sábado, abril 27 2024

TALA / por Alejandra Gómez Macchia

 

En Puebla gobernarán dos mujeres: Martha Érika Alonso y Claudia Rivera.

Mucho antes de que estas dos mujeres fueran designadas como candidatas, algunas encuestas arrojaban datos reveladores: la mayoría de los hombres decían que nuestro estado no estaba listo para ser gobernado por una mujer.

Las razones que daban son como todas las razones que ofrecen los hombres cuando temen que una mujer esté por arriba de ellos: razones difusas y confusas. En sí, no tenían bien claro el porqué no. O quizás les daba pena decirlo pues quedaban exhibidos como seres retrógradas y aldeanos.

El caso es que, pese al provincianismo, las dos mujeres no sólo llegaron a ser candidatas, sino que están a unos cuantos meses de tomar sus puestos de poder.

Sin embargo, no quisiera enfocarme en el tema político ni en cómo hoy nuestro estado está patas arriba por las impugnaciones que vienen por parte del candidato de MORENA a la gubernatura, Luis Miguel Barbosa.

De lo que quisiera hablar es de la narrativa que utilizan no sólo los detractores (sobre todo de Martha Érika) sino su gente cercana, al referirse con cierto recelo a ella como “La Señora”.

Si bien es correcto que Alonso es una señora como somos señoras todas las que estamos o hemos estado casadas, me parece que el modo en el que se expresa la palabra “señora” es peyorativo y bastante hostil.

He convivido con muchos hombres que están cerca de ella y me sorprendo cuando de sus bocas sale cierto tufillo machista al decir “es que la señora” o “a ver qué dice la señora” o “si la señora…”.

No sé si es paranoia mía, ya que francamente no me considero parte del feminismo recalcitrante que se ofende si a alguien le dicen “la señora de” porque de una u otra manera, por como se maneja el lenguaje leguleyo, una pasa a ser la “señora de” a continuación de que te leen la epístola de Melchor Ocampo. O al menos así se sigue estilando en ciertos grupos.

Lo que me brinca mucho en este caso particular es que detrás de esa expresión que pareciera denotar respeto, existe un trasfondo: la desconfianza y el complejo.

Vivimos (aún) tiempos complicados en temas de equidad, aunque parezca lo contrario.

Por eso creo que el gran reto de estas dos mujeres, en especial de Martha Érika Alonso, es cambiar la narrativa que se utiliza en torno a ella. Dejar de ser “La señora”, como si se tratara de Doña Bárbara, Doña Diabla u otra tirana del cine nacional, para ser simple y llana mente La Gobernadora.

¿Cuesta tanto trabajo asumir que, en efecto, va a ser una mujer de quien dependa el rumbo de un pueblo?

El día que le dieron su constancia de mayoría escuché decir por lo menos diez veces “La Señora”. No de la gente que fue a las gradas o a echar porras, sino de personas próximas a ella.

Lo más curioso es que la expresión se repite más entre las mujeres, lo que me lleva a confirmar lo que siempre me ha quedado claro: para que un macho viva es necesario que una mujer lo consienta.

Quiero pensar que estas dos mujeres harán un buen papel, sin embargo, ¿qué tanto rango de acción tendrán en un mundillo de machos que no asumen su papel secundario?

 

 

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About Author

Alejandra Gómez Macchia

Truncó su carrera de música porque se embarazó de Elena. Fue bailarina de danzas africanas, pero se jodió la rodilla. No sabe cómo llegó al periodismo (le gusta porque se bebe y se come bien). Escribe para evitar el vértigo. En el año 2015 publicó “Lo que Facebook se llevó” (Penguin Random House), y en unos meses publicará un libro de relatos, “Bernhard se muere”, en la editorial española Pre-Textos.

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