lunes, noviembre 18 2024

Por: Claudia Luna

Cuando visitamos a Emanuel y a Becka en su casa, nos contaron los detalles de su luna de miel. En su viaje, visitaron varios países del sureste de Asia. Mientras relataban sus anécdotas y describían lugares, experiencias y personas del otro lado del planeta, por mi mente cruzaban miles de imágenes, colores y hasta sabores.


En algún momento mencionaron que habían estado en Myanmar, entonces sentí que el corazón me latía más fuerte. Escuchaba el relato con los ojos muy abiertos y casi sin respirar para no perderme una sola palabra, sin embargo, en su historia no encontré la información que buscaba. En cuanto Becka empezó a contar sobre el siguiente lugar en la lista de países visitados, la interrumpí con un: “¿Sabes lo que está pasando en Myanmar? Es un genocidio, están matando a las personas. ¿Hablaron con la gente de allá?”. 

Nos refirió que todo se veía tranquilo y que la gente era amable, sonriente y servicial También nos contó que, en efecto, como sabían de las matanzas por las noticias internacionales, le preguntaron a algunas personas acerca de lo que sucedía en la frontera pero los habitantes insistían, con amabilidad, en que todo estaba bien y que solo era un grupo de revoltosos, sin embargo, pudieron notar su nerviosismo.

En agosto del 2017, el ejército de Myanmar perpetró asesinatos en masa, violaciones en grupo y persecución contra los Rohingya, una minoría musulmana. El gobierno del país buscaba hacer una “limpieza étnica”. Más de setecientas mil personas huyeron de las atrocidades y buscaron refugio en el vecino Bangladesh. La justicia internacional calificó lo sucedido como genocidio, “crimen de crímenes”.

Hace un par de días leí, en las noticias que los Rohingya siguen viviendo en campos de refugiados y que no son bienvenidos de vuelta en sus hogares de Myanmar. También me enteré de la falta de libertad de expresión que se sufre en ese país. Entonces, volví a ver en mi mente a la hermosa Becka con su pelo negro cayéndole como cascada y sus manos de dedos largos que creaban imágenes y trataban de reproducir la aprensión que exudaba la gente del pueblo cuando un par de turistas les hacían preguntas sobre las matanzas. Entendí que la gente del pueblo tenía miedo de hablar del asunto.

En la actualidad, los militares penalizan y encarcelan a cualquier reportero que escarbe los hechos que ellos prefieren que permanezcan tapados. Además, se han establecido leyes para penalizar a las voces que critican al gobierno y a cualquiera que cuestione las medidas se le acusa formalmente de “difamador” y se le priva de la libertad. Jamás en mi vida he sentido miedo por no poder decir lo que pienso, es más, ni siquiera lo puedo imaginar.

La libertad de expresión y de opinión es el derecho humano fundamental sobre el que se sustentan todas las libertades civiles, pretender coartarlo o limitarlo es un error. El trabajo de nuestros gobernantes no es censurar, ni siquiera, criticar la opinión del pueblo y si alguno pretendiera hacerlo, estaría atentando contra una libertad natural lo que debe ser motivo de alarma.

Un mundo en el que exista alguien que se adjudique el poder de decirle a otros qué se puede decir y qué no, es un mundo que está amenazado con perder muchos de sus hermosos colores.

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Claudia Luna

Escritora y Directora creativa en www.carlosluna.com y Diseñadora Gráfica.

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