que los otros alguna razón llevan. Entonces podremos comenzar a unir el rompecabezas en que está dividido el país. Mientras pensemos que solo unos lo hacen bien o que el otro siempre hace todo mal, la solución a nuestros problemas está lejos de encontrarse. Las descalificaciones y los embates sirven en términos electorales, pero resulta que la crisis que atravesamos se ganará en términos negativos: con menos muertos, menos empleos perdidos, menos familias en pobreza y menos empresas destruidas. Y el gobierno, la oposición y la sociedad parecen hacer poco para lograr ese resultado. Aún no entienden que no habrá ganadores en la crisis y que sería aún más complicado construir desde las ruinas. A todos conviene que el escenario no sea catastrófico, aunque eso implique, y mucho les cueste, tener cierta deferencia con quien piensa y actúa diferente.

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