domingo, diciembre 22 2024

Memorial
Por Juan Manuel Mecinas

“Estás conmigo estás contra mí”. Esa parece ser la interpretación de lo dicho por Andrés Manuel López Obrador cuando quiso separar al conjunto del país entre liberales y conservadores, entre quienes quieren la transformación y quienes reniegan de ella.

El presidente está avivando una disputa ya no de la Guerra Fría, sino del siglo XIX. Lo hace porque en la Historia del país los juaristas eran el bando correcto, republicano y liberal, mientras que los conservadores y monárquicos simbolizan el bando incorrecto; los malos. Por supuesto, López Obrador se mira como líder del nuevo bando juarista, la nueva transformación, la cuarta transformación, y supone que se debe precisar si se está con un bando o con otro, con los liberales del siglo XXI —su bando— o con los conservadores de ahora que son los malos, como lo fueron hace siglo y medio. Y, para efectos un verdadero cambio, es una discusión infructuosa.

AMLO olvida que la pluralidad es un principio básico de la democracia y que el Estado no debe sancionar o menospreciar a quienes piensan de manera distinta. La guerra entre liberales y conservadores terminó hace 150 años y las democracias deben garantizar que cualquiera piense y puede externar sus ideas siempre y cuando lo haga con respeto, sin que ello provoque un daño a terceros o a la democracia. La reducción al blanco o negro pierde la riqueza de los grises.

López Obrador, con intención o sin ella, pasa por alto que hay una abrumadora mayoría que quiere una transformación del régimen político y de las condiciones de vida de los mexicanos, pero eso no significa que deba coincidir con las ideas impulsadas por AMLO ni con los programas implementados por su gobierno. Y tampoco significa que todo lo propuesto por la 4T sea progresista y transformador. Esa es la pequeña trampa discursiva en la propuesta de AMLO. Apuesta porque Bartlett y sus políticas energéticas, las adjudicaciones directas en el 90% de contratos en la Administración Pública o la construcción de una refinería o un aeropuerto son la punta de lanza de la modernización y transformación del país, y muchos discrepan del tabasqueño.

No todo puede ser bueno ni todo puede ser malo en la 4T. Y AMLO quiere elevar toda propuesta, idea o programa de la 4T al pedestal de la transformación -siguiendo los cánones priistas- y se equivoca, además de que muy probablemente solo convence a quienes no lo cuestionan. AMLO no ha comprendido que, aun cuando 30 millones de personas votaron a su favor hace un par de años, no todos los que lo votaron ni todos los que apoyan/apoyaron son seguidores fieles y acríticos, ni todos pueden considerarse liberales ni todos pueden o quieren asumirse como transformadores. El caso de Lily Téllez es paradigmático, pues deja entrever que incluso entre las filas de López Obrador no todos pensaban y no todos piensan igual que el presidente. La razón es una: no todo transformador, progresista o reformista debe ser lopezobradorista.

Es un error esperar que solo haya dos grupos, liberales o conservadores, en un país tan diverso, y no le vendría mal al presidente aceptar que sus críticos y adversarios pueden tener la razón. El presidente se está desgastando en identificar a los puros cuando debería realizar acciones eficaces que ayuden a desmontar un sistema de corrupción, informalidad, clientelismo y oportunismo. AMLO está sosteniendo una posición bastante peligrosa: la que considera que sólo son valiosas aportaciones de los que concuerdan con su régimen, cuando en realidad las mejores democracias se construyen a partir del disenso. En las democracias, los aplausos de quienes concuerdan con un gobierno no son suficientes para lograr grandes cambios; es a partir del disenso como se destruyen los grandes males, se construyen las grandes obras y como se aminora la presencia en el espectro público de las posiciones extremas (de derecha e izquierda), porque con el disenso las acciones y decisiones deben convencer, no imponer.

El disenso permitirá que el poder se enfrente a límites democráticos y también que encuentre convergencias que convenzan por la fortaleza de sus argumentos y no por las mayorías que una organización pueda tener. El presidente aún no lo entiende porque en su ideario político es el de Juárez y sus contrarios son Maximiliano, Miramón y Mejía. Pero esa una guerra arcaica y un parangón incorrecto en la modernidad. AMLO tendría que recordar que el político es rehén de sus dichos y esclavo irredento de sus mentiras. Este país es una República y en ella se deben discutir las acciones y decisiones mismas que no por ser liberales o no por ser conservadores pueden imponer unos u otros. En las democracias, los disensos construyen porque las coincidencias a ciegas empoderan a tiranos, siempre indeseables en cualquier sistema que aspire a la división de poderes y al imperio de la ley. La democracia logra los cambios a partir de las discrepancias en lo accesorio y las coincidencias en lo sustancial. Si el presidente quiere distinguir entre cuestiones tan discutibles como quien se asume como liberal o como conservador, probablemente su gobierno sea más un maquillaje que una metamorfosis democrática.

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