viernes, noviembre 15 2024

Por Alejandra Gómez Macchia

Las sociedades, como los sueños de Goya, engendran monstruos. Pero, ¿qué es un monstruo? ¿No será que es un reflejo (o la manifestación) de nuestros más profundos y mórbidos deseos?

En el arte se plasman figuras grotescas que por lo general son combatidas (y vencidas) por el aura mística del bien. ¿Y qué es el bien sino todo aquello que creemos que de alguna u otra forma nos salva?

Tememos a lo desconocido, a lo turbio, a lo oscuro. Nombramos “monstruoso” a lo que nos quita el sueño, a lo que nos perturba, a lo que nos saca del camino, sin embargo, nos hemos acostumbrado a convivir con los monstruos.

Desde que nacemos, nuestro padres nos amenazan con criaturas secretas y maltrechas que vendrán por nosotros si no obedecemos, y de ahí parte la resistencia y la tolerancia, pues un buen día aprendemos a convivir con ellos, con los monstruos, y hasta les tomamos cariño. Luego crecemos y el concepto de los monstruoso cambia: ya no son espectros que nos rondan, ni fantasmas que flotan, ni viejitos desfigurados que nos robarán en su costal. Maduramos y nos vacunamos contra el espanto. ¿Y qué es una vacuna sino el propio mal, la propia enfermedad re injertada?

Todos tenemos algo de monstruoso. Todos actuamos con vileza cuando esa vileza nos ayuda a traspasar límites. El fin justifica los medios, decía el tan mal leído Nicolás Maquiavelo; a quienes muchos consideran monstruoso porque lo han coronado como el autor de un sólo libro que no trata, por cierto, de infernales estrategias de guerra, sino que es la crónica puntual de un pueblo y su corte y sus reyes, por lo tanto: ¿ser monstruoso no implica también ser simple y llanamente un incomprendido?

Antes, en el mundo de nuestros padres y nuestros abuelos (el mundo de post guerra) tener una deformidad física era monstruoso. Ser homosexual era ser monstruoso. Ser extremadamente obeso era monstruoso. Luego llegó nuestra generación, la generación que reivindicó lo horrendo, que normalizó lo anti estético. Hoy no es considerado monstruoso que las modelos en la pasarela luzcan como chivos enjutos de matanza. Ellas no son monstruosas: son bellas y poderosas.

 

Hoy en occidente no es monstruoso que un tipo como Donald Trump lidere el país más poderoso del planeta. Trump es un monstruo caricaturesco al que los medios y las redes le suavizan los rasgos por medio de un trabajo de cosmética virtual, logrando que su figura sea más risible que temible. Nuestros monstruos son monstruos pasados por agua, y esos monstruos adquieren con el tiempo la categoría de héroes cómicos, de personajes híper explotables en el mercado.

En nuestro país hay distintas categorías de monstruos: están los políticos corruptos que intercambian medicamentos oncológicos por placebos de agua. Están los futbolistas que reciben sumas millonarias por temporada y pierden a la menor provocación y se van a engrosar las filas de los lavadores de dinero. Están los narcotraficantes convertidos en héroes por miles de muchachos que no tienen acceso a un trabajo digno.

En un mundo coherente, “El Chapo” Guzmán tendría que ser tachado como uno de los monstruos más terribles, sin embargo, las apologías del crimen que nos presentan en el cine y en las series televisivas, han convertido a este hombre en una especie de Robin Hood que lleva dinero al “pueblo bueno” a costa de miles de vidas que se pierden por su “noble y jugoso” oficio. Ser narco en México es hoy sinónimo de estatus.

Así como los narcos, existe otro subgrupo de gente que ha hecho de la vergüenza su escalera al cielo. Mujeres que buscan a toda costa esos quince minutos de fama a los que, según Andy Warhol, todos tenemos derecho. Hombres, que haciendo gala de una prepotencia histórica, revientan las redes y se hacen populares bajo el supuesto estigma del escarnio público.

Son conocidos como “Ladys” y “Lords”: motes burlescos, ya que ni son de la realeza ni pertenecen a ninguna casta tocada por lo divino. Son personas neurotizadas y exhibicionistas puestas bajo la lupa y el escrutinio de los morbosos en las redes sociales. Hombres y mujeres cuyos talentos, si los tienen, se ven minados por el escándalo. Hombres y mujeres con el así llamado “complejo del emperador”: castigadores natos, crueles y desubicados, lanzados a la pira del máximo tribunal que existe: la autoridad moral de las masas alienadas.

¿Son las Ladys y los Lords el arquetipo del nuevo monstruo?

Y de ser así, ¿no han sido engendrados por la propia razón de quien tan severamente los juzga?

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About Author

Alejandra Gómez Macchia

Truncó su carrera de música porque se embarazó de Elena. Fue bailarina de danzas africanas, pero se jodió la rodilla. No sabe cómo llegó al periodismo (le gusta porque se bebe y se come bien). Escribe para evitar el vértigo. En el año 2015 publicó “Lo que Facebook se llevó” (Penguin Random House), y en unos meses publicará un libro de relatos, “Bernhard se muere”, en la editorial española Pre-Textos.

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