Memorial
Por Juan Manuel Mecinas
El plan de López Obrador anunciado este domingo tiene grandes vacíos y deja claro que el presidente apuesta por fortalecer sus programas sociales para atenuar los daños económicos ocasionados por la pandemia. Sus tres ejes son los trabajadores del Estado, los estudiantes y los adultos mayores, y deja de lado a amplios sectores de la sociedad en la cobertura de sus planes para enfrentar la crisis.
La apuesta del presidente es arriesgada: si el confinamiento se alarga, su plan se irá a la basura, porque AMLO ha presentado pocas ayudas para después del confinamiento, y aún menos medidas para el aislamiento que durará entre 7 y 12 semanas. No ha sabido dividir las medidas para ambos momentos y parece que sus baterías se centran en el regreso “a la normalidad” que no sabemos cuándo empezará.
Se debe estar de acuerdo con AMLO en algo: las crisis de 1995 y 2009 las pagaron las clases media y baja del estrato social mexicano. Eso no debe repetirse. Muchos de los “grandes empresarios” gestaron su fortuna a partir de las decisiones discutibles que tomaron los gobiernos en esas crisis. Pero una cosa significa que se esté de acuerdo con AMLO en esos extremos y otra es que su plan sea el adecuado. Los grandes olvidados en el discurso de López Obrador son los grandes empresarios, aunque también deja muy poco -créditos pequeños- para las empresas medianas y pequeñas, que en el país generan 7 de cada 10 trabajos. La situación es todavía más desoladora para los autónomos, porque no se ofrecen bazas para ellos, lo que significa un golpe durísimo a miles de jóvenes que emprenden negocios.
Cierto: el Estado mexicano enfrenta la crisis con escasos recursos. Y ahí está el problema. Esa debilidad del Estado es el aspecto más trascendente, si se quiere ver que la crisis no solo sirva para ayudar a algunos de forma asistencial durante el aislamiento y después de este, sino de transformar al Estado de forma sustancial. El Estado está en ruinas porque ahí se le ha conducido. No es casualidad que las médicos y enfermeros del país se quejen de no tener el equipo para afrontar la crisis. No es casualidad que la mitad de la sociedad no pueda quedarse en casa porque moriría de hambre. No es casualidad que debamos rescatar a los informales, que en el país alcanzan 17 millones de personas (una cuarta parte de quienes trabajan en el país), porque el Estado y la sociedad han alentado ese esquema de informalidad. Muchas cosas están mal. Y están mal desde hace treinta o cuarenta años. Probablemente López Obrador vaya a pagar los platos rotos -por incapacidad del Estado, por su impericia o por ambas-, aunque lo importante como sociedad es que entendamos que el AMLO se puede equivocar en el manejo de la crisis, pero nosotros no podemos equivocarnos en el país que queremos configurar a partir de ella. El Covid-19 ha desnudado al Estado y a la sociedad mexicana. Pensar que esto es responsabilidad única del Jefe del Ejecutivo es un mal diagnóstico para transformar al país. Algunos solo quieren ver rodar la cabeza de AMLO y tal vez sus deseos se vuelvan realidad. Sin embargo, la crisis más allá de López Obrador existe y las entrañas del Estado están expuestas. Volver al pasado y a las recetas que nunca funcionaron tal vez no sea lo óptimo. Dependerá de la sociedad mexicana -a través de sus exigencias- que se tenga un mejor sector salud, una mejor educación, y mejores instituciones del Estado. Las carencias y debilidad del Estado las seguiremos pagando todos si no se revira y se reflexiona que lo que vivimos tiene u origen más allá de 2018, 2012 o 2006. Si no enderezamos el barco y seguimos navegando porque “así funciona” o “es lo que hay”, de poco servirá el sufrimiento que originará esta