Por Claudia Luna
«La crisis del coronavirus pasará, así como han pasado otras catástrofes. Muchos quedaremos para contar acerca del tiempo en que el mundo paró. ¿Habremos aprendido algo o permaneceremos en incubación por algunos meses para luego continuar con nuestros mismos hábitos y costumbres?«
Hace días que, nada más abrir los ojos en la mañana, estiro la mano para alcanzar mi teléfono, lo prendo y busco las noticias. Resulta fácil imaginar a millones de personas que hacen lo mismo alrededor del mundo y es que, con la pandemia que se ha producido, todos queremos estar informados.
Ayer amanecí con el corazón acelerado, sentía como si tuviera un ladrillo en el pecho y percibía un tic en un ojo. Estrés del más puro, sin duda. Aún así, continué con mi rutina de buscar noticias. ¿Qué esperaba encontrar? Tal vez enterarme de que descubrieron alguna cura milagrosa o de que han bajado los números de contagiados, quizás algo medianamente bueno, algún atisbo de esperanza…pero no, no hay buenas noticias, cada día son más alarmantes.
Los números de los contagiados suben rápidamente y los gobernantes al rededor del mundo parecen estar tan confundidos como yo. Han probado que no tienen todas las respuestas o que no nos las están dando. Las predicciones para la duración de esta crisis van desde quince días hasta dieciocho meses.
Contar con información, en tiempo real, ha resultado clave para combatir las epidemias que han sucedido en el pasado. Sin embargo, en estos meses que se viven, también es fácil darse cuenta de que un exceso de noticias, entre las que se filtran datos falsos y manipulados, no ayudan en nada. Es más, crean desasosiego, confusión y malestar. Como me está sucediendo a mí.
En los periódicos, se pueden leer a algunos mandatarios que llaman al encierro de los ciudadanos y al paro de los negocios no esenciales con el fin de bajar los contagios por el virus para, poco después, cambiar diametralmente y clamar para que se reactiven las actividades y revivir así la economía ya que, de lo contrario, argumentan, no habrá medios para cuidar de los enfermos y los más vulnerables. Sin duda, ambas posiciones hacen sentido, pero esto solo aumenta el caos en los que recibimos la información.
Hasta este momento, no conozco a nadie personalmente que esté enfermo o que haya muerto por el virus, sin embargo, lo que miro en la pantalla del teléfono se convierte en mi realidad y lo mismo le sucede a la mayoría de mis amigos y conocidos.
La crisis del coronavirus pasará, así como han pasado otras catástrofes. Muchos quedaremos para contar acerca del tiempo en que el mundo paró. ¿Habremos aprendido algo o permaneceremos en incubación por algunos meses para luego continuar con nuestros mismos hábitos y costumbres? Tal vez más rapaces que antes. Sería lamentable que lo único que hayamos aprendido, después de esta prueba, es a mantener altas nuestras reservas de papel higiénico, sin embargo, eso solamente lo podremos controlar nosotros. No existe un gobierno o una institución que nos pueda salvar y que pueda hacer el trabajo de aprendizaje. Esta vez tendrá que venir de cada uno de nosotros.
Vivimos tiempos de confusión afuera. Esta es una oportunidad única para poner orden adentro. Es válido que cada uno encuentre su propia manera, sus propias letras para escribir, deletrear o cantar como se verá su mundo, que es el de todos, cuando esto pase.