viernes, noviembre 22 2024

por Alejandra Gómez Macchia 

Nunca he sido fanática del rock en español. No me considero siquiera cercana a la música de Cerati ni por nostalgia.  De él sólo me interesa su muerte, porque se fue de una manera súbita y desconcertante: cigarrillos, Viagra , rock y una amante joven.

Los días como paciente de COVID te rompen todos los esquemas. Ya lo hemos leído hasta el cansancio. Todo el tiempo surgen textos, testimonios, videos, notas y columnas. Es lo de hoy, es lo que estamos viviendo y, ante todo, es por lo que estamos muriendo.

Sólo había tenido razón de las pestes por la literatura. Recuerdo ahora La máscara de la muerte roja, de Poe. Creo que fue uno de los primeros cuentos que leí de él.  Sin embargo, en este mismo momento en todo el mundo se escriben historias por el estilo.

Ya en cada casa o en cada casa del vecino hay una baja o se ha transitado por el limbo.

Ayer mi médico me dio de alta. Dijo que mi pulmón se escuchaba fuerte, lo vio mediante una placa en la que, de hecho, evanescieron considerablemente esas manchas blancas como nebulosas de Orión que hace exactamente un mes los invadieron violentamente. Me dijo también que mis músculos recobrarían su fuerza dependiendo mi disciplina y las horas de ejercicio que les dedicara.

Ayer por la mañana, como sabía que iría a ver al médico, me desperté más temprano de lo habitual y seguí con gusto los nuevos ritos que he incorporando desde que fui covidpositivo: desayuné avena, tomé té de jengibre, respiré cuatro series de diez frente al espejo, me puse el oxímetro, esperé a que calentara el ambiente para bañarme, ya no salí encuerada buscando la ropa al vestidor, me eché crema mientras notaba tristemente que la piel está convertida en una lija y mis muslos adelgazaron demasiado. En medio de esas actividades que nada tienen de asombrosas cuando uno está sano, noté una sensación de bienestar inédito que no debería de sentir dadas otras circunstancias personales que, junto con el Covid, llegaron a mi vida para partirla en dos, para bifurcarla.

¿Y qué mas da no tener el control sobre el mañana o el pasado mañana?, pensé, cuando este año funesto nos dejó completamente expuestos como criaturas en extremo vulnerables e incapaces de controlar hasta su propia respiración.

Cada vez que estoy nerviosa, triste o feliz, pongo música, y la pongo muy fuerte y si descubro algo que me gusta en la canción la repito hasta hartarme.

Hoy desperté a las 5:30 de la mañana. Inhalé profundo sin dificultad, abracé a mi fiel ovejera, mi perrita Lizzy, y la vejiga me expulsó de la cama para dirigirme a mear con la furia de un borracho que vuelve de La Villa con su virgencita en andas.

Regresé a la cama ya bien espabilada y abrí mis placas de pulmón, cada una, desde la primera, del 20 de noviembre, hasta la última, tomada antier. Mi interior es tan entrópico como el exterior. Mis pulmones se parecen a mi recámara, a mi estudio a mis cuadernos.

Pensé en tres personas, sobre todo en un conocido que está intubado, cuyo pronóstico no es muy alentador. Y sí, sentí culpa. Sentí escalofríos al reparar que a mí se me está dando una segunda oportunidad para vivir, y que, a él, a mi amigo, mucho más disciplinado y justo que yo, quizás le sea vedado ese chance.

La vida es una mierda, pensé. Pero inmediatamente reculé. No, no puedo reiniciar la ruta despotricando, olvidando que hace apenas una semana yo ya estaba preparando el discurso que hubiera encargado que leyeran en mi funeral.  

No es normal la forma en la que estamos siendo arrebatados del mundo. No sé si sea correcto decir “no es normal”, cuando lo más normal y lo más congruente que poseemos como especie es la muerte.

Después de no poder cerrar los ojos para volver a dormir, mi playlist dio a Cerati, mejor dicho, a Soda Stereo. Cosa rara, yo nunca programo ni creo haber descargado alguna de sus canciones.

Hay algo en el ambiente que insiste en revelarme secretos, en darme pistas, o quizás es simplemente mi necesidad de encontrar significados en donde no hay nada.

El sintetizador de TEMBLOR siempre me pareció bastante charrito, muy menor. De hecho, el rock en español me frustra por ser tan poco original. Pero esta mañana una frase de Cerati tradujo mis pensamientos de los últimos días a la perfección. “Sé que te encontraré en esas ruinas, y ya no tendremos que hablar del temblor”.

¿A quién encontraré cuando pase el temblor?

Por primera vez no le endoso la frase a un vato, pues ahora sé que en medio de esa polvareda, la única figura que reconozco y que debo rescatar de los escombros es la mía.

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