domingo, noviembre 17 2024

A Ras de Suelo
Por Hazael Juárez*

“Los hombres no deberíamos estar ausentes en lo privado; deberíamos ser agentes corresponsables en el ámbito doméstico y familiar”, así es como Octavio Salazar, autor del libro El Hombre que no deberíamos ser. La revolución masculina que tantas mujeres llevan siglos esperando, enuncia la segunda de diez claves para transformarnos en los hombres que sí deberíamos ser. Por eso en diseño de portada del libro la palabra NO está tachada.

Esta cita considero aplica perfectamente a nuestra realidad: los hombres tenemos el reto de ser agentes corresponsables. Bien es sabido que las dinámicas en los hogares se han modificado debido al confinamiento. Los hombres, acostumbrados al espacio público, hemos permanecido en el espacio privado. Es ahí, donde las necesidades socio afectivas y de apoyo mutuo en las tareas del hogar y la familia, requieren de habilidades que los hombres por siglos no hemos desarrollado.

Las habilidades a las que me refiero son: demostrar afecto; cuidar de las otras personas que cohabitan con nosotros; manejar de emociones; comunicarse asertivamente y prescindir de la violencia. ¿Quién de los hombres que lee esto en este momento podrá decir que posee estas capacidades? seguramente muy pocos. Y habrá quienes digan que, al menos ya ahora, “ayudan” cuando no se trata de ayudar, sino de ser, compartir responsabilidades.

El confinamiento nos ha puesto a prueba. Lamentablemente, los hombres estamos fallando al no saber relacionarnos con quienes habitan bajo el mismo techo que nosotros (madre, padre, pareja, hijas, hijos, hermanas, hermanos). Para ser preciso, jamás hemos sabido hacerlo. Todo esto es consecuencia del modelo masculino hegemónico bajo el cual hemos sido educados: agresividad y violencia para quienes nos rodean.

Ejemplo de lo anterior, es el incremento (o exacerbación) de la violencia familiar no solo en México, sino en el mundo entero. Lo cual no quiere decir que la violencia familiar no existiera previo a la pandemia. Desafortunadamente, ahora está mucho más presente. Aún más grave, es la otra pandemia, la feminicida.

Un ejemplo más de la violencia durante esta pandemia de salud mundial es observar que los hombres (tanto políticos como el ciudadano de a pie) rehusamos a utilizar cubrebocas o mascarillas. Existen varios estudios en diferentes países, no importa si son países de primer mundo o no, el mayor porcentaje de personas que no utiliza cubrebocas son hombres. Irónicamente, el mayor porcentaje de mortalidad por COVID-19 lo tenemos los hombres. Y sobre la salud que gozamos los hombres hay otros estudios que revelan que precisamente por demostrar nuestra hombría, descuidamos nuestro propio cuerpo o salud y también, nos ponemos por voluntad propia en situaciones de riesgo, lo que conlleva a mayor probabilidad de accidentes o de muerte.

Con estas actitudes que menciono demostramos únicamente que somos seres violentos. Violentos con nosotros mismos porque no tenemos intención de cuidarnos, mucho menos de cuidar de

las otras y los otros (sociedad), ni siquiera de las personas con las que vivimos. Solo nos enfocamos en imponer y no en involucrarnos y colaborar. 

¿Pero qué hacer al respecto? El problema de transformar nuestro ser y actuar como hombre es muy complejo. No es una labor fácil y bien lo menciona Igor Gerardo Hernández (2014) en su artículo El ser del varón y el diseño de políticas públicas e intervención social con perspectiva de género, la incidencia debe realizarse en numerosos planos de la vida social: el legislativo, la investigación científica y social, la educación, la participación ciudadana, etcétera; pero particularmente en la producción de agendas públicas e institucionales, así como en las formulaciones de políticas públicas.

Requerimos como sociedad, y como país, de políticas públicas que aborden la reeducación de nosotros los hombres. No basta con las medidas para atender a las mujeres, y las sanciones a los hombres por ejercer violencia, porque solo estamos creando paliativos si sabemos que los hombres somos la causa del problema. Hay que trabajar con ambas realidades, la de las mujeres y la de los hombres. Por supuesto que se requiere de un trabajo desde lo individual, pero debe existir un soporte estructural que contribuya a ello.

En Puebla, de manera muy reciente, diferentes instituciones se han sumado a abordar las Nuevas Masculinidades, y desde luego el Consejo Ciudadano es parte del esfuerzo. Ante los datos de las violencias perpetuadas por nosotros los hombres decidimos entonces actuar e iniciar con un Webinar en el que participaron una experta de la Secretaría de Igualdad Sustantiva y un experto de Centro Mhoresvi A.C. (organización de la sociedad civil); elaboramos un e-book para evitar reproducir la violencia desde casa, participaciones en radio y televisión y, ahora esta columna. En dicho trabajo, independientemente de abordar lo grave y dañino que es ser hombre desde este modelo de la masculinidad tradicional, también sugerimos algunas herramientas que los hombres podemos empezar a hace uso para dar ese paso y, salir por fin, de la caja rígida y obsoleta de la masculinidad tóxica en la que vivimos.

Igualmente, hemos empezado a generar acercamientos y alianzas para poder sumar esfuerzos o crearlos en conjunto con otros actores: sociedad civil, academia y autoridades.

Sin ser algo evidente, como hombres, y frente a la Nueva Normalidad, qué mejor momento para verdaderamente replantear nuestro papel como hombres en la sociedad. ¿Por qué no darnos la oportunidad de cuestionar nuestros privilegios, nuestro comportamiento, nuestro lenguaje, nuestra manera de comunicarnos y mirar hacia nuevos modelos de masculinidad?

Del primer párrafo de esta columna retomo dos ideas: corresponsabilidad y revolución. Como hombres tememos la corresponsabilidad de lograr esa democracia de la que tanto hablamos desde siglos atrás, así como de generar una sociedad justa, igualitaria, equitativa y diversa. Revolución en transformar radicalmente y de manera pacífica nuestro pensar y actuar como hombres, encaminados a alcanzar en un mediano y largo plazo unas masculinidades solidarias.

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