Boquitas Pintadas
Madame Pompadour ofreció una velada en su residencia de la colonia La Paz, muy cerca de donde vive mi querido amigo Valentín Díez, hermano de Fernandín.
Fiel a su estilo —más rococó que churrigueresco—, la Pompadour recibió a sus invitados en un vaporoso vestido rojo, muy similar a los que gustaba usar la Prieta Linda en el programa Noches Tapatías. Al ágape llegaron tres ex novios de la festejada, dos novios actuales, sus amigas más privadas y dos o tres señoras públicas, así como su larga parentela, encabezada por su abuelita Fabiana Pompadour.
La cena la sirvió el exquisito chef Luciano de Varela, amante de la comida mediterránea y antiguo jefe de cocina del restaurante La Mano de Obregón. El menú estuvo inspirado en los abigarrados gustos de la Pompadour: Pato a la mandarina, pollo a la cacerola, cerdo al chin-chín, fideos austriacos, levadura de cerveza, pescado al mono de ajo, pastel de tres chiles y tortillas recién sacadas del comal. Hubo vinos de Burdeos, de la Alta California y del Peloponeso.
No faltó a la exquisita velada el Duque de Otranto, mejor conocido como El Robalo, debido a sus grandes ojeras oscuras y sus ojos saltones. Gran bebedor de ajenjo y Bacardí, El Robalo ha logrado generar unas manchas verdosas en las ojeras y una lengua negra y viscosa, cosa que se debe a su notable afición al vino tinto.
De él se cuentan cosas horribles: que golpeó en orden descendente a todas sus mujeres, por lo que hoy disfruta de una soltería inacabada, pues ha optado por el pago por evento con conocidas bailarinas de los más notables tabledance.
Además, gracias a su afición de lavar dinero, montó una cadena de lavanderías y planchadurías en todo el país, lo que le permite hacer viajes onerosos por el mundo entero.
Otra de las invitadas, aunque no goza de la simpatía de Madame Pompadour, es La Bisteca, también conocida como Mesalina por su habilidad para tragar espadas mientras fuma.
Las diferencias entre ambas damitas data de sus años mozos, antes de que el doctor Pasteur, célebre cirujano poblano, les metiera la tijera y la navaja. En cuanto ágape se organizara, la
Pompadoury La Bisteca aparecían con sus encantos a la vista en aras de consumar toda clase de conquistas. Las carteras de los caballeros se volvieron su especialidad, y gracias a ellas sufragaron sus costosas operaciones.
Músicos traídos del bajo Oriente deleitaron a la dilecta concurrencia con valses de Strauss, zapateados de Polonia y pasito duranguense.
No faltó el Ballet Folclórico de Amalia Hernández ni actos circenses de Atayde Hermanos.
Al final, Madame Pompadour pasó la charola para costear una lipoescultura a la que se someterá en la clínica del célebre doctor Pasteur. La velada terminó cuando los perros ya buscaban la sombra.