lunes, noviembre 4 2024

por Alejandra Gómez Macchia

Estimado gobernador:

Abro esta carta con la finalidad de que la gente que votó (y la que no votó) por usted, tenga una panorámica ampliada de lo que pude observar durante el evento que dio por inaugurada su gestión. Me refiero al acto del primero de agosto en el Auditorio Metropolitano, en donde me sentí  muy sorprendida al encontrarme con personajes que en otros tiempos desconfiaban de sus propuestas, y que ese día, por una suerte de voto de confianza (también otros por temor), estuvieron más que atentos para escuchar el primer mensaje que daría a los poblanos.

Debo  confesar que por deformación profesional iba programada en dos modos: en modo escritora y en modo ciudadana.

Con los primeros ojos, es claro, focalicé el ánimo de los invitados (sobre todo aquellos que ocupaban las filas reservadas). Desde los líderes de su partido, las autoridades académicas, los senadores, los diputados, los dueños de medios, y por su puesto, la gente que conforma hoy el equipo que lo poyará en el tránsito de estos años venideros.

Miré todas esas caras conocidas como casi siempre las he visto en actos de esta naturaleza: las vi urgidas de ser tomadas en cuenta por aquel que daría el discurso; quien encabezará el primer gobierno de izquierda en Puebla.

Noté en sus miradas curiosas el descontrol que acomete al ser humano cada vez que una crisis termina y da paso a lo nuevo.

Miré de reojo a varios empresarios: calé el movimiento de sus manos, nerviosas, al unísono que usted tomó el micrófono y comenzó el discurso con algunas frases que me parecieron contundentes, agudas y enfáticas en matiz, fondo y forma: “Sé quienes votaron por mí, sé quienes no. Sé porqué los que votaron por mí, lo hicieron, y sé porqué quienes no, decidieron hacerlo”. En ese instante me percaté que las manos trémulas de mis vecinos de butaca incrementaron su movimiento. “Normal”, pensé, que en este microcosmos de simulación se dispare la paranoia porque no hay cosa más temible que la sinceridad a bocajarro, puesto que estamos acostumbrados al engaño y a la fantochería. A los dobles juegos y a las falsas promesas. Pasiones bajas casadas con la más alta traición.

Nada puedo yo contarle que no sepa, que no haya visto dentro de este espectáculo shakesperiano abarrotado de Yagos.

Durante muchos años hemos sido víctimas –y de una u otra manera copartícipes– de esta contradanza; del blof que por desgracia nos ha llevado voluntaria o involuntariamente a oscilar de un lado a otro; todo por temor al derrumbe, al vacío. Finalmente somos parte de una comunidad por demás barroca.  

Ya se sabe, gobernador, que no sólo nuestro estado, sino que el país (de punta  a punta) lleva años siendo una especie de terraza VIP en la que sólo unos cuantos privilegiados se reúnen para festinar, para embriagarse de poder y otras sustancias dionisiacas, mientras el resto agoniza y paga para que ellos, los de la cúpula, presuman y exhiban al mundo un rostro equívoco: el rostro de la bonanza y la felicidad. Paraísos artificiales que nada tiene que ver con la poética y sí mucho con el tráfico de influencias y el nepotismo. Los dueños del dinero, mismo que han obtenido heredando deudas y construyendo realidades que sólo habitan en ciertos códigos postales.

En tanto usted ofrecía uno de los discursos más articulados y demoledores que he escuchado, intenté pasar revista a todos los actos anteriores adonde había sido invitada, o a los que simplemente me colé como polizonte. Escuché el tono, el tema y las variaciones del mensaje e inevitablemente hice una comparación, y creo (aun sin conocerlo personalmente) que lo que dijo –y como lo dijo– no pasó por las manos de expertos de la cosmética verbal o de esos nuevos asesores farsantes que venden frases hechas que sólo conquistan al masaje alienado.

Yo que me dedico básicamente al lenguaje y su laberinto, encontré que la suya es una narrativa natural y de primera intención, es decir, sin rebuscamientos ni artilugios. En pocas palabras, recurre a la claridad (tan perdida en un mundo de eslóganes y mercadotecnia) de una idea que se expresa con las bondades del sujeto, el verbo y el complemento.

He seguido atentamente sus pasos desde que se enfrentaba en tribuna con los legisladores de otros partidos, y no me cabe la menor duda que Luis Miguel Barbosa es un político profesional, sin embargo, recordemos que en este país por el simple hecho de ser político se carga, inevitablemente, con un estigma: la marca que la mayoría de los políticos (no profesionales, más bien doblados y enchufados) han legado a la historia nacional de la infamia.

Nací en la casa de un hombre de izquierda. Sé lo que es la izquierda (real) y sé también cómo en algunos casos los ideales de la izquierda se han torcido con el paso del tiempo, pero también creo que todavía sobrevive una casta de ideólogos y estadistas. Al que vi y escuché en el Auditorio Metropolitano (ahora en “modo ciudadana”) fue al ideólogo, al lector, también al hombre irónico, y en ese momento me percaté que la gente que verdaderamente cree en su proyecto –y está ilusionada– no es aquella que ocupaba la primeras filas, sino los hombres y las mujeres que desde la parte más alta del auditorio soltaban vítores y consignas. La gente que llegó en corro para festejar el triunfo del hombre en quien han depositado su reserva de esperanza y dignidad; no aquella que asistió, como de costumbre, para ser vista y ubicada entre los que no estuvieron en el pasado reciente, pero que ahora están… esos, los de las manos nerviosas consteladas en relojes de alta gama. Los que sacrificaron sus horas en el club social o en el restaurante de moda creyendo que al presentarse, al hacerse la selfie, el futuro los redimirá.

Conforme pasaban los minutos y el discurso entraba en diferentes rutas, noté que muchos cambiaban de rictus: iban del gusto al susto, de la falsa algarabía a la auténtica zozobra.

Las cifras, señor gobernador, no mienten. Las que ofreció son obscenas, y varios de los presentes temblaron pues… saben bien lo que hicieron el verano pasado.

Como apasionada de las letras me gusta leer siempre el meta-texto. Encontré en sus frases el hilo conductor de lo que será (todos esperamos) un capítulo inédito en nuestra historia.

Ha hablado usted de la “novela poblana”, y quien entienda un poco  (o mucho) de narrativa, comprenderá que existen muchas variantes en las técnicas a la hora de contar y escribir relatos: así pues, lo que parece comedia a veces se transfigura en tragedia, y viceversa.

Como parte de la mascarada del sistema hemos sido parte de muchas puestas en escena: unas risibles, otras tremendas, muchas más patéticas. En Puebla se ha coronado a los antihéroes y se ha ninguneado a los héroes.

Comedia: vivir en una versión chabacana y tergiversada de la Utopía de Moro, o en un “Mundillo Feliz” a lo Houxley (siempre y cuando uno formara parte de la así llamada clase política, circulo rojo y/o empresarial).

Tragedia: El abandono y la explotación del campo. El ninguneo de la belleza de paisajes rulfianos y la entronización de la escoria elevada a los altares gracias a la apología de actos criminales.

Quisiera terminar esta carta con la siguiente reflexión:

Creo que Luis Miguel Barbosa puede romper con la espiral tóxica en la que estamos hundidos los poblanos por culpa de personajes torvos y desarraigados. Misma espiral que continúa prolongándose por la ineficiencia de “líderes” improvisados que no están a la altura de la Cuarta Transformación: para hablar sin dar muchas vueltas de tuerca, la espiral tóxica lleva hoy un nombre escrito en su punta: Claudia Rivera Vivanco.

Creo que usted, gobernador, junto con valiosos miembros de su gabinete como lo es, por ejemplo, Ricardo Velázquez (quien me parece uno de los más grandes aciertos que ha tenido a la hora de elegir a su equipo) saben que la empresa no será fácil,  ya que puede pasar un tiempo antes de que su proyecto sea conocido (y reconocido), pues la transparencia y la honestidad que lo preceden (como los deseos de reconstrucción del país del presidente) se oponen a la estulticia y a la abulia con la que se ha manejado durante años el poder político en este país que convulsiona por la violencia, y claro, en nuestro bien amado (pero mil veces ultrajado) estado de Puebla.

Atentamente,

Alejandra Gómez Macchia

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