Tala
Por: Alejandra Gómez Macchia
Dejó de gustarme Silvio Rodríguez el año en el que todos los trovadores versátiles poblanos se pusieron a imitar su sonsonete en los bares de Los Sapos. Cuando este barrio tuvo un resurgimiento a mediados de los años noventa y se llenó de antros, restaurantes y hoteles boutique.
Eran los años del boom del mueble rústico. Los años en los que Chipilo dejó de ser un pueblo de vacas para volverse un pueblo de muebles. Segusino era la locura. Todos querían comprar alguna cómoda o recámara o comedor de esa madera de segunda apolillada que se vendía como si fuera de primera. Las modas son el mejor invento para hacer dinero, mucho dinero.
Los Sapos entonces se volvió también un barrio de muebles rústicos, no de Segusino, pero sí de los pequeños fabricantes que hacían su lucha por entrar a la competencia. Guardando proporciones, lo conseguían. Ahí veías a las tías y a los tíos foráneos llevándose baúles y burós apolillados y patinados con chapopote. Se iban felices por haber burlado el monopolio de Toño Zaraín.
Pero Silvio, oh, el cantautor cubano no supo nunca cómo lo prostituyeron por estos lares, en cantinas de mala nota y en giros negros que explotaban a los estudiantes de música que no se disciplinaron para estudiar a Tárrega y Albéniz y se dedicaron al hueso, a talonear con canciones de protesta para la unión de los pueblos latinoamericanos y con la trova cubana.
Estos muchachos no interpretaban a Silvio; querían ser Silvio, como si lo bueno de Silvio fuera su voz de pato con sordina, y dejaban detrás su verdadero valor, los años en los que experimentó hasta con cierto estilo progresivo.
El Silvio que los poblanos amaban era el Silvio que amaba y sigue amando Beatriz Gutiérrez Müller, quien por cierto vivía en esa Puebla de los muebles rústicos y de los bares en Los Sapos. Y hasta se echaba sus palomazos en sus épocas de reportera.
El Silvio que se choteó y se llevó hasta el paroxismo fue el de “El necio” y el de “Oajalá” y el de “Te doy una canción”.
Y como gasto papeles recordándote…
Esto sucedió hace más de diez años, obviamente. Veinte, yo creo.
Cuando el auge del mueble rústico y la tonada rusticona del los troveros amenizaban la ciudad.
Hoy, con el reto del #10yearschallenge salieron a relucir fotos que nos ubican en la realidad. En la realidad obvia de que somos diez años más viejos. Y por eso todo este rollo sobre Silvio y el rústico y la mano del muerto.
Porque Silvio dejó de gustarme cuando a todo el mundo le empezó a gustar. Suele pasar, ¿no?
Sin embargo, gracias a ese reto de subir las fotos de hace diez años, busqué la única canción de Rodríguez que me sigue gustando: Con diez años de menos. Que no es su mejor canción… ¿cuál sería? (cuestión de gustos).
La rola no empieza con la siguiente frase, pero sí creo que es la que la define; le da cuerpo y fuerza: “esa mujer propone que salte y me estrelle”.
Evidentemente la letra versa sobre un hombre enamorado tardíamente de una joven incendiaria, como cualquier joven. Un hombre que añora el fuego de sus mejores años. Un hombre al que la chica llena de anhelos. Una aventura otoñal, que como toda aventura está llena de riesgos.
Veo las fotos que la gente sube a internet, con diez años de menos, y pienso que, efectivamente, el tiempo es implacable, pero se puede mirar de dos ópticas muy distintas, la catastrofista y la estoica:
La de Juan Gabriel: “Dios perdona, pero el tiempo a ninguno”.
La de Renato Leduc: “Sabia virtud de conocer el tiempo;
A tiempo amar y desatarse a tiempo;
Como dice el refrán: dar tiempo al tiempo…
Que de amor y dolor alivia el tiempo”.