jueves, noviembre 21 2024

por Mónica Maristain

Entrevistar a Horacio Castellanos Moya es siempre meterse en las selvas intrincadas de una violencia que no cesa y que como él mismo dice está desde los principios del siglo XX.

Una violencia sin justicia, un Estado que nunca va a asistir a su gente y un mirar el destino del país con cierta parsimonia y pocas posibilidades de actuar.

“No podría decir que eso es sinónimo de la raza, porque todos los salvadoreños no somos así”, dice el celebrado escritor del El asco, mientras asegura que él siempre escribirá sobre El Salvador.

“Aunque no sé muy bien qué es el destino, creo que mi rumbo literario ya está marcado. Aun cuando amplíe mi horizonte geográfico y sitúe a alguna de mis novelas en otro sitio, mis personajes serán salvadoreños”, afirma el escritor nacido hace 60 años en Tegucigalpa, Honduras, quien ahora presenta Moronga, una novela donde se vuelve a hablar del asesinato de Roque Dalton y donde otra vez esa pesada tierra centroamericana

“El Salvador es bastante hostil para la literatura, porque pese a que ya no se tiene el mismo grado de animadversión que se tenía antes hacia todo lo literario, tanto la izquierda como la derecha despreciaban la literatura y a todo lo que tenía que ver con un escritor. ¡Por eso mataron a Roque Dalton! ¿Cómo te explicas que un país mate a su propio poeta nacional?”, se pregunta el también autor de La sirvienta y el luchador e Insensatez.

“Yo no pienso sobre el sexo, a mí me gusta el sexo. Los personajes de Moronga piensan sobre el sexo, sobre todo Erasmo Aragón, que tiene una relación compulsiva con él. No sale de sus asociaciones mentales veloces. Es la fuerza más grande de la humanidad, genera la vida, lamentablemente las religiones y todas las cosas que intentan reglamentarlo hacen de él una especie de pesadilla”, dice divertido cuando empezamos a hablar de su nueva novela.

“A Aragón le presto mi ropa y mis zapatos, a José Celedón es una especie de silencioso, desapercibido para mí, un álter ego que un loco que no se tolera”, afirma.

–¿Qué recuerdos tienes de Roberto Bolaño? Sobre todo cuando él buscaba a Cesárea Tinajero y aquí tú buscas al asesino de Roque Dalton…

–Cesárea Tinajero es un personaje, Roque es un caso real, duro. Lo que recuerdo de Roberto Bolaño es impresionante cómo creció su obra, impresionante la fuerza de su obra; me llama mucho la atención que él es uno de los escritores que uno lee y lo que concita es su fuerza. En algunas clases yo enseñé Los detectives salvajes (Horacio reside en Estados Unidos, donde enseña en la Universidad de Iowa), precisando que puede lograr 53 voces con la misma sintaxis, con el mismo estilo y lo único que cambia es la intensidad y cierto registro. Eso es muy difícil y además difícil de explicar. Es la convicción, si tú haces un análisis sintáctico de los 53 personajes, es el mismo estilo. La frase corta, no hay cambios de prosa, la prosa es la misma. Hay un concepto que es muy difícil explicar en la literatura y eso es la convicción del escritor que está con un personaje. Que esa convicción se transmita al lector es muy difícil y él lo logra.

–¿Qué dirías de la literatura centroamericana, sobre todo ahora que acaba de ganar el Cervantes Sergio Ramírez?

–Centroamérica es una zona literaria fuerte. Como es una zona tan pobre y tan aislada, en el concierto de la literatura mundial aparece un autor como Rubén Darío, que modifica o influye para cambiar la lengua española, en términos de la poesía o como cuando aparece un escritor que es el primer novelista en lengua española que ganó el Premio Nobel o ahora Sergio Ramírez con el Cervantes, llama la atención. Es una zona donde no hay ningún apoyo abierto, estatal, hacia la cultura, hacia la literatura. Sorprende que se puedan producir estos escritores con tanta fuerza. Por eso hay algunos que hablan de las grandes excepciones, aunque creo que ahora en Centroamérica hay bastantes escritores que están produciendo, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, pero el problema es que Centroamérica no cuenta con la plataforma cultural para dar a conocer a su gente. Esa plataforma cultural que tiene México, Argentina, Chile o Colombia, países con presupuesto, con instituciones y que tienen unas plataformas culturales, literarias, desde la que lanzan a sus escritores al mundo. En Centroamérica te tienes que lanzar solo o encontrar quién te lance. Sergio Ramírez está logrando algo en Nicaragua con el encuentro Nicaragua Cuento, pero es un esfuerzo muy personal y más a lo que es el evento en sí. No es una plataforma. En Argentina hay fondos por ejemplo para los traductores alemanes para traducir a los escritores. Hay inversión en la literatura.

–¿Cómo te sientes en Iowa?

–La distancia tiene sus pro y sus contras. El pro es que tengo mucha ventaja para escribir y mucha distancia, mucha perspectiva. El contra fundamental tiene que ver con la lengua. Uno se aleja mucho de la lengua castellana viva que se habla en Latinoamérica, que es muy variada, pero estos viajes sirven para esto, para llevarse con uno la lengua. Me han tratado muy bien, no me puedo quejar en ese sentido, me he acostumbrado a vivir en grandes ciudades, acuérdate que he vivido 13 años en la Ciudad de México y ahora vivo en un pueblo pequeño, pero me satisface porque ahora todo lo hago caminando, todo me queda cerca, no tengo que gastar mi vida haciendo trámites.

–¿Nunca volverás a El Salvador?

–He vuelto, para vivir volvería si hay algo para hacer. A El Salvador no se vuelve si no hay algo para hacer. Yo a El Salvador he vuelto cuando he tenido un proyecto. Pero no tengo ahora ningún proyecto. No le veo motivo. Voy de visita.

–¿Siempre te sientes obligado a hablar de El Salvador?

–No es obligado, pero digamos que mi mundo ya se estableció ahí, los años de la adolescencia, de la primera juventud, que es la edad en la que uno abreva la mayor parte de sus memorias, que son la materia prima de la literatura, viene de ahí. Son personajes que vienen de El Salvador. No lo sé. Tal vez aparezca una ratota en los maizales de Iowa y escriba sobre eso, pero por el momento es lo que me sucede. También hay una nostalgia. La nostalgia siempre existe.

–¿Qué significa escribir sobre el asesinato de Roque Dalton?

–Escribir sobre el asesinato de Roque Dalton es como escribir sobre el asesinato de Christopher Marlowe, ocurrió durante la época de William Shakespeare y todavía se escriben libros porque fue un asesinato tan oscuro. En el caso de Roque Dalton fue todavía más oscuro, pero tiene el mismo patrón, lo mataron sus propios amigos, en el caso de Marlowe se inventaron una borrachera para matarlo, los dos eran espías, Roque era de Cuba y Christopher era de uno de los bandos que estaban peleándose el poder en Inglaterra, hay muchas cosas en común. Esos casos apasionan. Claro, la literatura salvadoreña no tiene el mismo peso que la literatura británica.

–Parece ser como un gran ejemplo el asesinato de Roque Dalton

–Marca una época. En el sentido de que la izquierda armada pierde la autoridad moral. Cierta izquierda pierde la autoridad. Si los crímenes de Josep Stalin no habían sido suficientes y todavía decíamos que Latinoamérica era otra cosa, después de la Revolución Cubana, la guerrilla era otra cosa, el asesinato de Roque Dalton, en una época en que Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Javier Heraud, Haroldo Conti, habían sido matados o desaparecidos por los militares, por las fuerzas del mal, el asesinato de Dalton es un quiebre por eso, lo matan sus propios cuates, acusándolo de algo falso. Se pierde ahí la inocencia. Esto no es de buenos ni de malos, ahora van a reeditar en Random House Mondadori mi primera novela, La diáspora, donde también hablo sobre eso. Es sobre los asesinatos de la izquierda en El Salvador.

–¿Te gustaba como poeta?

–Me encanta. Es algo irregular, pero tiene unas cumbres impresionantes.

–¿Qué es la cultura moronga?

–La cultura moronga es la cultura de la sangre comprimida. Es la cultura que crece en el ejercicio de la violencia, la cultura donde la violencia es para lograr los fines personales de enriquecimiento y de poder. Está fuera de los sistemas. La cultura moronga puede usar saco y corbata. La cultura moronga vendría a ser la cultura del capitalismo salvaje en nuestros países.­­

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